Capítulo 27
Nos quedamos en el granero un rato más, devorando los brownies de mi madre y planeando nuestros próximos movimientos. Zoe era la pieza que faltaba en el enigmático puzzle de nuestra investigación, y nos puso al día de todo lo que sabía sobre nuestra amiga desaparecida. En esencia, Amanda viajaba continuamente con su madre y su hermana Robin, y las tres se mudaban de un lado a otro sin razón aparente.
—Cuando Amanda llegó a Orión —nos contó Zoe—, me dijo que se iba a quedar en casa de una amiga de su madre.
—¿Sabes cómo se llamaba? —preguntó Hal.
Zoe negó con la cabeza.
—Claro que no. Amanda siempre era muy misteriosa con sus asuntos. No solo cambiaba de dirección constantemente; también de nombre. Cuando vivíamos en Pinkerton, por ejemplo, se hacía llamar Arabella.
—¿Cómo dices? —exclamó Hal.
—Es cierto —dijo Zoe.
Una sonrisa complaciente cruzó sus labios pálidos y agrietados. Parecía satisfecha por poder revelarnos tantas cosas.
—¡Jolines! —exclamó Callie—. Esto se complica cada vez más, y eso que todavía no me he acostumbrado a que su verdadero nombre sea Ariel…
—Sí, ya sé a lo que te refieres. Y hablando de eso… ¿Recordáis el regalo que me dejó? ¿La primera edición del Ariel, de Sylvia Plath? Es como si en el fondo quisiera que descubriéramos que se había cambiado el nombre.
—¿Y qué pasa con la pulsera de hospital que había en la caja? —preguntó Hal, y le describió a Zoe la cinta de bebé doblada en forma de anillo que hallamos entre las cosas de Amanda—. El nombre que venía en la pulsera era Ariel Feckerdol.
—Feckerdol, Valentino, Beckendorf… —suspiró Callie—. ¿Cuál es el verdadero?
la pusieron a Amanda cuando nació, ¿por qué la tenía Thornhill en la foto que encontré en el despacho de mi madre?
—Me estoy perdiendo —dijo Zoe, que tampoco estaba al tanto de esa parte de la historia.
Así que mientras Hal y Callie se lo contaban, me levanté del suelo y empecé a pasearme, mientras le daba los últimos bocados a mi brownie.
—Igual es una locura —dije, incapaz de sacarme esa idea de la cabeza— , ¿pero alguno os habéis planteado la posibilidad de que nuestro subdirector tenga algún parentesco con Amanda?
—¿Te refieres a que si es su tío o algo así? —preguntó Hal.
—O su padre —aventuré.
Nos quedarnos en silencio durante unos instantes, sopesando la fuerza de aquella afirmación.
—No, no creo. No puede ser —dijo Callie—. En serio, no, no me digas que piensas eso…
—Bueno, eso explicaría el papel de Thomhill en todo este asunto —razoné—. Y también explicaría por qué prefiere quedarse encerrado en el sótano de un hangar: lo permite porque de esa forma sabe que Amanda estará a salvo.
—Tiene sentido, sí… —admitió Hal.
Zoe no había dicho ni pío, lo cual me hizo preguntarme si ya lo sabría de antes.
—Pero si nuestro subdirector es el padre de Amanda, ¿por qué lo guarda en secreto? —preguntó Callie.
—Bueno, no es tan descabellado —dijo Zoe—. Suponiendo que fuera cierto, resulta que su mujer está muerta. Asesinada. ¿De verdad crees que fue un accidente, en vista de que al propio Thornhill le agredieron y que Amanda ha tenido que esconderse? Es probable que…
—¿Pensáis que Amanda sabe que Thornhill es su padre? —pregunté, dando ya por hecho que lo era.
—No creo que lo supiera —dijo Hal—. Si te fijas, las cosas que había en su caja parecían muy fragmentadas, los indicios de una búsqueda: la pulsera de hospital, la foto con las cabezas recortadas… Apuesto a que no lo sabe o, al menos, que no lo sabía cuando recopiló todas esas cosas.
—En cualquiera de los casos, ¿qué demonios quiere esa gente de su familia? —pregunté.
Nos quedarnos en silencio un buen rato, repasando mentalmente cada incógnita para tratar de dar forma a una teoría.
—Nia, en la foto que encontraste en el despacho de tu madre, Thornhill llevaba la pulsera de hospital —dijo al fin Hal—. ¿Cómo pudo acabar en la caja de Amanda?
—A saber —respondió Callie—. Pero el hecho de que la llevara puesta durante un tiempo explica por qué el anillo era tan grande.
—Y por lo que dijo nuestro subdirector —añadió Zoe—, todo este asunto se debe al nacimiento de Amanda, al simple hecho de que hubiera nacido.
—Y ya que hablamos de las cosas raras de la caja de Amanda —dijo Hal—, ¿por qué alguien guardaría una foto en la que no se ven las caras? Si recortas una foto, lo lógico es que tires lo que sobra, ¿no?
—No, si buscas las caras que faltan y quieres encajarlas en la foto recortada cuando las encuentres —señaló Zoe—. Eso es lo que yo haría, por lo menos. Sobre todo si quisiera averiguar quién es mi padre. Puede que esa sea la pista que falta.
—Esperad un momento —dijo Callie, agotada de tanto pensar—. Estamos yendo demasiado deprisa. ¿Pero de verdad creéis que nuestro subdirector es el padre de Amanda? A ver, imaginadlos juntos. Él odia a Amanda. ¡No hacían otra cosa que discutir!
Zoe ladeó la cabeza.
—¿Y tú nunca discutes con tu padre? ¿Qué fecha de nacimiento aparecía en la pulsera?
—El trece de febrero —dije, recordando que era justo la víspera del día de San Valentín.
—Pues a mí Amanda me contó que había nacido en Nochevieja —aseguró Callie.
—De eso nada —replicó HaI—. Su cumpleaños es en verano. Lo sé por que me dijo que este año quería hacer una fiesta en la playa: juntar a unos cuantos amigos, hacer una hoguera y llevar algo de comida.
—Me terno que nada de eso es cierto, chicos —dijo Zoe—, porque nosotras celebramos su cumpleaños juntas el mes pasado. Fuimos a la cafetería Carla's y nos tomamos un café con leche con nata montada.
Me estrujé el cerebro intentando recordar si Amanda y yo habíamos hablado alguna vez de su cumpleaños, pero aparte de una conversación sobre astrología, en la que salió a la luz que ella era Capricornio (signo correspondiente a los meses de diciembre y enero), no me acordaba de nada más.
—Esto no hay quien lo entienda —dijo Callie frotándose las sienes.
—Más incomprensible es lo de tu mano —dijo Hal.
Callie se pasó los dedos sobre la zona donde debería estar el corte. Yo saqué el fular de mi mochila. Las manchas de sangre seguían allí, pero la herida había desaparecido por completo.
—¿Y qué me decís del programa C-33? —pregunté, pues aún no habíamos tocado ese tema—. ¿Qué pensáis que quiso decir Thornhill con lo de las «intenciones originales» del doctor Joy?
Miré a Zoe por si sabía la respuesta, pero de ser así, prefirió no compartirla.
—Sin duda se refería a esa lista de nombres y códigos —dijo Hal.
—Vale, ¿pero qué es ese programa? —pregunté.
—Pues según parece, algo que empezó el doctor Joy —razonó Hal—, y que luego cayó en manos del jefe, sea quien sea.
—Puede que también tenga algo que ver con la antigua Escuela de Farmacia de Orión… o al menos con lo que está ocurriendo en algunos de sus edificios.
Les hablé de las etiquetas rojas que había visto en el hangar y después le conté a Zoe todo lo referido a los símbolos del cáliz y la serpiente con el ojo de ónice.
—A ver si lo he entendido —dijo Zoe—. Amanda te insinuó que alguien relacionado de alguna forma con la escuela, un científico por ejemplo, podría estar detrás de todo este asunto del programa C-33 que la ha obligado a esconderse.
Rantoul, la mujer que nos abrió la puerta llevaba una bata de laboratorio en la que ponía Escuela de Farmacia de Orión.
—Algo así —asentí—. ¿Por qué habría cosas de la escuela en el hangar si no?
—Efectivamente. Además, si estuviéramos equivocados, ¿por qué esa gente del C-33 se establecería solamente en los edificios de la escuela? —añadió Hal—. No hay duda: tienen que ser los propietarios. Y como dijo Amanda, utilizan el ojo de ónice como una señal para que sus compinches los encuentren con facilidad.
—Claro, y cuando uno de los edificios deja de ser seguro, lo ponen de inmediato en alquiler —prosiguió Callie—. De esta forma, siempre van un paso por delante.
—Ya, pero el hangar no es propiedad de la escuela —dijo Zoe balanceándose ligeramente sobre su bala de heno—. En la entrada no había ninguna serpiente enroscada en un cáliz.
—Cierto, pero ten en cuenta que el hangar está en un lugar alejado —le dije—, y no en pleno centro de la ciudad.
—Conclusión: tenemos que ir a Washington para hablar con Robin, descubrir quién es el jefe y averiguar por qué el doctor Joy creó el programa C-33 —resumió Hal.
—Ni siquiera sabemos quién es el doctor Joy en realidad —dijo Callie.
Muy cierto. Lo único que teníamos eran fragmentos de información que, en conjunto, tampoco aportaban gran cosa.
—Vale, una última pregunta antes de que me estalle el cerebro: ¿qué ocurrió en ese armario? El que resultó ser una puerta que conducía a la habitación subterránea —pregunté.
Me refería a la descarga que sentimos cuando nos acercamos a el.
Nadie me respondió. Los tres se quedaron sentados, mirándome en silencio. Aunque no lo admitieran, era evidente que habían tenido la misma sensación que yo.
—Vamos a probar de nuevo —les dije.
Me levanté y les hice un gesto para que hicieran lo mismo. Hal dudó unos instantes, pero finalmente se puso en pie y me agarró de la mano. Callie también se unió a nosotros dándole la mano a Hal.
—Venga —insistí extendiendo una mano hacia ella—. Después de todo, tú también eres una guía.
Sus ojos se clavaron en mí durante unos instantes, y al final Zoe acabó poniéndose en pie y uniéndose a Callie y a mí para cerrar el círculo.
Y entonces ocurrió lo que me esperaba: una descarga eléctrica atravesó mis venas y me recorrió la piel.
Hal tenía los ojos cerrados y apretaba los labios. Estaba medio ausente, como si él también lo estuviera sintiendo.
Zoe retrocedió un paso y rompió el círculo.
Callie dejó escapar un largo suspiro, como si hubiera estado conteniendo el aliento todo este rato.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó.
Negué con la cabeza porque no tenía ni la más remota idea.
Pero aún podía sentir un cosquilleo en la piel. Me ascendía por la espina dorsal y se deslizaba por mis extremidades.
—Hagámoslo de nuevo —dijo Zoe.
Asentí y la agarré de la mano. Callie y Hal hicieron lo mismo hasta que los cuatro formamos de nuevo un círculo.
La sensación fue aún más intensa esta vez, tanto que estuve a punto de desmayarme. El corazón me latía muy rápido y la cabeza me daba vueltas.
—Debemos irnos, chicas, ¡pero ya! —dijo Hal de repente, rompiendo el círculo—. Esos tipos andan cerca, lo presiento. Van por el camino de grava, como a un par de kilómetros de aquí. Vienen en el carrito de golf y uno de ellos lleva una pistola.
—¿Te refieres a los tipos del hangar? —pregunté.
Hal asintió y apartó la mirada. Parecía asustado por lo que acababa de percibir tan claramente.
—¿Cómo puedes saber eso? —preguntó Callie.
Hal se puso la mochila y se dirigió hacia la puerta.
Las demás hicimos lo mismo: recogimos nuestras cosas y le seguimos.
—Es igual que lo que ocurrió en el sótano del hangar —dije—, cuando sabías que esos tipos volverían pronto, ¿verdad?
—En realidad da igual, yo estoy con Hal: larguémonos de aquí antes de que llegue la caballería —dijo Zoe.
—Ahora solo nos falta descubrir que podemos volar o algo así —dijo Callie—. Esto de las visiones y los poderes me tiene loca…
—Ya hablaremos de eso más tarde.
Salimos afuera y comprobamos que ya estaba oscureciendo. Aún nos quedaba un largo trayecto hasta casa, y más nos valía darnos prisa si queríamos regresar de una pieza.