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Davey Birdsong, que había estado inspeccionando la grandiosa sede del «Club Sequoia», preguntó descaradamente:
—¿Dónde está la sauna privada de la presidente? Y después querría ver el asiento de oro macizo de su water.
—No tenemos nada de eso —dijo Laura Bo Carmichael, algo estirada.
No se sentía del todo cómoda con el barbudo, corpulento y jocoso Birdsong, quien, si bien naturalizado americano desde hacía muchos años, todavía exhibía ciertas costumbres rudas del interior de su Australia nativa, Laura Bo, que se había encontrado con Birdsong algunas veces antes en reuniones al aire libre, lo veía como el «vagabundo alegre» de Waltzing Matilda. Lo que no era así y, por supuesto, ella lo sabía. Si bien Davey Birdsong parecía tener interés en parecer inculto, y se vestía en consonancia (ese día llevaba unos vaqueros viejos y remendados, y zapatillas de atleta atadas con cuerdas en vez de cordones), la presidente del «Club Sequoia» sabía muy bien que era un erudito de envergadura, graduado en sociología, y catedrático part-time de la Universidad de California en Berkeley. También había formado una coalición de consumidores, Iglesia y grupos políticos de izquierda que se autodenominaba lfpp, iniciales de «luz y fuerza para el pueblo». (Las minúsculas servían, según Birdsong, «para destacar que no somos capitalistas».)
El objetivo declarado de la lfpp era «luchar contra la “CGS”, el monstruo hinchado de lucro, en todos los frentes». Hasta el momento, en varios enfrentamientos, la lfpp se había opuesto a aumentos de tarifas de electricidad y gas, había luchado contra el otorgamiento de la licencia para una planta energética nuclear, había objetado las actividades de relaciones públicas de la «CGS», «propaganda despiadada que pagaban involuntariamente los consumidores», como las describía la lfpp, y había instado a la expropiación de la compañía por las municipalidades. Ahora, el movimiento de Birdsong se proponía sumar esfuerzos con el prestigioso «Club Sequoia» para oponerse a los últimos proyectos de expansión de la «CGS». La propuesta iba a ser considerada en una reunión con los directivos del club, que debía empezar en seguida.
—Vaya, queridísima Laura —observó Birdsong, sin dejar de pasear la mirada por el imponente salón revestido de fina madera—, supongo que es estimulante trabajar en un ambiente tan lujoso. Debería ver mi pocilga. En comparación con lo que tiene aquí es la pesadilla de un imbécil.
—Recibimos estas oficinas hace muchos años —contestó ella— como parte de un legado, con la condición de que las ocupáramos; de otra manera no recibiríamos la fuerte renta que se agregaba al legado —en ciertos momentos, y éste era uno de ellos, a Laura Bo Carmichael le resultaba un tanto embarazosa la majestuosa mansión que ocupaba el «Club Sequoia» en Gable Hill. Había sido en un tiempo la casa de un millonario, y todavía ostentaba su riqueza; personalmente hubiera preferido una sede más sencilla. Mudarse, sin embargo, hubiera sido una locura financiera. Añadió—: Preferiría que no me llamara «queridísima Laura».
—Lo tendré en cuenta —sonriendo, Birdsong sacó una libreta, preparó un bolígrafo y escribió algo.
Guardando luego la libreta, contempló la silueta pequeña y delgada de la señora Carmichael; luego dijo pensativo:
—Legado, ¿eh? Supongo que eso y los grandes donantes mantienen al «Club Sequoia» en la riqueza.
—Riqueza es una palabra relativa —Laura Bo Carmichael deseó que llegaran los tres colegas que debían acompañarla en esa reunión—. Es cierto que nuestra organización tiene la suerte de gozar de apoyo nacional, pero tenemos grandes gastos.
El corpulento hombre barbudo rio.
—No tantos, sin embargo, como para no poder repartir un poco de pan a otros grupos, que cumplen tareas similares y lo necesitan.
—Veremos —dijo la señora Carmichael con firmeza—, pero, por favor, no piense que somos tan inocentes como para que pueda venir aquí a pasar por pariente pobre, porque estamos bien enterados. —Consultó algunas notas que no había pensado utilizar sino más adelante—. Sabemos, por ejemplo, que la lfpp tiene unos veinticinco mil miembros que pagan, cada uno, tres dólares por año, cobrados a domicilio por cobradores a sueldo, lo que suman setenta y cinco mil dólares. De esa cantidad usted se paga un salario de veinte mil dólares anuales, más gastos libres.
—Hay que vivir.
—Notablemente bien, diría yo —Laura Bo siguió leyendo—. Además, están su remuneración como profesor universitario, otro sueldo fijo de una organización que forma activistas, y lo que recibe por los artículos que escribe, con todo lo cual se cree que sus entradas anuales como agitador social profesional llegan a sesenta mil dólares.
Davey Birdsong, cuya sonrisa se había hecho más amplia mientras escuchaba, no pareció desconcertado en absoluto. Comentó:
—Un trabajo de investigación realmente excelente.
Le tocó el turno de sonreír a la presidente del «Club Sequoia».
—En verdad, tenemos un departamento de investigación excelente —dobló las notas y las guardó—. Nada de lo que he mencionado será utilizado fuera de aquí, claro. Es solo para que se dé cuenta de que sabemos que a los agitadores profesionales como a usted no les va mal. Ese conocimiento mutuo nos ahorrará tiempo cuando nos pongamos a trabajar.
Una puerta se abrió sin ruido, y un hombre mayor, cuidado, de pelo oscuro, entró en la sala del consejo de dirección. Laura dijo:
—Señor Birdsong, creo que conoce a nuestro secretario-gerente, el señor Pritchett.
Davey Birdsong tendió una mano grande, carnosa.
—Nos hemos encontrado en el campo de batalla una o dos veces. ¡Qué tal, Pritchy!
Cuando terminó de sacudirle la mano vigorosamente, el recién llegado dijo secamente:
—No considero los debates ecológicos como campos de batalla, aunque supongo que alguien los podría considerar así.
—¡Exactamente, Pritchy! Y cuando yo entro en batalla, particularmente contra el enemigo del pueblo, la «Golden State», disparo todas las armas y no dejo de disparar. Duro y más duro, es la receta. No es que crea que la oposición que ustedes representan no tenga valor. ¡Lo tiene! Ustedes añaden un toque de distinción. Pero el que sale en los titulares y noticias de la televisión soy yo. De paso, ¿me vieron, muchachos, en la tele con ese tonto de la «CGS», Goldman?
—The Good Evening Show —aceptó el secretario-gerente—. Sí le vi. Su actuación me pareció brillante; aunque, para ser objetivo, Goldman eludió inteligentemente sus anzuelos —Pritchett se quitó las gafas para limpiar los cristales—. Quizá, como usted dice, el tipo de oposición que ustedes le plantean a la «CGS» tenga valor. Hasta es posible que nos necesitemos mutuamente.
—¡Bravo, Pritchy!
—La pronunciación correcta es Pritchett. Si lo prefiere, puede llamarme Roderick.
—Lo tendré en cuenta, viejo Roddy —con una amplia sonrisa para Laura Bo, Birdsong repitió el gesto de la libreta.
Mientras hablaba entraron dos personas más. Laura Bo Carmichael las presentó como Irwing Saunders y la señora Priscilla Quinn, los miembros de la comisión directiva del club que faltaban. Saunders era un abogado medio calvo, de voz áspera, que intervenía en casos de divorcio de nombres sonantes, y del que se oía hablar con frecuencia. La señora Quinn, elegantemente vestida, bien entrada en los cuarenta, era la esposa de un rico banquero y se destacaba por su fervor cívico; también porque restringía el círculo de sus amistades a gente rica o importante como ella. Aceptó con poco entusiasmo la mano que le tendía Davey Birdsong, mientras le miraba con una mezcla de curiosidad y disgusto. La presidente sugirió:
—Creo que podríamos sentarnos y ponernos a trabajar.
Los cinco se agruparon alrededor de un extremo de la larga mesa de caoba, con Laura Bo en la cabecera.
—Todos estamos preocupados —dijo ella— por los recientes proyectos de la «Golden State», que el «Club Sequoia» ha decidido ya que serían nocivos para el ambiente. Nos opondremos a ellos activamente en los próximos debates.
Birdsong golpeó la mesa con fuerza.
—Y yo digo: ¡tres hurras para la gente del «Sequoia»!
A Irwing Saunders pareció divertirle; la señora Quinn levantó las cejas.
—Lo que el señor Birdsong sugiere respecto a esa oposición —continuó la presidente— son ciertos contactos entre nuestra organización y la suya. Le pediré que los explique.
La atención se centró en Davey Birdsong. Por un instante miró amablemente a los otros cuatro, uno por uno; luego se sumergió en su exposición.
—El enfrentamiento del que estamos hablando es en realidad una guerra; hay que atacar desde varios frentes —Birdsong había abandonado ostensiblemente su estilo de bromista y el lenguaje jovial. Prosiguió—: Para llevar el símil de la guerra un paso más allá: a la vez que se combate contra problemas específicos, no se debe desperdiciar ninguna oportunidad de disparar contra la «CGS» siempre que sea posible.
—Realmente —intervino la señora Quinn—, comprendo que usted nos advirtiera que se trataba de un símil, pero me desagrada esta conversación en términos bélicos. Después de todo…
Saunders, el abogado, le tocó el brazo.
—Priscilla, ¿por qué no le dejas terminar?
—Muy bien —dijo ella encogiéndose de hombros.
—A menudo se pierden las causas, señora Quinn —declaró Birdsong—, por excesiva blandura, por negarse a afrontar el duro problema de la realidad.
—El punto es válido —asintió Saunders.
—Especifiquemos —urgió Pritchett—. Señor Birdsong, usted se ha referido a «varios frentes». ¿Cuáles, concretamente?
—¡Buena pregunta! —Birdsong se volvió práctico de nuevo—. Frentes uno, dos y tres: los debates públicos sobre los proyectos de Tunipah, Fincastle Valley y Devil’s Gate. Ustedes van a oponerse a todos. También mi valiente lfpp.
—Como cuestión que interesa —dijo Laura Bo—, ¿con qué argumentos se van a oponer?
—Todavía no estamos seguros, pero no se preocupe. De ahora a entonces pensaremos en algo.
La señora Quinn pareció perturbada. Irwing Saunders sonrió.
—Luego están los debates sobre las tarifas; ése es el frente número cuatro. En cada ocasión en que se proponga un aumento en las tarifas de servicios, la lfpp se opondrá ferozmente, como hicimos la última vez. Con éxito, agregaría yo.
—¿Qué éxito? —preguntó Roderick Pritchett—. Por lo que yo sé no se ha anunciado ninguna decisión.
—Tiene razón; no se ha anunciado —Birdsong sonrió como alguien que sabe de qué está hablando—. Pero tengo amigos en la Comisión de Servicios Públicos y sé lo que va a salir de allí dentro de dos o tres días; un anuncio que será un puntapié en cierta parte para la «CGS».
—¿Lo sabe ya la empresa? —preguntó Pritchett, curioso.
—Lo dudo.
—Sigamos —dijo Laura Bo Carmichael.
—El quinto frente —dijo Birdsong—, y muy importante, es la asamblea anual de la «Golden State», que tendrá lugar dentro de dos semanas y media. Tengo algunos planes para eso, aunque preferiría que no me hicieran demasiadas preguntas sobre el tema.
—¿Quiere sugerir —dijo Saunders— que sería mejor para nosotros no saber nada?
—Exactamente, consejero.
—Entonces —preguntó Laura Bo Carmichael—, ¿a qué viene todo eso de los contactos entre nuestras organizaciones?
Birdsong sonrió mientras frotaba sugestivamente un pulgar sobre dos dedos.
—Esta clase de contacto. Dinero.
—Sabía que llegaríamos a eso —dijo Pritchett.
—Esta es otra cosa sobre nuestra colaboración —dijo Birdsong al grupo del «Sequoia»— que sería mejor no hacer pública. Debería ser confidencial, entre nous.
—En ese caso —preguntó la señora Quinn—, ¿qué beneficio se derivará para el club?
—Eso lo puedo contestar yo —dijo Irwing Saunders—. Es posible, Priscilla, que todo lo que deteriore la imagen de la «CGS», en cualquier área, disminuya sus fuerzas y posibilidades de éxito en otras —sonrió—. Es una técnica que los abogados suelen usar.
—¿Por qué necesitan dinero? —le preguntó Pritchett a Birdsong—. ¿Y de qué suma se trata?
—Lo necesitamos porque la lfpp no puede pagar por sí sola todos los preparativos y a la gente que se necesita si queremos que nuestra oposición combinada, por encima y por debajo de la mesa, tenga éxito —Birdsong se dirigió directamente a la presidente—. Como usted señaló, tenemos recursos propios, pero no son suficientes para un proyecto de esta envergadura —su mirada retornó a los otros—. La cantidad que sugiero como contribución del «Club Sequoia» es de cincuenta mil dólares en dos cuotas.
El secretario-gerente se quitó las gafas y observó la limpieza de los cristales.
—Es evidente que no piensa en números pequeños.
—No, y tampoco deben hacerlo ustedes, considerando lo que está en juego para el club; una gran polución ambiental.
—Lo que me preocupa en todo esto —observó la señora Quinn— son ciertas connotaciones de pelea callejera que no me gustan nada.
Laura Bo Carmichael asintió.
—Tengo exactamente la misma impresión.
Nuevamente fue el abogado Saunders quien intercedió.
—Hay ciertos hechos de la vida —dijo a sus colegas— que deben ser afrontados de este modo. Al oponernos a estos últimos proyectos de la «Golden State», es decir, Tunipah, Fincastle y Devil’s Gate, el «Club Sequoia» presentará argumentos sólidos. Sin embargo, teniendo en cuenta el clima actual y la irrazonada demanda de más y más energía, la razón y los motivos bien pensados seguramente van a fallar. ¿Qué podemos hacer entonces? Digo que necesitamos otro elemento, un aliado más agresivo, más llamativo, que excite más a la opinión pública, alguien que en su momento influirá sobre los funcionarios, que no dejan de ser políticos en potencia. Desde mi punto de vista, el señor Birdsong y su grupo, del que no recuerdo el nombre…
—Luz y Fuerza Para el Pueblo —interrumpió Birdsong.
Saunders agitó una mano como si se tratara de un detalle sin importancia.
—Tanto antes de los debates como durante los mismos, agregará el elemento que nos falta.
—La televisión y la prensa me aman —dijo Birdsong—. Les proporciono un espectáculo, algo que anima y da vida a sus reportajes. Por eso cualquier cosa que digo se imprime o sale al aire.
—Es cierto —afirmó el secretario-gerente—. Los medios de comunicación han utilizado incluso algunas descabelladas afirmaciones suyas mientras omitían nuestros comentarios y los de la «CGS».
—¿Debo entender que está a favor de lo que se ha propuesto? —le preguntó la presidente.
—Sí, lo estoy —dijo Pritchett—. Sin embargo, desearía que el señor Birdsong hiciera una promesa: que haga lo que haga, su grupo no utilizará la violencia o la intimidación.
La mesa del consejo de dirección se estremeció cuando la mano de Birdsong cayó sobre ella.
—¡Prometido! Mi grupo desprecia todo tipo de violencia. Hemos hecho declaraciones a este respecto.
—Me alegra oírlo —admitió Pritchett— y, naturalmente, el «Club Sequoia» comparte esa actitud. De paso, supongo que todos han visto la información sobre más bombas en la «CGS», en el Chronicle-West de hoy.
Los demás asintieron. El artículo describía la destrucción producida durante la noche en el depósito de camiones de la «CGS», donde resultaron dañados o destruidos más de seis vehículos, a consecuencia de un incendio iniciado por una bomba. Unos días antes les habían atacado una subplanta, aunque los daños fueron leves. En ambos casos la agrupación clandestina «Amigos de la Libertad» se había adjudicado la responsabilidad de los hechos.
—¿Más preguntas para el señor Birdsong? —preguntó Laura Bo Carmichael.
Había varias. Se referían a tácticas a emplear contra la «CGS» («hostigamiento constante a través de un amplio frente de información pública», lo definió Birdsong), y el destino que se daría al dinero del «Club Sequoia».
En cierto momento, Roderick Pritchett pensó en voz alta:
—No estoy seguro de que nos beneficie insistir en una rendición de cuentas detallada, pero, naturalmente, necesitaríamos pruebas de que nuestro dinero es empleado eficientemente.
—Los resultados serán la mejor prueba —contestó Birdsong.
Estuvieron de acuerdo en que ciertas cuestiones había que aceptarlas confiando en las personas. Finalmente, Laura Bo Carmichael anunció:
—Señor Birdsong, ahora le voy a pedir que nos deje para que podamos debatir su propuesta en privado. Nos pondremos en contacto con usted muy pronto.
Davey Birdsong se puso de pie, encantado, dominando a todos con su robusto cuerpo.
—Bien, camaradas, ha sido un privilegio y un placer. Por ahora, ¡hasta pronto! —cuando salía pareció que había asumido, como quien se pone un traje, su rol público de fanfarrón.
Cuando la puerta de la sala del consejo de dirección se cerró tras Birdsong, la señora Quinn habló la primera, con firmeza y claramente:
—No me gusta nada todo esto. Ese hombre no me gusta y todo en mí está en contra de confiar en él. Me opongo totalmente a cualquier contacto con su grupo.
—Lamento oírlo —dijo Irwing Saunders—, porque creo que sus tácticas diversificantes son exactamente lo que necesitamos para derrotar esos nuevos proyectos de la «CGS», y eso es lo importante.
—Debo decir, señora Quinn —observó Pritchett—, que estoy de acuerdo con el punto de vista de Irwing.
Priscilla Quinn sacudió la cabeza con gesto decidido.
—Nada de lo que me digan me hará cambiar de opinión.
—Priscilla, te estás comportando con excesiva escrupulosidad y decoro —suspiró el abogado.
—Posiblemente sea así —la señora Quinn se ruborizó—; pero también tengo principios, algo que ese hombre desagradable parece no conocer.
—¡Que no haya discusiones entre nosotros, por favor! —dijo bruscamente Laura Bo.
—Permitan que les recuerde —intervino Pritchett suavemente— que esta comisión tiene autoridad para tomar decisiones finales y, si así lo decide, para gastar la suma de dinero en cuestión.
—Señora presidente —dijo Saunders—, si no me equivoco los votos hasta ahora son dos a favor y uno en contra, lo que hace que la decisión dependa de usted.
—Sí —admitió Laura Bo—, lo sé y confieso cierta ambivalencia.
—En ese caso —dijo Saunders—, permítame manifestar las razones por las que pienso que debería apoyar nuestra opinión, mía y de Roderick.
—Y cuando termine —le dijo Priscilla Quinn—, presentaré las razones en contra.
Durante veinte minutos el debate fue de un lado al otro.
Laura Bo Carmichael escuchó, aportando algo de vez en cuando, mientras sopesaba mentalmente cómo votar. Si se oponía a la cooperación con Birdsong, habría un empate que equivaldría a un rechazo terminante. Si votaba «a favor», el tres a uno sería decisivo.
Sus preferencias la inclinaban hacia un «no». Si bien veía las ventajas del pragmatismo de Saunders y Pritchett, su reacción instintiva frente a Davey Birdsong la llevaba a apoyar a Priscilla Quinn, innegable snob, dama de beneficencia de las columnas de sociedad, unida por su matrimonio con la vieja riqueza californiana, representante así de cosas que Laura Bo repudiaba.
También se daba cuenta de otra cosa: si se ponía de parte de Priscilla contra los otros dos sería un caso evidente de mujeres contra hombres. No importaba que Laura Bo no lo quisiera así, y que fuera muy capaz de emitir opinión sin tener en cuenta el sexo; sin embargo, eso es lo que parecía. Imaginaba a Irwing Saunders, defensor del género masculino, pensando: «Las malditas mujeres se han unido», aunque no lo dijera en voz alta. Saunders no había apoyado a Laura Bo en su designación como presidente del «Club Sequoia»; su candidato había sido un hombre. Ahora, Laura Bo, como primera mujer a la cabeza de la más alta función en el club, quería demostrar que podía desempeñarla tan bien y de modo tan imparcial como cualquier hombre; quizá bastante mejor.
Sin embargo… su instinto le decía que la relación con Birdsong podía ser un error.
—Estamos dando vueltas en círculo —dijo Saunders—. Sugiero un voto final.
—Mi voto sigue siendo «no» —afirmó Priscilla Quinn.
—Terminantemente «sí» —gruñó Saunders.
—Perdón, señora Quinn —dijo Pritchett—. Voto «sí».
Los ojos de los tres enfocaron a Laura Bo. Vaciló, reviviendo una vez más las implicaciones y sus dudas. Luego, dijo decidida:
—Votaré «sí».
—¡Ya está! —dijo Irwing Saunders. Se frotó las manos—. Priscilla, ¿por qué no ser buena perdedora? Únase al resto y que sea por unanimidad.
Con los labios apretados, la señora Quinn negó con la cabeza:
—Creo que todos ustedes lamentarán ese voto. Deseo que mi disconformidad figure en el acta.