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¡Se acerca un día de gloria!

«Amigos de la Libertad», el valiente ejército en lucha con los viles capitalistas que tienen encadenada a América, dará un golpe que la historia ha de aclamar.

Todos los preparativos están a punto para empezar la cuenta atrás.

Georgos Winslow Archambault, que escribía en su diario, vaciló. Luego, con la punta del lápiz (cada vez le resultaba más incómodo; estaba tan corto que pronto tendría que descartarlo pese al precepto de Gandhi), tachó las últimas palabras. Esas palabras tenían sugerencias capitalistas, y las reemplazó:

han sido brillantemente realizados por el alto comando de los «Amigos de la Libertad».

Mejor, ¡mucho mejor! Continuó escribiendo:

Los enemigos del pueblo reunidos bajo la infame bandera fascista del Instituto Nacional de Electricidad, comienzan su asamblea dentro de diez días.

Les espera una gran sorpresa… y un castigo merecido.

Georgos sonrió al dejar la puntita de lápiz para tomarse un descanso en su tarea que, como de costumbre, le cansaba mentalmente. De pie, observó el taller del sótano, ahora atiborrado de elementos y equipos nuevos. Estiró su cuerpo delgado y flexible. Luego se tiró al suelo en un espacio que mantenía deliberadamente despejado, y rápidamente hizo cuarenta flexiones. Le complació comprobar que realizaba el ejercicio con toda facilidad, y que al finalizar su respiración era normal. Tres días después se alegraría de su buen estado físico.

En un minuto volvería a su diario, no debía descuidarlo, porque se estaba haciendo historia y algún día ocuparía un lugar de honor en los archivos de los documentos de la revolución.

Pensó que todo lo necesario para la inminente operación —planes, provisiones, la logística para introducir bombas incendiarias y explosivas en el hotel «Columbus»— se iba organizando a la perfección. La primera serie de bombas (con carga explosiva de gran poder) detonaría a las tres de la madrugada durante la segunda noche de la convención; las bombas incendiarias, de cinco a diez minutos después. Ambas series de bombas, disfrazadas como extintores de incendios, quedarían colocadas el día anterior, aproximadamente dieciséis horas antes de detonar.

Gracias al eficiente liderazgo de Georgos, todo se desarrollaba como… buscó una metáfora… como esos excelentes mecanismos de precisión, que Davey Birdsong le había traído de Chicago.

Georgos había cambiado su primera impresión de Birdsong. Ahora sentía admiración y amor por el hombre corpulento y barbudo. No solo porque la idea original de Birdsong era sencillamente genial, sino porque al ayudar a llevarla a cabo, corría riesgos continuamente. Además del viaje para hacer las compras en Chicago, Birdsong había ayudado a adquirir extintores en la ciudad, unos pocos cada vez y en diferentes comercios. En el taller del sótano había ahora casi tres docenas, cantidad ampliamente suficiente para el proyecto de «Amigos de la Libertad». Georgos los había traído a la casa muy cautelosamente, y por lo general cuando ya había oscurecido. Había corrido un riesgo calculado al entrar seis de día porque le urgía tener espacio en la camioneta «Volkswagen» para ir a buscar otros, pero antes de bajarlos había escrutado la calle cuidadosamente, y luego había andado rápido; al terminar comprobó que nadie le había visto.

Además de traer los treinta extintores, Georgos ya había hecho las adaptaciones necesarias en la mitad. Primero vaciar el extintor, luego había que trabajar en el interior de la carcasa para debilitar la chapa. En los que iban a ser bombas incendiarias insertó botellas plásticas llenas de gasolina, cargas explosivas con detonadores y mecanismos de precisión. En las que serían las bombas de alto poder explosivo que bloquearían las salidas del hotel, en lugar de gasolina introdujo cuatro libras de dinamita.

Pronto, cuando terminara de escribir su diario, seguiría con los extintores que faltaban. Tendría que trabajar duro las próximas cuarenta y ocho horas, y con gran cuidado, porque la cantidad de explosivos acumulada en el taller bastaría para volar toda la manzana si algo salía mal. Pero Georgos confiaba en su habilidad y en terminar a tiempo. Su cara delgada y ascética se iluminó en alegre meditación, al recordar las palabras de Birdsong la primera vez que hablaron de bloquear las salidas del hotel y luego provocar violentos incendios en los pisos superiores: «Si lo hace bien, ni una persona que esté en esos pisos superiores saldrá con vida.»

Otro laurel para Birdsong: había traído todo el dinero que Georgos le había pedido, a pesar de que el costo de todo fue mayor de lo calculado.

Además, estaba el plan para distraer la atención de la gente urdido por Birdsong. Permitiría que Georgos, ayudado por los otros dos defensores de la libertad, introdujera las bombas en el hotel sin ser advertido.

Como ya había hecho varias veces, Georgos repasó todos los detalles mentalmente.

Con un poco más del dinero de Birdsong, Georgos había comprado una camioneta «Dodge» usada, pero en buenas condiciones, y por feliz coincidencia pintada de rojo. La había comprado en efectivo y con documentos de identidad falsos, para que luego no se descubriera quién era su dueño.

Ahora la camioneta estaba oculta, bajo llave, en un garaje particular contiguo a un escondite de los «Amigos de la Libertad», un apartamento recientemente alquilado en el barrio norte de la ciudad que solo Georgos conocía. El apartamento serviría de refugio si la casa de la calle Crocker se volvía poco segura por alguna razón.

La camioneta roja ya tenía la inscripción adecuada en ambos lados: SERVICIO DE PROTECCION DE INCENDIOS, INC. Un golpe maestro (otra idea de Georgos) fue la elección de una camioneta abierta; el contenido del vehículo —extintores de incendios, claramente inocuos— estaría a la vista de todos.

El vehículo de Georgos, su vieja camioneta «Volkswagen», estaba en un aparcamiento particular no lejos de la casa de la calle Crocker, y no se usaría en el atentado contra el Instituto Nacional de Electricidad.

El plan de Birdsong para desviar la atención de la gente se desarrollaría así: él, con unos cien partidarios de la lfpp, organizaría una manifestación en el hotel contra la «CGS» al mismo tiempo que los extintores llegaban a la entrada de servicio. Los manifestantes mantendrían ocupados a los hombres de la policía y de las fuerzas de seguridad que hubiera por ahí, y el «Dodge» rojo pasaría desapercibido.

Por otra parte, Birdsong, tal como había prometido, consiguió los planos de la planta baja y el primer piso del hotel «Columbus». Después de estudiarlos, Georgos había ido tres veces al hotel para verificar detalles y elegir la ubicación exacta de las bombas de gran poder explosivo que estallarían primero.

Otra cosa que descubrió Georgos fue que en el hotel la gran actividad entre bastidores, por momentos frenética, permitía que durante el día cualquiera pudiera atravesar las zonas de servicio sin ser molestado, siempre que se moviera con aire decidido y como si estuviera cumpliendo una tarea determinada. Para comprobarlo, en su tercera visita al «Christopher Columbus», Georgos se puso uno de los monos grises con la leyenda bordada, «Servicio de Protección contra Incendios Inc.», que él y otros defensores de la libertad llevarían dentro de tres días.

Sin angustias ni problemas. Hasta había recibido saludos amistosos de miembros del personal del hotel, que no encontraron nada extraño en su presencia; por su parte, Georgos ensayó el papel que representaría cuando llegara el momento de colocar las bombas. Él y los otros se convertirían entonces en lacayos obsequiosos, porque a los capitalistas les gusta que sus siervos se arrastren. Convertidos en camaleones, los defensores de la libertad sonreirían dulcemente, pronunciarían sandeces —«Disculpe», «Sí, señor», «No, señora», «Por favor»—, una repugnante humillación ante inferiores, pero lo exigía la causa de la revolución.

¡Los resultados demostrarían que valía la pena hacerlo!

Para mayor protección, en caso de que a algún defensor de la libertad le preguntaran qué hacía allí, Birdsong tenía algunas órdenes de trabajo impresas con el membrete de «Servicio de Protección contra Incendios, Inc.» Ahora las había llenado. Indicaban que un número suplementario de extintores debía ser entregado en el hotel y dejado en los lugares que ocuparían para que luego los instalaran. En papel del hotel, Birdsong también había escrito a máquina una autorización para que el personal de «Protección contra Incendios Inc.» pudiera entrar para realizar su tarea. Había conseguido el papel del «Christopher Columbus» en los escritorios del primer piso, donde estaba a disposición de los inquilinos.

Estos elementos reemplazaron los de la idea original de Georgos: órdenes de compra del hotel, porque habían resultado demasiado difíciles de conseguir. Ninguno de los documentos soportaría un examen minucioso, comprendían Georgos y Birdsong, pero podían salvar la situación en un caso de apuro.

En la medida de lo que él sabía, Georgos había pensado en todo.

Por el momento, solo una cosa le preocupaba vagamente: su mujer, Yvette. Desde aquella noche en que ejecutó a los dos cerdos de seguridad en la colina sobre Millfield e Yvette protestó, no volvió a confiar en ella plenamente. Después de Millfield consideró por un momento la posibilidad de eliminarla. No sería difícil, como le había señalado una vez Birdsong, pero Georgos decidió posponer la acción. La mujer era útil. Cocinaba bien; también le resultaba conveniente para desahogar su excitación sexual, más frecuente ahora ante la posibilidad, cada vez más próxima, de matar más enemigos del pueblo.

Como protección, Georgos le había ocultado a Yvette el plan de las bombas en el hotel «Christopher Columbus», aunque ella debía haberse dado cuenta de que algo importante se preparaba. Quizás esa exclusión fuera la causa del silencio y el mal humor de Yvette en las últimas semanas. ¡Allá ella! Por el momento tenía asuntos más importantes; pero casi seguramente tendría que deshacerse de Yvette pronto, aunque le trajera algún inconveniente.

¡Sorprendente! El solo pensar en matar a su mujer le provocaba una erección.

Con excitación creciente, Georgos volvió a su diario.