Capítulo 11

El claxon de un coche me sacó de mi estado de ensoñación, justo cuando doblaba la esquina que daba a la calle de Tócala Otra Vez, Sam.

La tienda se había convertido en un oasis para mí, desde aquella tarde en la que Amanda me hizo abrir los ojos a la moda, A estas horas, cuando la gente salía de trabajar, la tienda solía estar muy concurrida; por eso me sorprendí al encontrarla vacía. Incluso tuve que llamar un par de veces a Louise hasta que conseguí que oyera.

—Qué hay —me saludó emergiendo de una puerta adornada con una cortinilla de cuentas de cristal.

Su piel de chocolate brillaba bajo una capa de purpurina de color melocotón.

—¿Te gustan? —me preguntó refiriéndose a su más reciente adquisición: un par de pantalones de cuero color crema, a juego con un jersey de lana.

—Me encantan —dije, y ella sonrió con orgullo.

—Aún no tengo claro si me los quedaré o los devolveré a la estantería, pero el caso es que me encanta probarme lo que va llegando del almacén… Siempre que sean cosas de mi talla, claro. Y tú, ¿has venido a curiosear un poco?

—Hoy no —le expliqué mientras me sentaba sobre el mostrador—. Hoy solo quiero hablar.

—Huy, eso ha sonado muy serio —dijo mientras deslizaba hacia mí una pila de diademas floreadas.

Para Louise, probarse ropa era una terapia tan válida como otra cualquiera.

Nuestra relación había florecido durante mis últimas visitas a la tienda. Otro regalo inesperado de Amanda que sumar a la lista. Aunque una parte de su personalidad seguía siendo un misterio para mí, era la única persona adulta con la que no me ponía a la defensiva. Con ella no necesitaba ser ingeniosa y perspicaz en todo momento. Es curioso porque, cuando la conocí, me pareció la típica persona llena de soberbia con la que jamás cruzaría más de dos palabras. Ahora, en cambio cada vez que iba a verla podíamos tirarnos horas hablando como sí nada.

—Me alegro de que hayas venido —dijo—. Es un alivio ver una cara conocida después de los personajes tan peculiares que han pasado por aquí durante estos días.

—¿Peculiares?—curioseé mientras examinaba una diadema de estrellitas.

—Gente que se compra un bolso de mano, lo devuelve al día siguiente y después me hace mil preguntas sobre qué le gustaría a una chica de tu edad… Gente que parece más interesada en saber de dónde vienen los productos que en conocer los productos en sí, como si hubieran pertenecido a la reina de Inglaterra o vete tú a saber a quién.

Louise ondeó una mano en el aire, como si quisiera desvanecer ese recuerdo.

—Da igual, tampoco quiero amargarte con mis rollos —añadió—. ¿De qué te apetece hablar, Nía? ¿De moda? ¿Política? ¿Algún muchachito interesante? Personalmente, me inclino por este último tema, pero mejor que sean chicos del mundo real y no héroes trágicos de la literatura o galanes de la pantalla.

—Me gustaría saber más cosas de Robin —dije yendo directa al grano, como siempre.

—¿Robin?

—La hermana de Amanda —le expliqué.

—¿Amanda tiene una hermana? —preguntó haciéndose la sueca.

—Ya sabes que sí —insistí observando fijamente sus enormes ojos ambarinos.

Pero Louise apartó la mirada y se puso a toquetear la etiqueta de su jersey.

—Esta maldita etiqueta pica como un demonio. Me parece que no me lo voy a quedar.

—¿La has visto alguna vez? —le pregunté.

Finalmente, Louise se dio por vencida y acabó sentándose a mi lado.

Olía a cuero y a lilas.

—Puede que un par de veces.

—¿Y por qué no me lo has dicho antes? ¿Sabes dónde está? Porque nos ayudaría mucho si pudiéramos hablar con ella.

—¡Cómo pica esto! —exclamó Louise, emperrada todavía con la etiqueta que le hacía cosquillas en la nuca.

Puedes intentar ignorarme, pero a insistente no me gana nadie.

—Robin es su hermana mayor y por lo visto tiene su custodia — proseguí—. Así que puede que Amanda esté con ella.

Louise dejó de pelearse con la etiqueta y me miró a los ojos.

—Lo dudo.

—¿Por qué?

En lugar de responder, se giró sobre el taburete para alcanzar la boina que llevaba un maniquí.

—Ten, pruébate esto. Acaba de llegar y creo que te sentará de miedo con uno de esos vestidos floreados que compraste la semana pasada. Un traje largo y cómodo es la llave del éxito —dijo guiñándome un ojo.

—¿La llave? —pregunté, sorprendida.

Aquella palabra encendió una lucecita en mi cabeza. Cogí la boina a regañadientes, pero ni siquiera hice el amago de ponérmela.

Louise dejó escapar un largo y sonoro suspiro al percibir mi creciente desesperación.

—Escucha, para conocer la verdad… tienes que estar lista. Hay que dejar que las cosas fluyan a su ritmo.

—¿Quieres decir que no estoy preparada todavía?

—¿De verdad piensas —me dijo ignorando mi pregunta— que si Robin supiera algo sobre el paradero de Amanda, te lo diría?

—¿Y qué es lo que sabes tú? —insistí.

Louise me respondió con una sonrisa conciliadora.

—Sé que tengo unos pendientes que te quedarán genial con esa boina.

—Me tengo que ir —dije suspirando, y me levanté del mostrador.

—Espera, Nía, no te vayas. Aún no hemos terminado de hablar.

—Para lo que me vas a contar…

—Oye —alargó la mano para tocarme el brazo—, si Amanda está escondida en alguna parte, ¿no crees que tendrá una razón de peso para hacerlo? Puede que corra peligro si se deja ver.

—Lo sé.

—Bien, pues entonces.

—Es solo que la echo de menos, Louise, y quiero asegurarme de que está bien —odiaba parecer tan vulnerable, pero no tuve más remedio que decirlo en voz alta.

—Todos deseamos eso. Pero recuerda que aunque te duela estar lejos de ella, no pasa un solo día sin que Amanda esté a tu lado.

—Sí, ya, pero en secreto. Nos observa, no deja pistas y nos pone la cabeza como un bombo.

—No me has entendido —replicó poniéndose muy seria—. Lo que quiero decir es que ella está dentro de ti, que se ha convertido en una parte de ti misma. Fíjate en ti, Nía, ya no eres la misma chica que entró por esa puerta hace apenas un par de meses. Y no me refiero solo a tu nuevo look, nena —añadió al tiempo que me guiñaba un ojo y señalaba con la cabeza mis botas de piel de serpiente.

—Sí, supongo que tienes razón —asentí.

Me sentía mucho mejor después de escuchar sus palabras.

—Y ahora hazme un favor y pruébate estos pendientes.

Sonreí, consciente de que Louise había admitido que conocía a Robin, y eso era un gran paso adelante. Estaba claro que ya no podría sacarle ninguna otra información. Al menos de momento. Me puse los pendientes y me miré en el espejo. Quedaban de maravilla con la boina. Otra cosa no, pero no se podía negar que Louise tenía buen ojo para estas cosas.