16
El lunes fue un día relativamente más tranquilo. Las primeras horas del martes no lo fueron.
La naturaleza, como si conspirara para molestar a la «CGS» en un mal momento, montó su propia ofensiva contra las instalaciones geotérmicas de la empresa en las montañas de Sevilla Country.
En la profundidad de la tierra —por debajo de «Viejo Bandido», el pozo que una vez estallara incontrolado y que jamás pudo ser cegado totalmente— un hundimiento de roca y subsuelo liberó más vapor geotérmico a gran presión. El vapor se lanzó a la superficie con la fuerza de veinte locomotoras. Luego, en una exhibición espectacular que rivalizó con el Infierno de Dante, barro caliente, piedras y rocas fueron lanzados al aire con fuerza apocalíptica.
Obedeciendo a otro fenómeno natural —todo lo que asciende, desciende—, las toneladas de detritos salpicaron una gran parte de las instalaciones.
Por pura suerte, el estallido tuvo lugar a las dos de la madrugada, cuando había solo un puñado de gente trabajando, y todos bajo techo. En consecuencia, no hubo víctimas ni heridos, algo que habría ocurrido fatalmente si el estallido hubiera tenido lugar de día.
Sin embargo, el área de conmutadores y transformadores del yacimiento geotérmico tuvo menos suerte. Estaba totalmente cubierto por una gruesa capa de barro húmedo, lo mismo que las líneas de transmisión. Como el barro es buen conductor, produjo un terrible cortocircuito que cortó instantáneamente el flujo de energía de todos los generadores geotérmicos al sistema de transmisión de la «CGS».
El daño no fue grande ni duradero. Podía repararse con un trabajo de limpieza total que llevaría dos días. En cuanto a «Viejo Bandido», una vez cumplida la travesura, volvió a su humear de modo esporádico e inocuo, como una olla puesta al fuego.
Pero durante cuarenta y ocho horas, hasta que terminaran con la limpieza, la «CGS» se vería privada de los setecientos mil kilovatios que producía su fuente geotérmica, usualmente segura, y tendría que encontrar una cantidad equivalente de energía por otra parte. La única manera de hacerlo era poner en funcionamiento más generadores a petróleo, con lo que reduciría aún más la preciosa reserva de este combustible.
Y otro signo de interrogación colgaba sobre las operaciones del martes.
Debido a la época del año, de los más de doscientos generadores de la compañía, un número inusualmente grande estaba fuera de servicio y en mantenimiento; se los preparaba para el período de carga máxima del verano. Con la abrupta avería de «Gran Lil» cuatro días atrás, y ahora de todos los yacimientos geotérmicos, la capacidad productora total de la «CGS», aun sin considerar la escasez de petróleo, se vería presionada al máximo durante los dos días próximos.
Nim se enteró del accidente de la geotérmica y de la posible escasez de energía al llegar a la «CGS» la mañana del martes.
Su primer pensamiento fue: «Qué extraño que el factor “i” —lo inesperado— del jefe de suministro haya interferido exactamente tal como él dijo que podría ocurrir.» Y concluyó que hasta que la geotérmica funcionara de nuevo, la «CGS» no podría soportar y absorber otro episodio provocado por el factor «i».
Eso le decidió a telefonear a Karen Sloan antes de comenzar a trabajar.
—Karen —dijo Nim cuando ella atendió—, lo tienes todo arreglado para ir al hospital Redwood Grove mañana, ¿verdad?
—Sí —contestó ella—, estaré mucho antes del corte de la tarde.
—Preferiría que fueras hoy —le dijo—, ¿podrías?
—Sí, claro. Nimrod. Pero ¿por qué?
—Tenemos algunos problemas que no esperábamos, y es posible que haya un corte de energía no programado. Quizá no ocurra, en realidad probablemente no, pero estaría más tranquilo si estuvieras en el hospital, cerca del generador de urgencia.
—¿Quieres decir que debería ir ahora?
—Bueno, lo más pronto que puedas. Es solo una precaución exagerada.
—Está bien —dijo Karen—. Josie está aquí, así que nos prepararemos. Y, Nimrod…
—¿Sí?
—Pareces cansado.
—Lo estoy —confesó él—. Supongo que todos lo están aquí.
No lo estamos pasando muy bien últimamente.
—Cuídate —le dijo ella—. Y, querido Nimrod… ¡Dios te bendiga!
Al cortar recordó otra cosa y marcó el número de su casa. Contestó Ruth. Le contó lo del «Viejo Bandido» y el cortocircuito, y las dudas sobre la capacidad productiva de la «CGS» en la emergencia.
Ella dijo comprensiva:
—Las cosas parecen ocurrir todas de golpe.
—Supongo que así es la vida. De todos modos, con todo esto y los cortes rotativos que empiezan mañana, será mejor que no vaya a casa esta noche. Dormiré en un catre en la oficina.
—Comprendo —dijo Ruth—, pero no dejes de tomarte un descanso, y recuerda que los niños y yo te necesitamos mucho tiempo.
Prometió ambas cosas.
El personal especial reunido para procesar la encuesta de usuarios en North Castle había sido enteramente dispersado dos semanas atrás. La habitación del sótano a la que habían llegado a torrentes los cuestionarios devueltos, tenía ahora otro destino.
Esporádicamente, llegaban algunos cuestionarios con sus respuestas. Uno o dos por día, o ninguno.
La oficina de correspondencia los enviaba a Elsie Young, una mujer mayor, secretaria de Relaciones Públicas, que había formado parte de aquel personal especial, pero que había vuelto a sus tareas habituales. Dejaban los cuestionarios en sus sobres característicos con franqueo pagado sobre su escritorio, y cuando ella tenía tiempo y ganas, los abría y los recorría, comparándolos siempre con una muestra de la caligrafía del diario de Georgos Archambault.
La señorita Young esperaba que esas malditas cartas dejaran de llegar pronto. Las encontraba aburridas, una pérdida de tiempo y un estorbo para trabajos más interesantes.
El martes, a media mañana, Elsie Young observó que un mensajero había dejado caer uno de los sobres de la encuesta en la bandeja de «entradas», junto con un buen montón de correspondencia interior de la oficina. Decidió ocuparse de ésta primero.
Segundos después de cortar su conversación con Nim tocando el conmutador con la frente, Karen recordó algo que había olvidado decirle.
Ella y Josie habían planeado ir de compras esa mañana. Pensó: ¿hacer las compras y luego ir al «Redwood Grove», o dejar las compras e ir al hospital ya?
Karen estuvo a punto de llamar a Nim y pedirle consejo; luego recordó su voz tensa y las presiones bajo las que trabajaba. Lo decidiría sola.
¿Qué había dicho de un posible corte antes de los programados a partir de mañana? «Quizá no ocurra, en realidad probablemente no…» Y luego: «Es solo una precaución exagerada.»
Bueno…, ¡era obvio! Lo sensato era ir de compras primero, algo que le gustaba tanto a Karen como a Josie. Volverían en un momento y saldrían luego para «Redwood Grove». Llegarían por la tarde temprano, quizás antes.
—Josie querida —dijo Karen en dirección a la cocina—. Acaba de llamar Nimrod; si vienes te contaré nuestros nuevos planes.
Georgos Archambault tenía un cierto instinto animal para el peligro. En otras ocasiones le había sido útil y había aprendido a confiar en él. El martes, cerca de mediodía, mientras recorría nerviosamente el limitado apartamento de North Castle, le advirtió que el peligro estaba cerca.
Un problema crucial: ¿Debía obedecer a su instinto y, confiando en la suerte, salir inmediatamente para llegar a las bombas refrigerantes de La Mission que se proponía destruir? ¿O desobedecer a su instinto y esperar la oscuridad para salir, como había planeado en un principio?
Otra cuestión igualmente importante: su instinto en esta ocasión ¿era genuino o producto de un nerviosismo extremo?
Georgos se sentía indeciso mientras debatía los pros y los contras. Se proponía hacer el último tramo bajo el agua para llegar a la planta de La Mission. Por lo tanto, si podía llegar sano y salvo al río, y a distancia razonable de la planta, se sumergiría, y de ahí en adelante las posibilidades de que le vieran eran mínimas, aun a la luz del día. En realidad, la luz del día filtrándose en el agua le ayudaría a localizar el lugar por donde entrar, más fácilmente que si hubiera una oscuridad total.
Pero, ¿podría botar el chinchorro y meterse adentro con el equipo puesto para sumergirse sin que le vieran? Aunque el lugar que había elegido para echarse al agua, a medio kilómetro de La Mission, usualmente estaba desierto, cabía la posibilidad de que alguien le viera, especialmente de día. Georgos pensó que podía correr ese riesgo.
El riesgo verdaderamente grande era viajar durante el día en el «Volkswagen» por North Castle y luego hasta La Mission, otros sesenta kilómetros. La policía y las patrullas de carretera tenían una descripción de la camioneta, y sin duda conocían el número de matrícula. Si le descubrían, no tendría manera de escapar. Pero también hacía ya ocho semanas que se había hecho circular la descripción, y los cerdos quizá la hubieran olvidado, o no estuvieran atentos. Otra cosa en su favor: había muchos «Volkswagen» desvencijados por ahí, y uno más no llamaría la atención.
De todas maneras, Georgos juzgó que iniciar ahora los primeros movimientos constituiría de por sí un alto riesgo.
Continuó caminando y pensando, y en un momento cambió de opinión súbitamente. Confiaría en su instinto en cuanto al peligro. ¡La decisión era partir en seguida!
Georgos salió del apartamento y fue al garaje contiguo. Allí comenzó a hacer lo que había planeado para esa noche: verificar el equipo cuidadosamente antes de partir.
Sin embargo se dio prisa; la sensación de peligro subsistía.