Capítulo 4
Al día siguiente, en el instituto no se hablaba de otra cosa que del concurso de talentos que tendría lugar el viernes.
—La verdad es que con todo este asunto de Amanda, no pensaba participar, pero los chicos cuentan conmigo…
Hal se refería a su grupo, Girl Like Me, en el que tocaba la guitarra.
—A mí me parece genial —le animó Callie.
Nos habíamos reunido en la biblioteca durante el recreo para hablar de esa llamada de teléfono que teníamos pendiente, pero ya llevábamos allí un rato y todavía no habíamos tocado el tema.
—Amanda hubiera querido que participaras, ¿no crees? —insistió Callie, dirigiéndole una sonrisa que resaltó sus hoyuelos.
Hal se encogió de hombros, rojo como un tomate. Aunque le daba corte recibir tanta atención por parte de Callie, habría que estar ciego para no darse cuenta de que en el fondo le encantaba. Se notaba en cómo sonreía y se mordía el labio cada vez que los dos intercambiaban una mirada.
—Bueno, centrémonos —dije, tratando de encaminar la conversación al tema que teníamos entre manos.
Pero no hubo forma de que dejaran de hablar del concurso de talentos.
Hal dijo que iba a pasarse por la tienda de instrumentos después de clase, y Callie mencionó de pasada que se libraba del playback que montaban todos los años por haber mandado recientemente a paseo a las Chicas I y todos sus privilegios.
—¿Tú vas a hacer algo, Nia? —me preguntaron los dos de pronto.
—¿Estáis de coña?
Miré de reojo a la señora Wisp, más conocida como Doña Susurros. Parecía que la bibliotecaria estaba demasiado ensimismada clasificando libros como para echarnos la bronca por levantar la voz.
—¡Pero no puedes faltar! —Exclamó Hal—. Llevamos semanas ensayando una canción nueva y me gustaría que la escucharas. Bueno, quiero decir, me gustaría que la escucharais las dos —se corrigió rápidamente.
Y justo entonces se oyó un estruendo y los tres pegamos un brinco. Zoe Costas se había chocado con una pila de diccionarios que había cerca de nuestra mesa. Era la chica que hacía fotos para el periódico del instituto y tocaba el saxo en varios grupos. Mientras la señora Wisp se apresuraba a recoger los libros del suelo, caí en la cuenta de que deberíamos andar con más cuidado. Siempre podía haber alguien merodeando por los alrededores.
No tardé en comprobar mi teoría. De pronto oí a alguien mascando chicle detrás de mí y me di la vuelta enseguida. Para mi gran sorpresa, se trataba de Heidi y sus clones, las Chicas I. Pensaba que la biblioteca era territorio inhóspito para ellas (al igual que los restaurantes de comida rápida para mi madre). Kelli y Traci parecían enfrascadas en sus deberes, pero Heidi nos lanzó una mirada fulminante.
Callie hizo un esfuerzo por ignorarla y centró toda su atención en la foto de la soupe á l’oignon que aparecía en su libro de Francés.
Estaba a punto de sacar el tema del logotipo del ojo, cuando sentí que alguien me daba unos golpecitos en el hombre.
Era Heidi.
—Vaya, si son los tres mosqueteros —dijo.
Le aparté la mano.
—Me sorprendes, Chica I. has sido capaz de decir más de tres palabras seguidas, y además has citado una obra literaria, ¡increíble! —me burlé.
Heidi soltó un bufido.
—Solo he venido a deciros dos cosas —empezó sin levantar la voz—. En primer lugar, quiero dejar claro que ya que has decidido tirar tu vida social a la basura, Callie, puedes ir olvidándote de actuar con nosotras el viernes.
—Como puedes ver —señalé, y le dirigí una sonrisa cómplice a Callie—, está desolada por la noticia.
—Pues debería estarlo —replicó Heidi, empezando a acalorarse—. La gente se pregunta por qué sigues saliendo con estos pringados. Al principio pensábamos que era por pena…
—¿Y ahora? —le preguntó Callie, alzando la cabeza y mirando a la líder de las chicas I directamente a los ojos.
—Ahora creemos que eres tú la que da pena.
—Sí, muy bien, Heidi, pero ve al grano —intervino Hal con el semblante muy serio—. ¿Qué otra cosa querías decirnos?
—Bueno, se rumorea que estáis buscando a Amanda —dijo Heidi con una sonrisa maliciosa—. ¿Y bien? ¿Habéis encontrado algo? Más allá de lo que ponéis en esa web tan cutre, claro…
—No es cutre —replicó Hal—. Y en cualquier caso, ¿a ti qué te importa? Todo el mundo sabe que odiabas a Amanda.
—Odiar es una palabra demasiado fuerte.
—Sí, pero muy apropiada en este caso —añadió Hal.
—Bueno, va, lo que tú digas —dijo Heidi sacudiendo su melena dorada—. Pero a ver, ¿habéis conseguido algo o no?
—Igual todavía no te has enterado de que no estás en nuestra lista de confidentes.
—Vale, vale, tampoco hace falta que te pongas así, Nia —se defendió Heidi, quitando una pelusilla de la sudadera de Hal—. Endeavor es un lugar mucho más tranquilo desde que ella no está. Se acabó todo eso de ver frikis con peluca y ropa de mercadillo rondando por los pasillos.
—También es más tranquilo desde que no hay ningún subdirector que te pare los pies siempre que se te antoje algo, ¿no? —le dije para picarla.
—¿Por qué no te metes en tus asuntos? —estalló Heidi.
—¿Y por qué debería hacerlo? —repliqué, alentada por su rabieta.
—Ya he perdido bastante tiempo. No pienso dejar que me vean hablando con unos pringados como vosotros.
Y dicho esto, se dio la vuelta y se fue corriendo hacia Kelli y Traci, que seguían afanadas en sus tareas.
—¿A qué ha venido todo eso? —Preguntó Hal cuando Heidi ya estaba demasiado lejos para oírnos.
Negué con la cabeza, pensativa. ¿Y si Heidi sabía algo sobre la desaparición de Amanda que nosotros desconocíamos?