Capítulo 25
Recorrimos el sendero de tierra a toda velocidad y después atajamos campo a través hasta llegar a un camino de gravilla. El aullido de la sirena perdía intensidad conforme nos íbamos alejando, pero nuestros jadeos se hacían cada vez más frecuentes.
Cuando ya llevábamos un buen rato pedaleando, escuché un ruido detrás de mí. Había sonado como un reventón. Al girar la cabeza, vi que Zoe se tambaleaba sobre su bici, haciendo eses de un lado a otro del camino.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
Zoe se había quedado varios metros atrás.
—No lo sé —respondió—, no consigo controlar la bici.
No podíamos parar en ese momento. ¡Ni en broma! ¡Sería una locura! Nuestros perseguidores nos pisaban los talones, así que no quedaba otra que seguir adelante.
—Chicas, no lo entiendo, ¿qué sentido tiene la sirena? —preguntó Hal, jadeante—. No es lógico que se expongan de esa manera… Es decir, igual es cosa mía, pero si yo tuviera a alguien encadenado en el sótano, trataría de pasar lo más desapercibido posible.
—Puede que no les importe llamar la atención. No me extrañaría nada que la policía también estuviera metida en todo esto —dije, pensando en el jefe Bragg y el agente Marsiano.
—¿Alguien sabe a cuánto estamos de la ciudad? —logró preguntar Callie, casi sin aliento.
Hal negó con la cabeza, desorientado. En nuestro afán por huir, nos habíamos alejado de cualquier sitio conocido.
Aproximadamente un kilómetro después, Zoe nos avisó de que estaba teniendo serios problemas con las marchas de su bici. Hicimos una parada muy breve para inspeccionarla y fue entonces cuando encontramos la fuente de aquel ruido.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Hal conteniendo una risita.
—No sé por qué lo dudas —dije, sorprendida de que incluso lo cuestionara—. ¿Te has olvidado ya de que SuperCallie fue quien nos abrió la puerta de la verja y la del sótano, reventando los dos candados con sus propias manos?
Callie me sonrió.
—¿Y qué tal si descansamos un rato? —dijo secándose el sudor de la frente con la manga de su vestido.
Entonces señaló un granero situado un poco más adelante. No había coches en las proximidades y las malas hierbas campaban a sus anchas. Todo apuntaba a que estaba abandonado.
—Me parece bien, no podemos seguir alejándonos sin saber muy bien hacia dónde vamos —asintió Zoe, al tiempo que sacaba un mapa del bolsillo trasero de la falda.
—Sí. Además, no creo que vayan a encontrarnos ya —añadió Callie.
—Está bien —concedió Hal, todavía un poco reticente—. Pero solo unos minutos. Tenemos que ponernos en marcha pronto porque no hay farolas por aquí y va a anochecer de un momento a otro.
Desmontamos y llevamos las bicis a pie hasta la fachada del granero. Por si todavía nos quedaba alguna duda, las pintadas que plagaban las puertas nos confirmaron que estaba abandonado. Uno de los grafitis con espray decía: «Viva el vudú».
Hal señaló un candado reventado que seguía colgando del pestillo de la puerta.
—¿Seguro que no has estado aquí antes? —le preguntó a Callie.
—Qué payaso eres —respondió ella entre risas mientras empujaba la puerta.
La seguimos hacia el interior, cargando con las bicis.
Al parecer, alguien se había montado una buena juerga dentro. Había botellas de cerveza y bolsas de patatas esparcidas por el suelo. También encontramos alguna que otra pintada, además de un montón de firmas desperdigadas por las paredes desnudas del granero: «Cerdo», «Muerte al vudú» (una ingeniosa réplica al grafiti de fuera, todo sea dicho), «Historias del Tarot», etc.
—Tarot —susurró Callie recordando la carta del cangrejo que Bea recibió en el hospital.
—¿Una coincidencia? —preguntó Hal.
—Si te soy sincera, no tengo la menor idea —dije.
Me dejé caer sobre una de las numerosas balas de heno, apoyé la cabeza entre las rodillas y traté de controlar la respiración para disipar la angustiosa sensación que tenía dentro del pecho. Cuando por fin conseguí recuperar la compostura, me incorporé de golpe y miré a Zoe con suspicacia. En el instituto solía esconderse detrás de la cámara o del saxofón, y aunque ahora no los tenía consigo, daba la impresión de que seguía estando a la defensiva.
—¿Y bien? ¿Qué tal si nos cuentas cómo has llegado hasta aquí? —le dije.
—Sobre la bici de Callie, ¿o es que no te acuerdas? —replicó vacilándome—. Es evidente que con la rueda pinchada no podría haber llegado muy lejos, ¿no crees?
—Ya sabes a lo que se refiere —intervino Hal, que parecía muy sereno; tanto, que resultaba casi intimidante—. Creo que nos debes una explicación.
—Es posible —respondió Zoe, que seguía junto a la puerta del granero— , pero todavía no puedo deciros nada.
—Pues yo estoy con ellos —dijo Callie—. Así que más te vale que empieces a hablar, guapa.
Zoe negó con la cabeza y se cruzó de brazos.
—Hacedme caso: no es el momento.
—¿Y cuándo lo será? —replicó Hal, sentándose a mi lado—. No sé quién te crees que eres, pero…
—¿Nos has seguido desde el instituto? ¿O ya estabas allí cuando llegamos? —añadí.
Recordé que Hal había oído un ruido justo antes de que entráramos al hangar.
—Mirad, os lo contaré todo muy pronto —dijo Zoe—. Pero por ahora no puedo deciros nada más. Todavía no. De verdad que lo siento, chicos, pero si hubierais pasado por lo mismo que yo, también os andaríais con ojo.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Callie—. ¿Por qué has tenido que pasar?
—Déjalo, ahora no —repitió Zoe, fulminando a Callie con la mirada.
Percibí en su rostro un atisbo de tristeza que casi hizo que me sintiera mal por presionarla tanto.
—No puedo deciros más —añadió entonces, a modo de disculpa.
De repente, dejó de importarme de dónde hubiera salido Zoe. Fue como si se hubiera vuelto invisible. Dos segundos antes, mi prioridad era descubrir qué estaba haciendo aquí, pero ahora todas las preguntas empezaban a desvanecerse de mi mente. Fue algo muy extraño. Zoe no suponía un peligro para nosotros, al contrario que los tipos que nos estaban persiguiendo. La clave estaba en trazar un plan antes de que nos encontrasen.
—¿Puede alguien decirme qué rayos está pasando aquí? —preguntó Callie frotándose las sienes, harta de toda aquella situación.
Más tarde, Callie me confesó que ella también tuvo esa sensación de cambio repentino en su escala de prioridades, su propio momento Star Wars en plan «estos no son los androides que buscamos».
—¿O explicarnos lo que acaba de ocurrir? —añadí.
—Es probable que Thornhill corra un grave peligro. Ahora mucho más que nunca. Van a saber que hemos ido a verle. No olvidéis que dejamos el candado roto…
—Gracias por recordármelo, pensaba que ya no podía sentirme peor —suspiró Callie, dando vueltas de un lado a otro y pisando una pila de envoltorios de caramelos—. Lo más seguro es que se lo lleven de ahí. Igual se piensan que vamos a contárselo todo a las autoridades.
—Y eso haríamos… si pudiéramos confiar en ellas —aseguró Hal.
—Por cierto, chicos, he visto a Waverly —dije.
—¿En el hangar? —preguntó Callie, sorprendida.
Asentí y miré a Zoe. Me daba un poco de cosa revelar información delante de ella, pero…
—Cuando volví a recoger el fular, Waverly entró por una puerta lateral y empezó a hablar con el guardia.
Hal sacó la botella de agua de su mochila y se bebió la mitad de un trago.
—Así que está metida en esto —dijo—. No es que me quedaran muchas dudas al respecto, pero al menos ahora estamos seguros.
—Hay algo más —dije, incapaz de sacarme aquella imagen de la cabeza—. ¿Os fijasteis en el colgante que llevaba Thornhill?
Hal y Callie negaron con la cabeza.
—Estuve ocupada maquinando la forma más rápida de desenchufarle de todos esos monitores de una vez, para que pudiéramos huir con él rápidamente si sonaba una alarma o algo —dijo Callie—. También estuve calculando el mejor ángulo para subirle por la escalera sin necesidad de desatarle de la camilla.
Zoe se puso a juguetear de nuevo con su melena, ocultando el rostro.
—El colgante era ovalado y estaba bastante deteriorado —les conté—. Creo que podría tratarse de un medallón.
—Pero si Thornhill es un hombre… —dijo Callie.
—Muchos hombres llevan medallones, sobre todo los que están en el ejército —expliqué—. Los usan porque pasan mucho tiempo lejos de sus familias y así pueden llevar las fotos de sus seres queridos cerca del corazón.
—Vale, bien —concedió Callie—, pero que yo sepa Thornhill no ha estado nunca en el ejército…
—Pero eso no quita que no pueda estar lejos de su familia —musitó Hal.
—Bueno, ahora sí, teniendo en cuenta que está encerrado —afirmó Callie, y se dio unos golpecitos en la barbilla, pensativa.
—Mi teoría es que la foto que encontramos en la caja de Amanda, esa que tenía las cabezas recortadas…
—Un momento —me interrumpió Hal—. ¿Estás insinuando que las cabezas podrían estar en el medallón de Thornhill?
—Es una posibilidad, sí —asentí—. Igual Thornhill juega un papel mucho más importante en la desaparición de Amanda.
—Eso explicaría que supiera lo de su hermana mayor—dijo Callie—. Y lo de su verdadero nombre…
—Sí, pero no olvides que es el subdirector del instituto y que tenía acceso a su expediente —le recordé—. Es posible que lo hubiera visto en su ficha.
Hice una pausa antes de proseguir.
—También es cierto que no encontramos el expediente de Amanda en su despacho. Y, en el caso de que existiera, estoy segura de que sería falso, teniendo en cuenta todas las historias que se inventó. Sea como sea, lo que está claro es que Thornhill parece saber muchas cosas sobre ella.
—Oye, ¿crees que Thornhill les contará a esos guardias dónde encontrarnos? —preguntó Hal.
Negué con la cabeza, pues recordaba su firmeza al decirnos que debíamos hacerles creer que eran ellos quienes tenían el control de la situación.
—No. Se hará el tonto, seguro. Dirá que no sabía quiénes éramos y que no llegó a hablar con nosotros. Algo así.
—¿Y qué pasa si han grabado la conversación? —preguntó Hal.
—Thornhill no nos delatará —sentenció Zoe.
El sonido de su voz fue tan inesperado que tardé unos instantes en comprender el sentido de sus palabras. Esa misteriosa sensación que había tenido antes, la que me hizo dejar de preocuparme por Zoe, había desaparecido.
—¿Y tú cómo lo sabes? —inquirió Callie.
—Porque le conozco mucho mejor que vosotros. Thornhill está de nuestra parte. Y punto.
—¿Ah, sí? ¿Igual que conoces a Amanda? —me burlé—. ¿Igual que sabías que su verdadero nombre es Ariel?
—Pues sí —respondió Zoe sin inmutarse.
—¿Te importaría explicárnoslo? —le pidió Hal.
Zoe se arremangó y nos mostró un grueso brazalete de cuentas. Juraría que se lo había visto a Amanda alguna vez. Cuando vio que me había fijado en ese detalle, volvió a bajarse la manga.
—¿Y bien? Somos todo oídos —dijo Callie con los brazos cruzados.
Intentó adoptar una pose intimidante, pero su vestidito de verano y sus manoletinas no ayudaban demasiado.
—En otro tiempo, Thornhill fue amigo de mis padres —dijo Zoe encogiéndose de hombros—. Cuando yo tenía tres o cuatro años, solía venir a casa y nos traía regalos a mí y a mis hermanas. Mis padres solían sentarse con él en el porche trasero mientras nosotras jugábamos con lo que nos traía. Por aquel entonces no se apellidaba Thornhill. Para cuando entré en el colegio, él ya se había mudado. Y eso es todo, no tiene mayor importancia…
—Pues si dices que Thornhill tiene una doble vida, algo de importancia tendrá, ¿no? —repliqué.
—Sí. Además, no estarías aquí si no fuera algo importante —añadió Hal.
—La verdad es que os llevo siguiendo desde hace semanas —reconoció Zoe encogiéndose de hombros.
—¿¿¿Qué??? —exclamé.
El estómago me dio un vuelco, aunque en el fondo aquella revelación no me sorprendió en absoluto. Al fin y al cabo, habíamos tenido la sensación de que alguien nos seguía… Varias veces, incluso. Y todo apuntaba a que había sido Zoe.
—Es cierto —dijo Zoe, tan lacónica como siempre, como si seguir a tus compañeros de clase fuera la cosa más normal del mundo.
—¿Pero por qué? —preguntó Callie, inquieta.
—Porque yo también estoy buscando a Amanda.
—¿Pero por qué la estás buscando? —insistí, con un tono frío e inquisitivo.
—¿Y por qué la buscáis vosotros? —replicó.
—Porque Amanda es nuestra amiga —sentencié, poniéndome ya un poco borde.
Zoe se puso a juguetear con su brazalete, sin molestarse ya en esconderlo.
—Y también es amiga mía.
Negué con la cabeza ante aquella nueva evidencia de lo poco que sabíamos sobre los secretos y los amigos ocultos que escondía Amanda.
—¿Y cómo sabemos que estás diciendo la verdad? —preguntó Callie.
—¿Qué queréis que os diga? —Zoe se encogió de hombros—. Amanda y yo pasamos mucho tiempo juntas antes de que desapareciera. Ya sabéis que era una magnífica pianista de jazz, ¿no? Solíamos tocar juntas en el Arcadia.
—¿Que hacíais qué? —preguntó Callie, boquiabierta.
—En serio, seguro que la habéis visto tocar —dijo Zoe.
—Amanda no tocaba ningún instrumento. Le gustaba la música, claro, pero nunca me dijo que supiera tocar —protestó Hal.
—En ese caso, es evidente que no la conocías tan bien como yo —replicó Zoe.
Un golpe directo. La mirada de Hal delató lo dolido que se sentía. Incluso se levantó de golpe y empezó a dar vueltas por el granero, muy molesto por aquella revelación.
—En fin, en el fondo no es tan raro que Amanda formara parte de una banda —dijo Callie pensando en voz alta—. Al fin y al cabo, le encantaba todo aquello que tuviera que ver con el arte y la cultura. Y encima se le daba bien.
—¿Y qué sabes de su familia, Zoe? —pregunté, ansiosa por comparar la historia que le habría contado Amanda con las que conocíamos nosotros.
—Amanda vivía con Robin y con su madre en la misma ciudad que yo, Pinkerton, hasta que un día se mudó. Fue así sin más, de un día para otro. Nadie sabe por qué se marcharon. Simplemente llegué una tarde a su casa y vi el letrero de «Se alquila» en la entrada.
Sentí un hormigueo en el estómago al comprobar que por fin nos estábamos acercando a la verdad. Una verdad radicalmente distinta a la que creíamos conocer.
—Lo estoy ñipando —dijo Callie.
Hal inspiró profundamente, atónito también ante aquella revelación.
—¿Y dónde estaba el padre de Amanda? —preguntó de repente.
—Muerto, según me contó —respondió Zoe—. Pero otras veces decía que estaba de viaje o que había desaparecido. Aunque en realidad no le gustaba hablar de él. Ni siquiera estoy segura de que Amanda supiera quién era. En lo que respecta a Robin, su hermana mayor, lo cierto es que nos trataba muy bien y siempre nos llevaba al parque, a por un helado, a dar una vuelta en bici…
—¿Y qué hay de la madre de Amanda? —pregunté.
—También era genial. Era muy creativa y tenía una energía inagotable. Pero siempre estaba muy ocupada, así que apenas la veía. Fue terrible que muriera en ese accidente de tráfico.
—Thornhill dijo que Robin está en Washington —comenté—. ¿Sabes por qué?
—¿Crees que Amanda está con ella? —añadió Callie.
—Basta de preguntas —dijo Zoe—. Me toca a mí.
—De eso nada. Aquí las reglas las ponemos nosotros —protestó Hal.
—Qué curioso —dijo Zoe, antes de hacer una nueva pausa para beber— . Eso fue exactamente lo que Amanda dijo que diríais.
—¿¡Qué estás insinuando!? —exploté frunciendo el ceño.
—Hay muchas cosas que no sabéis de mí —dijo.
Y no le faltaba razón: Zoe parecía estar en todas partes, invisible pero omnipresente.
—¿Qué es lo que no sabemos? —le pregunté, harta de tanto misterio.
—Para empezar, y al contrario que vosotros, yo no acepté ser su guía… Al menos, no desde el primer momento.