Capítulo 22
Recorrimos el hangar a toda velocidad en busca de cualquier cosa que pudiera darnos una pista sobre el paradero de Amanda. Mientras Callie hurgaba entre los papeles que había sobre el escritorio del guardia, Hal intentó abrir uno de los cajones de embalaje. Yo me encargué de inspeccionar el portaequipajes.
—¿Encontraste algo? —le pregunté a Hal.
Había conseguido levantar la tapa y ahora estaba rebuscando entre lo que parecían latas de sopa de verduras. Hal negó con la cabeza y se dirigió a otro cajón.
Yo tampoco había tenido suerte. El portaequipajes estaba vacío a excepción de un bolso de viaje lleno de material de embalaje.
—Por aquí, nada —dijo Callie cuando me reuní con ella frente al escritorio.
Las carpetas contenían distintos tipos de recibos de equipo de mantenimiento, entregas de aceite y reparaciones de aeronaves, entre otras cosas. Saqué una carpeta azul (la única de ese color) de una pila, cerré los ojos y pasé los dedos sobre la solapa, concentrándome con todas mis fuerzas. Pero nada, no conseguí tener ninguna visión.
Abrí la carpeta. Dentro había un mapa de Orion. Alguien había rodeado con círculos varios puntos de la ciudad.
—¿Qué es eso? —preguntó Callie.
—No estoy segura —respondí.
Me fijé en que uno de los lugares señalados era el edificio de la calle Rantoul, donde estaba la farmacia que visité con Amanda y posteriormente la agencia de viajes.
—Echa un vistazo a esto —le dije, suponiendo que los demás círculos marcaban otras propiedades de la antigua Escuela de Farmacia de Orion.
De pronto, se oyó un golpe que me dejó sin aliento. Me di la vuelta y comprobé que a Hal se le había caído uno de los cajones sin querer. De inmediato, miré hacia la puerta del hangar, temiendo que el guardia hubiera oído el ruido.
Hal señaló un enorme armario de metal al otro lado del escritorio. Fuimos corriendo hasta él y nos acurrucamos contra las puertas mientras Hal se afanaba por encontrar la combinación del cerrojo.
En ese momento, sentí como si una corriente eléctrica me recorriera las venas. Me tambaleé y estuve a punto de caerme al suelo.
—¿Qué ha sido eso? —susurró Callie, como si ella también lo hubiera sentido.
Y entonces toqué el picaporte de la puerta. De repente apareció en mi mente la imagen de una escalera de metal y una habitación subterránea.
—El guardia está volviendo —dijo Hal—. Llegará en menos de un minuto.
—¿Cómo lo sabes? —le pregunté.
Hal negó con la cabeza, incapaz de explicar su presentimiento. Mientras tanto, Callie nos apartó, se acuclilló apoyando la oreja sobre el cerrojo y empezó a girar la rueda. Igual si escuchábamos los chasquidos con atención, como ocurría en las pelis…
Contuve el aliento.
Entonces me fijé en una etiqueta de color rojo brillante que había sobre el armario: «Propiedad de la Escuela de Farmacia de Orion».
—El guardia está a diez metros del hangar —dijo Hal.
Callie probó a tirar del candado… pero no se abrió.
—¿Qué hacemos? —pregunté, acurrucándome aún más contra la puerta y rezando para que el guarda no nos viera.
Callie inspiró profundamente y, con un rápido movimiento, tiró con fuerza del candado, haciéndolo añicos. Del impulso, cayó de espaldas y aterrizó sobre el suelo de hormigón. Hal y yo la ayudamos a levantarse.
Y entonces volví a sentir que una corriente eléctrica me recorría la espina dorsal.
—¿Qué está pasando? —preguntó Hal.
Ninguno teníamos la respuesta. Lo único seguro era que se nos acababa el tiempo.
—Ya está doblando la esquina —dijo Hal refiriéndose al guardia.
Abrimos el armario y nos metimos dentro a toda prisa. Pero cuando cerramos la puerta, descubrimos que en realidad era una puerta que conducía a una habitación subterránea. Ante nosotros descendía una inestable escalera de metal, idéntica a la que había visualizado en mi mente apenas un rato antes. Tenía veinte escalones; lo sabía porque los había contado uno a uno para mantener la calma.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —dijo una voz antes de que alcanzáramos el último escalón.
Me quedé de piedra al ver a quién habíamos encontrado.