Capítulo 18
Volví corriendo al instituto justo cuando la gente salía de clase. Me dirigí rápidamente hacia el aparcamiento con la esperanza de que Callie y Hal aún no se hubieran marchado. Y allí los encontré, quitando los candados de sus bicis. Antes de que pudiera reunirme con ellos, un coche se detuvo a su lado. Era un modelo clásico de Alfa Romeo de los años 70, aunque estaba tan bien cuidado que parecía recién salido del concesionario. Lo sé porque mi padre tenía uno similar, y recuerdo haberlo visto de pequeña en el garaje de casa.
El conductor bajó la ventanilla y… ¡Sorpresa! Resultó ser West, el estudiante que tocaba en el grupo de Hal. Ambos intercambiaron unas palabras. Nada más verle, empezaron a sudarme las manos. Tardé un rato en armarme de valor para saludarle, y justo cuando me disponía a hacerlo, West arrancó y se fue, dejándome con el saludo en la boca.
Pero no tenía tiempo para distracciones. Saqué la nota de Amanda del bolsillo y fui a reunirme con los chicos. No debía olvidar mis prioridades en ese momento.
—¿Y tú de dónde sales? —me preguntó Hal, al verme aparecer de repente.
—De la librería —le dije, al tiempo que desdoblaba el poema de Amanda para enseñárselo—. Seguí mi instinto y acerté. No voy a decir que os lo dije, pero… ¡os lo dije! Acepto vuestras disculpas por no confiar en mí.
Callie y Hal se demoraron unos segundos en leer cada uno de los versos.
—¿Soy yo, o, al contrario que el resto de las pistas, el objetivo de esta poesía está bien claro? —preguntó Callie.
—Así es —asentí—. Amanda quiere que descubramos la verdad, pero al mismo tiempo se siente un poco culpable por todo lo que está pasando.
—Se siente culpable porque la percepción que teníamos de ella se ha roto en mil pedazos —dijo Hal con gravedad.
—Pero tenía buenas razones para mentir, ¿no? —preguntó Callie.
esas trolas. Ojalá hubiera confiado en mí lo suficiente como para contarme lo que estaba ocurriendo.
—Hal, no olvides que nos mintió para protegerse —dije—. Y también para protegernos a nosotros.
—Y está claro que espera recuperar nuestra amistad algún día —una sonrisita de alivio apareció en los labios de Callie.
Eso era justamente lo que necesitábamos, que Amanda reconociera la red de mentiras que había construido y que se preocupase por lo que pudiéramos pensar de ella. Este poema era la prueba de que valoraba nuestra amistad.
—Aun así, todavía me queda una pregunta —dijo Hal mirándome—. ¿Cómo sabía Amanda que irías a esa librería? Fuiste porque tocaste una carta del tarot y de repente tuviste una especie de visión.
—Cierto —añadió Callie—. Para empezar, ¿cómo sabía Amanda que Bea nos daría la carta?
—Igual le pidió a Bea que nos la diera… —aventuré.
—Nia, ¿de verdad crees que Amanda supuso que iríamos a investigar a una librería antigua solo porque tú tocaras la carta del tarot? —me preguntó Callie.
Negué con la cabeza. Yo era la primera que jamás pensaría que fuera a ocurrir.
Hal se quedó callado por unos instantes, obsedandome con una mirada tan intensa que resultaba casi intimidante.
—Si no te conociera, diría que nos estás ocultando algo.
—Sí, como hiciste con el libro de Ariel —dijo Callie.
—Y como hiciste tú también con el accidente de Bea —le recordé.
Por lo visto, Amanda no era la única que tenía secretos. Los tres nos parecíamos a ella mucho más de lo que imaginábamos.
—Os lo juro, no estoy escondiendo nada —dije al fin— Ya no. De verdad que no sé por qué Amanda supuso que iría allí. No tengo ni idea…
—Ten —dijo Hal devolviéndome el poema—. ¿Puedes ver algo cuando tocas esto?
—No —respondí después de intentarlo durante un rato para asegurarme.
—Libros, planos, collares, cartas del tarot… —Callie se rascó la cabeza—. No hay ninguna relación entre los objetos de los que tienes visiones.
—Oye, ni que fuera culpa mía —me defendí— A lo mejor tú tienes un superpoder mejor que el mío…
Callie me ignoró y sacó un viejo monedero con forma de concha de la mochila.
—Prueba con esto —me dijo invitándome a tocarlo.
Pasé los dedos por el monedero.
—Nada, lo siento —dije, y se lo devolví, desanima.
—Puede que el poder solo funcione con objetos relacionados con Amanda —dijo Hal.
Negué con la cabeza, convencida de que esa no era la explicación. Lo demostraban las imágenes que vi al tocar la gorra militar de mi abuelo y el móvil de Heidi.
—Es posible que Amanda también tenga visiones sobre ti —aventuró Hal sin dejar de mirarme—. Tal vez por eso sabía que tarde o temprano irías a la librería.
—¿Quién sabe? —dije—. Pero no avanzaremos nada si nos quedamos en este aparcamiento. ¡Vayamos a investigar esa farmacia de una vez por todas!