Capítulo 3
Los tres volvimos corriendo a mi habitación, y Hal salió disparado hacia la ventana.
—Ni rastro de ella. Anda que ha tardado en desaparecer…
—¿Os suena que Amanda tuviera una tía? —les pregunté después de cerrar la puerta con sigilo.
Hal negó con la cabeza y Callie se quedó dubitativa.
—No me suena, que hablaba de tantísima gente que a veces me costaba seguirle el hilo —dijo, y volvió a sentarse en el suelo junto al edredón con el que habíamos tapado las cosas de Amanda.
—Al parecer, esa mujer sabe que tenemos la caja —señalé, acomodándome en el borde de la cama.
—Lo que significa que probablemente esté relacionada de alguna forma con la señora Bragg —dijo Hal.
—¿Pero por qué ha dicho que habló con Thornhill? —preguntó Callie—. No tiene ningún sentido: todo el mundo sabe que está en rehabilitación. Y en paradero desconocido.
—Igual era una especie de amenaza —aventuré— para dejar claro que sabe que tenemos la caja.
—Yo creo que su historia es una trola —dijo Callie—. Estoy segura de que no es la tía de Amanda y tampoco piensa ir a la policía.
—¿Por qué estás tan segura? —le pregunté.
Me vino a la mente nuestro reciente encontronazo con las fuerzas de la ley y el orden de Orion. El agente Nick Marsiano había interrogado a Hal sobre la agresión de Thornhill, pero en lugar de preguntarle dónde había estado la noche del crimen o si había visto algo raro, el oficial parecía estar mucho más interesado en nuestro afán por encontrar a Amanda.
—Porque se nota a la legua que está compinchada con los Bragg — insistió Callie.
—A ver, pensemos. Puede que esa tal Waverly no esté mintiendo.
—¿Cómo que no? —Preguntó Hal, que seguía asomado a la ventana para asegurarse de que la intrusa no estuviera merodeando por los alrededores.
—Bueno, podría haber hablado con Thornhill si conociera su paradero, ¿no?
—Quieres decir… ¿que sabe dónde lo tienen escondido? —preguntó Callie.
—Es posible —dije—. Llegados a este punto, no podemos dar nada por supuesto.
—Estoy de acuerdo —dijo Hal.
Alguien llamó a la puerta y, acto seguido, Cisco entró en mi cuarto, sin esperar respuesta. Aunque para mí es el típico hermano mayor que se empeña siempre en protegerme y otras tonterías por el estilo, debo admitir que además de ser guapo y popular, tiene muy buen carácter y un corazón de oro. Callie se puso un poco colorada nada más verlo. Suele producir ese efecto en las chicas. Alto, atractivo, intimidante. ¿Por qué no me parecía más a él, aunque solo fuera en la altura?
—Nia, ¿me cuentas qué demonios está pasando? —me interrogó el tiempo que me daba la tarjeta.
El nombre y el número de teléfono de Waverly aparecían escritos con letras doradas.
—Me preguntó qué será esto —dije señalando el ojo que había en la esquina inferior derecha—. ¿Un logo tal vez?
—Pensaba que tú podrías decírmelo —apuntó Cisco—. ¿Y qué es eso de que tienes algo que le pertenece?
Me mordí el labio, sorprendida de verlo tan enfadado. Por lo general, mi hermano tenía un carácter bastante apacible.
—No me muevo de aquí hasta que me lo cuentes —insistió.
Los tres nos miramos de reojo. ¿Debíamos contárselo? Sentí que todos estábamos de acuerdo y el ambiente se volvió algo más relajado.
—Te enteraste de la desaparición de Amanda, ¿no? —empezó Callie, todavía algo nerviosa por la proximidad de Cisco.
—La duda ofende —dijo mi hermano clavando sus enormes ojos marrones en mí.
Todo el instituto sabía que Amanda había desaparecido y todo el mundo tenía su propia teoría al respecto. Algunos decían que se había mudado a Grecia porque sus padres habían comprado un viñedo y que ahora se dedicaba a aprender griego de día y a vendimiar de noche. Otros afirmaban que tuvo que salir por patas cuando los de inmigración se enteraron de que su madre había entrado de forma ilegal en el país. También había versiones basadas en causas menos estrambóticas como el embargo de la casa, un golpe de suerte en la lotería, la misteriosa aparición de una herencia, etc. Incluso había una chica, Tammi Black, que aseguraba haber visto a Amanda en Unique, una tienda de segunda mano que hay en las afueras de Orion.
En realidad, nadie sabía qué pensar.
—Bueno, entonces también te habrás enterado de que la estamos buscando —le dije.
—Sí, y sé que me estás ocultando cosas —me replicó Cisco con una sonrisa socarrona—. Pero supongo que siempre puedo preguntárselo a papá y mamá. Tal vez les interese conocer a esa tal Waverly…
—Puede que también quieran saber por qué te has saltado hoy el entrenamiento —le repliqué—. Seguro que a papá le encantará la noticia, sobre todo teniendo en cuenta la ilusión que le haría que te nombraran mejor jugador del equipo por cuarto año consecutivo.
El fútbol era importantísimo en nuestro instituto. Los alumnos entrenaban durante todo el año, tanto en campo cubierto como al aire libre. Todo el mundo contaba con que Cisco llevase al equipo de Endeavor al campeonato nacional.
—Vale, vale. ¿Y si empezamos de nuevo? —propuso mi hermano en tono conciliador.
—Me parece justo —dije con una sonrisita orgullosa.
Había ganado esta ronda.
—Creemos que Amanda está metida en un gran lio —dijo Hal—, pero también sabemos que no ha desaparecido del todo, porque de vez en cuando nos deja pistas.
—¿Pistas? —Preguntó Cisco frunciendo el ceño.
—Sí —respondí, y le puse al día de lo que teníamos.
—Hemos creado una página web. Igual has oído hablar de ella —dijo Hal—. Se llama proyectoamanda.com.
Mi hermano asintió ligeramente con la cabeza.
—¿Y por qué Amanda no os llama y se deja de rollos?
Yo misma me había hecho esa pregunta miles de veces.
—Por lo visto, no es su estilo.
Me di cuenta de que había llegado el momento de compartir el tesoro que me había dejado Amanda. Necesitaríamos hacer uso de toda nuestra materia gris para resolver el misterio que lo envolvía. Volví a coger mi ejemplar de Ariel, desconcertada una vez más por el corazón que alguien había dibujado en la cubierta, alrededor del título.
—Hay algo que tengo que enseñaros —dije mostrándoles el poemario.
—¿Desde cuándo lo tienes? —preguntó Hal, separándose de la ventana para verlo mejor.
Inspiré profundamente y les conté todo, desde mi primer encuentro con Amanda hasta el momento en que descubrí el libro bajo mi almohada.
—Entonces seguro que fue ella quien te lo dejó —dijo Hal.
—¿Qué significa el corazón? —preguntó Cisco.
—No lo sé. Ni siquiera sé si fue ella la que lo pintó.
Una parte de mí me decía que Amanda jamás estropearía un ejemplar tan valioso. Pero, por otra parte, cada vez estaba más convencida de que no la conocía en absoluto.
—Tiene que haber sido ella. Es algo muy propio de Amanda —afirmó Callie, y cogió la pulsera de hospital que habíamos encontrado en la caja.
Era una de esas cintas que se les ponen a los bebés en la sala de maternidad. Alguien la había doblado para hacerla todavía más pequeña dándole la forma de un anillo.
—Ariel Feckerdol —dijo Callie leyendo el nombre que había en la pulsera—. Bueno, creo que pone eso. La verdad es que las letras están medio borradas.
—Espera, ¿qué has dicho? —pregunté, sorprendida.
¿Por qué no había relacionado ese nombre con el título del poemario la primera vez que estuvimos hablando de la pulsera?
—Tal vez sea una coincidencia —intervino Cisco quitándome el libro de las manos.
—Yo no creo en las coincidencias —dije negando con la cabeza—. Y menos aún si Amanda está de por medio. Todo lo que hace siempre tiene un propósito.
Callie intentó ponerse la cinta en el dedo, pero se le cayó al suelo.
—Este anillo tuvo que llevarlo un hombre —dijo—. Fijaos en lo ancho que es.
—¿Un hombre llamado Ariel Feckerdol? ¡Venga ya! —exclamó Hal. —¿Hay alguna fecha en la pulsera? —pregunté.
—Trece de febrero, de hace quince años —dijo Callie después de comprobarlo.
—No sé… —suspiró Hal mientras se pasaba los dedos por su cabello—. Tal vez la respuesta esté en los poemas. Igual debemos buscar algún verso que le dé sentido a todo esto.
—Ya lo había pensado, pero me he leído el libro mil veces, ya casi me lo sé de memoria y no he conseguido encontrar ninguna pista. Y no —me anticipé— no hay ningún pasaje subrayado ni nada por el estilo.
—Entonces. ¿A qué viene el corazón? —preguntó Hal quitándole el poemario a Cisco para examinarlo—. ¿Y por qué has tardado tanto en contárnoslo, Nia?
La respuesta era muy simple: no quería compartir Ariel con nadie. El regalo resultaba más especial si se quedaba entre Amanda y yo.
—Bueno, tú tampoco nos dijiste nada cuando fuiste a Baltimore a ver a Frieda —le reproché.
Frieda le había advertido a Hal que los tres corríamos peligro si estábamos juntos.
—Y si la memoria no me falla —añadió Callie dándose unos golpecitos en la barbilla con el dedo—, al parecer hubo algo más que se te olvidó mencionarnos.
Sin duda se refería al reloj del bolsillo que le había dejado Amanda.
—Vale, vale, dejadlo ya —dijo Hal, algo avergonzado.
Entonces centró toda su atención en el libro y, muy suavemente, pasó los dedos sobre el corazón dibujado en la cubierta.
—¿Pintalabios? —dudó al ver la mancha rosada que había aparecido en sus dedos.
—Más bien perfilador de labios —le corrigió Callie—. El pintalabios tiene un acabado más suave y se emborrona con más facilidad.
Hal empezó a borrar una esquinita del corazón con el borde de su camiseta. En cuestión de segundos, la base había desaparecido.
—Ahí tenéis la respuesta —dijo Cisco—. Tuvo que ser cosa de vuestra amiga. El dibujo del corazón no aguantaría mucho tiempo en una librería de segunda mano.
—Sí, tuvo que pintarlo Amanda —coincidió Callie.
—Ariel —dijo Hal, leyendo el título en voz alta.
Miré la tarjeta de Waverly, preguntándome qué relación habría entre aquella mujer y nuestra caja, si es que había alguna. ¿Y qué significaría el ojo representado en una de las esquinas?
—Deberíamos llamar a esa mujer. Dudo mucho que haya dicho la verdad, pero aun así creo que podría darnos algunas respuestas. No podemos dejar un cabo suelto como este.
—Espera un momento —dijo mi hermano—. No me hace ninguna gracia que os metáis en un embrollo de este calibre. ¿Acaso no recordáis lo que le pasó a Thornhill? ¿De verdad queréis correr el riesgo de ser los siguientes?
—Ya, pero tampoco debemos olvidar cuándo le agredieron —dijo Hal.
—Poco después de hablar con la policía sobre la desaparición de Amanda —susurró Callie.
—¿Nia? —Llamó mi madre desde las escaleras—. Ya estoy en casa. ¿Te apetece una taza de chocolate caliente con churros?
Mamá había vuelto a casa antes de lo previsto, así que a mi hermano solo le quedaban dos opciones: confesar que se había saltado el entrenamiento o encerrarse en su habitación y aprovechar un descuido para bajar corriendo las escaleras y hacer como si acabara de volver de entrenar.
—Bajo enseguida —grité—. Han venido Hal y Callie.
—¡Estupendo, cariño! Preparé una merienda para todos —respondió.
Estaba claro que mi madre se alegraba mucho de que su hija pequeña tuviera amigos.
—Aún no has contestado a mi pregunta —me recordó Cisco—. ¿De verdad queréis convertiros en las próximas víctimas?
—¿Tú qué crees?
—Por eso mismo me preocupo, Nia. ¿Qué estás planeando?
—Por ahora, llamar a esa tal Waverly —dije con firmeza.
Me quedé absorta en la tarjeta de visita. No pensaba tomarme en serio todos esos consejos de hermano protector. Al menos de momento…