Capítulo 28
Como no teníamos nada para arreglar la rueda pinchada, decidimos dejar la bici de Zoe en el granero. Nos resultaría imposible cargar con ella hasta casa mientras esos tipos siguieran pisándonos los talones.
El ocaso se acercaba con paso firme. El cielo estaba nublado y una ligera neblina flotaba en el ambiente. Nos quedaba muy poco tiempo de luz.
Teníamos que darnos prisa, no solo porque huíamos de unos tipos armados sino además porque el concurso de talentos empezaba a las siete… ¡y Hal tenía que estar allí para tocar con su grupo!
No dejé de girarme hacia atrás mientras nos alejábamos del granero pedaleando a toda velocidad por un largo camino de tierra. Debía asegurarme de que nadie nos estuviera siguiendo.
Zoe iba sobre el portaequipajes de Callie. Intentaba por todos los medios leer su mapa al tiempo que hacía equilibrios para no caerse al suelo.
—Vale, ya sé dónde estamos —dijo poniendo el mapa en un ángulo insólito para comprobar si coincidía con la realidad.
Yo me puse a repasar mentalmente todas las pistas que teníamos para no dejarme llevar por el pánico. Volví a pensar en aquella exposición de Van Gogh a la que fui con Amanda, y en su insistencia para que me fijara en el cuado de El camino no elegido. También parecía muy entusiasmada con la serie de Los Girasoles.
La serie de Los Girasoles…
La calle Girasol.
¿Otra coincidencia? Imposible.
Finalmente, tras unos veinte minutos de trayecto, la situación empezó a mejorar un poco. La espesa hierba empezó a languidecer.
Pasamos junto a un par de casas muy iluminadas. Me parecía insólito que de verdad hubiera gente viviendo allí. Callie propuso que nos detuviéramos en una de ellas para llamar por teléfono, dado que nuestros móviles no tenían cobertura en esa zona.
No obstante, Zoe y Hal insistían en que el camino por el que íbamos empezaba a sonarles de algo.
—Juraría que hemos venido por aquí —dijo Hal señalando una cabaña blanca que había a lo lejos.
Yo también estaba casi segura de haberla visto. Tenía un enorme porche delantero y una especie de depósito en uno de los laterales.
—Estoy convencido de que atravesamos esta zona de camino al hangar, solo que por el otro lado —afirmó Hal—. Así que la carretera principal debe estar por allí.
—Chicos, ya estoy un poco cansada de pedalear —refunfuñó Callie, dando muestras de agotamiento—. Decidíos de una vez.
Sin decir nada más, Hal atajó a través del jardín trasero de una casa y pasó junto a una fila de coches abandonados, hasta que finalmente llegamos al otro lado de la cabaña.
Desde ahí se veía la carretera.
—¡Sí! —exclamó Zoe alzando un puño en señal de triunfo.
—No cantemos victoria todavía —replicó Callie.
Cruzamos el camino y finalmente llegamos a la carretera. Me sentí tan aliviada que me entraron ganas de ponerme a saltar y a gritar como una loca. Supongo que a todos nos ocurría lo mismo.
Zoe bajó del portaequipajes de Callie.
—¡Somos libres! —gritó mientras se frotaba el trasero, dolorido por todo aquel trayecto.
Como por fin teníamos cobertura, llamamos a nuestros padres y nos inventamos las excusas más variopintas para explicarle dónde nos habíamos metido.
—Acabamos de salir de la maratón de pelis de Bogart —le dije a mi madre—. Ahora nos iremos al insti para ver el concurso de talentos… si te parece bien, claro.
Ya no me sentía tan culpable por mentirle, teniendo en cuenta que ella tenía sus propios secretos.
—Vaya, había preparado unos churros de canela. Quería merendar y charlar contigo un rato antes de ir a la iglesia para terminar los preparativos de la subasta.
—Lo siento, mamá —dije.
Hala, otra vez a sentirme culpable.
—No pasa nada, cariño, ve y diviértete con tus amigos —prosiguió—. Esta noche cenaremos prontito, pero te guardaré tu ración para cuando llegues a casa, ¿de acuerdo? Ya sacaremos un ratito para charlar…
—¡Estupendo, mamá! —sonreí, me despedí y colgué.
Miré a ambos lados de la carretera y de pronto sentí una inesperada emoción por ver tocar a Hal en el concurso de talentos.
Y por ver de nuevo a West.