Capítulo 5
Tras el encontronazo con Heidi, fui incapaz de concentrarme en la clase de Francés que tuve después. Mientras que la señora Bouton, más conocida como Madame Bufón (por razones obvias), hablaba sobre el conditionnel passé, me vino a la mente una conversación que mantuve con Amanda acerca de Heidi.
Estábamos en Tócala Otra Vez, Sam, la tienda de segunda mano donde más tarde encontraríamos su caja. Buscábamos un cinturón que hiciera juego con su falda rosa al estilo de los años 50, pero en realidad solo era una excusa para intentar renovar mi vestuario. Amanda empezó a sacar vestidos, pantalones y jerséis de todos los estantes. Hizo combinaciones que jamás se me habrían ocurrido: una falda lápiz con una blusa palabra de honor, un vestido de tubo con botas altas, una bufanda de volantes con una camiseta lista, un jersey corto con unos leggins… Incluso un chaleco de piel con un vestido de lentejuelas.
—Estoy deseando verte con toda esta ropa —dijo Amanda de camino al probador. —Oye, ¿soy yo o es que no te gusta mi estilo?
Me miré en un espejo de cuerpo entero. Llevaba una sudadera negra, bastante ancha, y unos pantalones de chándal que había sacado del armario de Cisco. Debo admitir que a mí tampoco me gustaba especialmente.
—Ya sabes que me encantan todos los estilos —dijo mientras me pasaba un cinturón de piel de serpiente—. La gracia está en ajustar nuestro estilo a cada ocasión.
—¿Y en qué clase de ocasiones se supone que debo ponerme estas cosas? —le pregunté mientras contemplaba la montaña de ropa que había a mis pies.
—Pues cuando te vayas de compras con una amiga, por ejemplo —dijo riéndose—. También cuando te prepares para ir al instituto, al cine, a pasear por el parque, a hacer un picnic, a pasar la tarde en un museo.
—Ya veo por dónde vas.
brillante, pero una estrella tiene muchas capas. ¿Por qué solo muestras la fotosfera?
—Pues… —titubeé, preguntándome adónde quería ir a parar.
—Las estrellas tienen la capacidad de deslumbramos —añadió sin dejarme terminar—. Y ya va siendo hora de que dejes de esconder tu resplandor.
Pensé que Amanda se echaría a reír de un momento a otro, pero no fue así. Para mi sorpresa, hablaba totalmente en serio. Empecé a ponerme colorada, así que sentí un gran alivio cuando cerró la cortina y me dejó sola para que pudiera cambiarme.
Aparte de mi madre, que aprovechaba cualquier ocasión para levantarme el ánimo y hacer que tuviera más confianza en mí misma, nadie me había dicho nunca algo así.
—¿Lista? —me preguntó apenas un par de minutos después.
—Aún no —respondí mientras me peleaba con una manga.
Para Amanda, el estilo reflejaba nuestro estado de ánimo (una peluca rubia un día, un tutú de bailarina al día siguiente.). Para mí, simplemente desviaba la atención de lo que había más allá, en el interior.
—El problema de esa teoría —me comentó cuando intenté explicárselo— es que si no te muestras al mundo y solo te encierras en ti misma, nadie se acercará lo suficiente como para ver lo que hay en tu interior.
No supe cómo responderle a eso, así que fruncí los labios y seguí deslizándome dentro de un vestido de lana ajustado que me llegaba hasta las rodillas.
—¡Pero si eres igualita que Audrey Hepburn! —exclamó Amanda en cuanto abrí la cortina—. Te das cuenta de lo mucho que os parecéis, ¿verdad?
—¿No crees que este morado es un poco cantoso? —le pregunté.
—¿Qué dices? ¡Claro que no! El tono ciruela resalta tus ojos marrones. Coco Chanel dijo una vez que el mejor color del mundo es el que te sienta bien a ti.
Amanda me quitó las gafas y me deshizo la coleta dejando que mi melena me cayera sobre los hombros.
—Audrey tenía unas gafas de ojo de gato preciosas. Estoy segura de que te quedarían de maravilla.
—Bueno —dijo, y tiró de mí para que me diera la vuelta y pudiera verme en el espejo del probador—, ¿qué te parece?
Una sonrisa asomó a mis labios y no pude negar que me gustaba mi nuevo aspecto. ¡Y eso que me veía un poco borrosa sin las gafas!
—La naturaleza de la flor es florecer, ¿no? —añadió.
—Alice Walker —dije, nombrando a la autora de esa frase.
Amanda siguió curioseando por la tienda mientras yo me probaba todas y cada una de las prendas. Al final, incluso me animé a escoger algunas por mi cuenta y acabé en la caja registradora con una pila enorme de ropa.
—¿A tus padres no les importará? —me preguntó señalando las bolsas donde Louise guardaba mis compras.
—¿Estás de coña? —Dije mirando los pantalones de chándal de Cisco—. Mi madre se pondrá loca de alegría.
Pagué con tarjeta de crédito. Mis padres me la habían dado por si quería comprarme algo de ropa, pero hasta entonces nunca la había utilizado.
—No olvides que la moda es tu amiga —dijo Amanda poniéndose una gorra de repartidor de periódicos.
—Tu mejor amiga —añadió Louise entregándome el tique.
—No se trata de impresionar a la gente, ni de presumir del dinero que tienes — prosiguió Amanda—. Así que no tengas miedo de la moda, ni te la tomes demasiado en serio. Simplemente, disfruta de ella todo lo que puedas.
—Vale… gracias —empecé, y quise decirle lo importante que había sido aquella tarde de compras para mí—. Yo. Me siento. Todo esto es muy.
—De nada —dijo Amanda.
Me pagó la gorra con un billete de diez dólares, del que aún sobró algo de dinero, y después me pasó un brazo por los hombros, como si supiera lo que estaba intentando decirle.
—Vas a estar de muerte y serás el blanco de todas las miradas. Espera a que te vea Heidi con este vestido largo de colores.
—Como si me importara —dije, sorprendida de que nombrase a la líder de las Chicas I—. Además, dudo mucho que se fije en mí.
Nia.
—¿Qué quieres decir con eso?
Amanda se detuvo y me clavó la mirada.
—Prométeme que tendrás cuidado con ella, ¿vale?
Agradecí la advertencia, pero en realidad Heidi y yo éramos archienemigas desde secundaria. Una vez me chivé de que había copiado en un examen, y ella maquinó una jugarreta para vengarse. Creó una dirección de email falsa y empezó a escribirme haciéndose pasar por el chico que me gustaba: Keith Harmon.
Fue muy humillante.
En mis correos, le confesé lo guapo que me parecía Keith, lo mucho que me encantaría salir con él y alguna otra tontería por el estilo. Mis amigos de entonces (a los que acabé evitando tras lo ocurrido) intentaron hacerme ver que todo este asunto les olía a broma pesada, pero desgraciadamente no les hice caso. Tendrían que haberme dado un premio a la idiota del año.
—Ten cuidado en quién confías —prosiguió Amanda esquivando mi mirada—, especialmente en lo que respecta a Heidi y su familia.
—Está bien, mensaje captado. Y ahora, ¿adónde me llevas?
En vez de responder, Amanda tiró de mí hasta que llegamos a la óptica más cercana, donde estuvimos buscando unas monturas de ojo de gato.
—¿Nia? —preguntó Madame Bufón, sacándome de mi ensoñación— Qu’est-ce que c’est le conditionnel passé du verbe donner, pour le pronom tu?
—Tu aurais donné —respondí bostezando.
A ver, seamos serios: ¿qué sentido tenía aquella clase? Llevábamos semanas repasando el conditionnel passé. ¿Por qué no montaban de una vez en curso avanzado de francés (pero avanzado de verdad) para los alumnos que sí estudiábamos?
Eché un vistazo a la lista, pero seguía dándole vueltas a la advertencia de Amanda. ¿Quién era ella para hablar de confianza? Después de todas las mentiras que nos había contado…