—Sé que llevas viviendo aquí mucho más tiempo que yo, pero dime, ¿cuándo fue la última vez que te fijaste en los edificios de la ciudad y te paraste a admirar su arquitectura? —preguntó Amanda.

—Pues… la verdad es que nunca.

—Ya me lo imaginaba —rio—. Ver lo que tenemos delante de nuestras narices requiere un esfuerzo constante.

Al decir esto, señaló la puerta del banco tallada con la figura de una serpiente enroscada en un cáliz. Entonces me contó que, antaño, todos los edificios que tenían ese símbolo habían sido propiedad de la Escuela de Farmacia de Orion. Por lo visto, se utilizaban como oficinas administrativas y residencias de estudiantes.

—Y ahora se han convertido en bancos y comercios —dije.

—Sí, pero las cosas no son siempre lo que parecen.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que los símbolos guardan secretos que no se ven a simple vista. Al igual que los códigos, jamás se crean por casualidad. Siempre tienen un propósito.