18

¡Dios mío! Cómo pasaba el tiempo. Karen se sorprendió de que ya fueran más de las dos.

Le parecía que acababa de prometerle a Nimrod que iría al hospital «Redwood Grove»; sin embargo, habían pasado varias horas. Claro que las compras les habían llevado más tiempo del que suponían —¿no es así siempre?—, pero se había comprado un bonito vestido a precio de liquidación, un par de zapatos, varios artículos de papelería que necesitaba y un collar de cuentas de cristal que le gustó. El collar, que afortunadamente no era caro, sería perfecto para su hermana; se lo daría a Cynthia el día de su cumpleaños, que era pronto. Josie tenía una lista de productos de farmacia que necesitaba y eso les llevó aún más tiempo. Pero todo había salido bien y a Karen le encantó andar de compras, que hicieron en una gran galería llena de color, a solo dos manzanas de su apartamento. Otra ventaja de la galería era que Karen podía ir allí directamente en su silla de ruedas, conduciéndola ella misma, cosa que prefería.

Una cosa que no tuvieron que hacer fue comprar comida, porque Karen se quedaría en «Redwood Grove» durante los cortes de energía eléctrica. Parecía que serían frecuentes hasta que se solucionara el conflicto del petróleo con la OPEP, cosa que había que rogar que ocurriera pronto.

No había querido detenerse a pensar sobre todo el tiempo que tendría que pasar en el hospital, pero estaba segura de que echaría mucho de menos su apartamento. El hospital le daba tranquilidad, especialmente ahora, con su segura provisión de energía. De todos modos, no dejaba de ser un establecimiento bastante espantoso en cuanto a la comida, ¡uf!

La comida del hospital era otra de las razones por las que se había retrasado.

Josie sugirió, y Karen estuvo de acuerdo, que sería más agradable almorzar en el apartamento antes de salir; de todos modos, cuando llegaran a «Redwood Grove» ya habrían servido el almuerzo. Cuando volvieron de las compras, Josie preparó la comida para las dos mientras Karen seguía escribiendo un poema que pensaba mandarle a Nimrod.

Y a habían terminado de almorzar y Josie preparaba una maleta con las cosas que Karen necesitaría en el hospital.

Con un repentino impulso afectivo, Karen dijo:

—¡Josie, eres un encanto de persona! Haces tanto; no te quejas nunca; y me das tanto más de lo que yo jamás podré darte.

—Me das bastante con estar junto a ti —dijo Josie, sin levantar los ojos, mientras seguía haciendo la maleta. Karen sabía que las demostraciones de afecto molestaban a su casera y auxiliar, pero no se detuvo.

—Josie, deja todo eso y ven. Quiero darte un beso.

Josie se acercó con una sonrisa tímida.

—Abrázame —le dijo Karen. Cuando lo hizo, Karen la besó y le dijo—: Querida Josie, te quiero mucho.

—Y yo te quiero a ti —dijo Josie; luego se soltó y volvió a las maletas.

Cuando terminó, anunció:

—Ya estamos listas. Bajo y traigo a Humperdinck. ¿Estarás bien si te dejo?

—Claro. Mientras estés fuera haré una llamada telefónica.

Josie le puso la cinta del teléfono. Uno o dos minutos después, Karen oyó que se cerraba la puerta del apartamento.

Karen tocó el microconmutador del teléfono con la frente.

Oyó un ruido de llamada por el auricular y luego una voz.

—Operadora. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Tengo servicio manual, operadora. ¿Me marca el número, por favor? —Karen dio el número de su teléfono y luego al que llamaba: la casa de sus padres.

—Un momento —hubo una serie de ruiditos y luego el tono de llamada.

Karen esperó que contestaran la llamada, como generalmente ocurría, al segundo o tercer timbrazo, pero se sorprendió al oír que continuaba sonando. Karen había hablado con su madre esa mañana temprano, y sabía que Henrietta Sloan no se sentía bien y no pensaba ir a trabajar, ni salir de casa.

Karen pensó que probablemente la operadora había marcado mal el número.

Cortó, moviendo la cabeza contra el microconmutador, y lo intentó otra vez. Nuevamente la llamada. Nuevamente sin contestación.

Karen intentó otro número: el de Cynthia. También una llamada continua sin contestación.

Extrañamente, Karen sintió una vaga intranquilidad. Rara vez se quedaba sola en el apartamento, y en las pocas ocasiones en que eso ocurría, le gustaba estar en contacto con alguien por teléfono.

Cuando le dijo a Josie que podía bajar, lo hizo sin pensar. Ahora deseaba no haberlo hecho.

En ese preciso momento, se apagaron varias luces en el apartamento, se detuvo el acondicionador de aire en la ventana y Karen sintió una pequeña alteración en el ritmo cuando su respirador cambió de la energía del edificio a la batería.

Sobresaltada, recordó algo que tanto ella como Josie habían pasado por alto. La batería de la silla de ruedas, que había utilizado mucho durante su salida de compras, debió haber sido cambiada en cuanto volvieron. En cambio, Josie había conectado la silla a la instalación eléctrica del edificio, y había puesto la batería de la silla en «carga». Pero se necesitarían por lo menos seis horas de carga para compensar lo que había gastado por la mañana, y apenas había pasado una y ahora, con el corte de electricidad, la carga se había detenido.

A la derecha de la silla de Karen había una batería cargada, lista para instalar antes de salir para el hospital. Karen la veía. Pero no tenía modo de tocarla.

Esperó que la corriente volviera en pocos minutos. Y deseó más que nunca que Josie volviera rápido.

Karen decidió hablar con Nimrod. Parecía que el corte no programado que le había mencionado como «posible» y «una precaución extrema» se había producido realmente.

Pero cuando oprimió el microconmutador del teléfono oyó una grabación: «Todos los circuitos están ocupados. Por favor, corte y llame más tarde.»

Lo intentó otra vez. «Es un aviso grabado…»

Una vez más. El mismo resultado.

Porque lo había leído, Karen sabía que siempre que había un apagón extenso las líneas telefónicas se atascaban porque las quería utilizar más gente que la que el sistema podía admitir. Además, muchos llamaban a la operadora para preguntar qué ocurría, impidiendo así que se pudiera conseguir una.

Comenzó a sentirse realmente alarmada. ¿Dónde estaba Josie? ¿Por qué tardaba tanto? ¿Y por qué no venía el encargado, Jiminy, para ver si estaba bien, como hacía siempre que ocurría algo extraordinario?

Aunque Karen no tenía cómo saberlo, una combinación de hechos había contribuido a ponerla en esa situación de peligro.

A las once menos cuarto, cuando Karen y Josie se preparaban para salir de compras, Luther Sloan fue arrestado; le acusaban de un total de dieciséis cargos, todos delitos previstos en el capítulo 6930 del Código Penal de California, que se refiere específicamente al robo de gas.

Desde ese momento, Henrietta Sloan, asustada, desesperada y sin experiencia alguna en esas cuestiones, trató de conseguir la libertad bajo fianza de su marido. Poco antes de mediodía llamó a su hija Cynthia pidiéndole ayuda. Cynthia le encargó a una vecina que se ocupara de su hijo cuando volviera de la escuela, y se fue a ver a su madre. El marido de Cynthia estaba trabajando y no volvería hasta la noche.

Mientras Karen trataba de telefonear a su madre y su hermana, las dos iban y venían entre la oficina de fianzas y la prisión donde estaba detenido Luther Sloan.

Cuando se produjo el corte de energía, estaban en la sala de visitas de la prisión, pero ellas no se dieron cuenta. La prisión tenía su propio generador auxiliar, y si bien las luces oscilaron brevemente, se encendieron de nuevo en seguida en cuanto el generador se puso en marcha automáticamente.

Minutos antes, Henrietta Sloan y Cynthia habían hablado de telefonear a Karen, pero decidieron no hacerlo para no angustiarla.

Ninguna de las dos, ni Luther Sloan, se enterarían del corte de energía hasta dos horas más tarde cuando la fianza quedó finalmente aceptada y los tres salieron de la cárcel.

Pocos minutos antes de que se apagaran las luces en el apartamento de Karen y de que el respirador de su silla de ruedas cambiara a batería, Bob Ostrander le había gritado al operador jefe de la planta La Mission: «¡Párelo todo! ¡Párelo ya!»

Cuando el operador lo hizo, el sistema de transmisión de la «CGS», sin aviso previo, quedó sin tres millones doscientos mil kilovatios de energía, en momentos en que la empresa operaba con una reserva mínima, en una tarde calurosa de mayo, con una carga exagerada para la estación debido al gran uso de acondicionadores de aire.

Resultado: una computadora de control, al comprobar que había ahora insuficiente energía en la línea para responder a la demanda, cortó instantáneamente los interruptores de circuitos de alto voltaje, sumiendo en un apagón a una amplia zona del sistema de la «CGS».

El edificio de apartamentos de Karen estaba en uno de los barrios afectados.

Josie y el encargado Jiminy quedaron atrapados en el ascensor de la casa y gritaban desesperados tratando de llamar la atención.

Cuando Josie dejó a Karen, caminó rápidamente hacia una estación de servicio cercana, en la que había dejado a Humperdinck esa noche. El arrendatario conocía a Karen y permitía que aparcaran la camioneta sin cobrarles. Josie no necesitó más de diez minutos para sacar a Humperdinck y parar delante de la puerta de la casa de apartamentos, donde se podía cargar la silla de Karen con comodidad.

El viejo y enjuto encargado estaba retocando la pintura fuera cuando Josie volvió. Le preguntó:

—¿Cómo está nuestra Karen?

—Bien —le contestó Josie, y le contó que se iban al hospital «Redwood Grove» por el corte del día siguiente. El encargado dejó la pintura y el pincel y dijo que subiría a ver si podía ayudar en algo.

En el ascensor, Jiminy apretó el botón del sexto piso y comenzaron a subir. Estaban entre el tercero y el cuarto cuando el ascensor se detuvo y se apagó la luz. En una repisa había una lámpara de emergencia a pilas, y Jiminy la encendió. En esa luz pálida oprimió todos los botones sin ningún resultado.

En seguida los dos comenzaron a gritar pidiendo ayuda.

Ya hacía veinte minutos que gritaban sin respuesta.

En el techo del ascensor había una pequeña escotilla, pero tanto Josie como Jiminy eran bajos, y aun subiéndose uno a los hombros del otro —cosa que intentaron por turno— apenas pudieron moverla. Aun de lograrlo, hubiera sido difícil escapar del hueco del ascensor.

Hacía rato que Josie se había acordado de la batería casi descargada de Karen, y sus gritos se hicieron más desesperados; le caían las lágrimas por las mejillas y su voz enronquecía.

Aunque no lo sabían, Josie y Jiminy permanecerían en el ascensor casi tres horas, hasta que volvió la energía eléctrica.

La compañía de teléfonos informó luego que, si bien los generadores de emergencia funcionaron, durante la primera hora del apagón, la demanda de servicios no tuvo precedentes. Miles de llamadas quedaron sin completar, y muchos que intentaron hablar con la operadora para obtener información no lo consiguieron.

Nim Goldman, presionado en varios frentes por la repentina falta de energía, pensó brevemente en Karen y le alivió recordar que esa mañana había aceptado ir al hospital «Redwood Grove». Decidió que luego, cuando las cosas se hubieran calmado algo, la llamaría allí.

Karen estaba ya llena de miedo y sudaba.

A esas alturas comprendía que a Josie le debía haber ocurrido algo serio que le impedía volver.

Había intentado telefonear varias veces. Pero todo lo que conseguía era la voz grabada. Pensó en maniobrar la silla y hacerla golpear contra la puerta del apartamento con la esperanza de que alguien pasara y la oyera, pero mover la silla agotaría la poca energía que quedaba en la batería. Karen sabía, por experiencia y por cálculos, que la batería no duraría mucho, ni siquiera para hacer funcionar el respirador.

En realidad, en la batería no quedaba sino un cuarto de hora de vida. Al regreso de la salida de compras, había en ella menos carga de la que Karen suponía.

Karen, cuyas creencias religiosas nunca habían sido fuertes, comenzó a rezar. Le pidió a Dios, a Jesucristo, que le mandaran a Josie, a Jiminy, a sus padres, a Nimrod, a Cynthia, a cualquiera… ¡cualquiera!

«¡Dios! ¡Todo lo que hay que hacer es conectar la otra batería. La que está allí! ¡Dios! ¡Cualquiera puede hacerlo! Yo les diré cómo. ¡Por favor, Dios! ¡Por favor…!»

Seguía razonando cuando sintió que el ritmo de la respiración comenzaba a disminuir y su respiración se hacía más lenta e insuficiente.

Desesperada, intentó nuevamente hablar por teléfono.

—Es un aviso grabado. Todos los circuitos están ocupados.

Por favor, corte y…

Una alarma aguda conectada al respirador y puesta en funcionamiento por una pequeña célula de níquel de cadmio, avisaba que el respirador estaba a punto de detenerse. Karen, con la conciencia ya disminuida, lo escuchó vagamente, como desde muy lejos.

Cuando comenzó a ahogarse, ansiosa de aire que no podía respirar sin ayuda, su piel enrojeció, luego se volvió azul, cianótica. Los ojos parecieron salírsele de las órbitas. La boca se movió incontrolada. Al dejar de entrar aire, se ahogó; un dolor intenso le oprimió el pecho.

Misericordiosamente, la batería murió pronto y con ella Karen.

Justo antes de su muerte, la cabeza cayó de costado y al oprimir el microconmutador una voz respondió:

—Operadora. ¿Qué puedo hacer por usted?