PRELLEZO
EL 8 de abril, los investigadores tuvieron en su poder las órdenes de captura contra Gustavo Prellezo, su esposa y la Banda de Los Hornos. Pero fue recién el 4 de septiembre cuando Gustavo Prellezo se presentó ante el juez Macchi para declarar en la causa que investiga el homicidio de José Luis Cabezas.
Las primeras conjeturas periodísticas hablaban de un probable quiebre del principal imputado. Había trascendido que Prellezo se sentía acorralado y que su intención era romper el silencio y contarle todo lo sucedido al magistrado.
Cuando se sentó frente al juez expresó que su deseo era dictar su declaración, y Macchi accedió.
Según sus declaraciones, Prellezo se presentó en la ciudad de Dolores a principios de abril porque le habían llegado comentarios de que le adjudicaban la autoría de diferentes ilícitos en la costa. Decidió presentarse ante el juez y para ello contrató a dos abogados. Uno de ellos de apellido Thompson y otro, cuyo nombre no recordaba, que resultó ser socio del primero.
Los dos letrados le habían recomendado que no se presentara directamente ante el juez y que ellos le entregarían a Macchi un escrito mediante el cual le solicitarían que les informara sobre las causas que había instruido en su contra.
Prellezo omitió referir que cuando se presentó en Dolores ya tenía pedido de captura.
Prellezo agregó que su intención era ponerse a disposición de Macchi porque temía que la instrucción policial le pusiera en su vivienda la cámara fotográfica de José Luis Cabezas, que para ese entonces era buscada con intensidad.
Cuando llegó con sus letrados a la ciudad de Dolores, a bordo de su propio automóvil, el doctor Thompson lo persuadió de que no se presentara con ellos porque iba a quedar detenido. Así lo hizo y aguardó en el interior del coche durante una o dos horas.
Mientras sus abogados se reunían con el doctor Mariano Cazeaux, éste alertó a los miembros de la Brigada de que uno de los sospechosos podía estar en las inmediaciones de los tribunales.
—Mire doctor, el juez llega en unos minutos, ¿quieren esperarlo? —los recibió el astuto Cazeaux.
—No sé —replicó Thompson—, estamos un poco apurados. ¿Puede llamar nuevamente para que nos cite a una hora determinada?
El secretario del juzgado tomó por tercera vez el teléfono, marcó y con el dedo en el interruptor simuló el siguiente diálogo:
—Sí, doctor Macchi... les digo que usted estará por el juzgado en una o dos horas... Muy bien, Su Señoría. Hasta luego.
Dirigiéndose a los letrados se excusó:
—Discúlpenme pero el juez está muy ocupado en un procedimiento y demorará unas horas en llegar. Si quieren, llámenme por teléfono en una hora y media y les daré mayor precisión.
Los representantes de Prellezo decidieron retirarse para consultar con su cliente si aguardaban o no al magistrado, al tiempo que Mariano Cazeaux llamaba a dos brigadistas:
—Sigan a los dos abogados.
Los policías vieron a los dos letrados dirigirse a un auto estacionado frente al bar Patos, donde se encontraban todos los periodistas.
—¿Qué hacemos? —preguntó uno de ellos a su acompañante.
—Con disimulo, que no se aviven los periodistas porque vamos a tener quilombo...
Lentamente, armas en mano, se acercaron al automóvil y, como al pasar, le avisaron a Prellezo que estaba arrestado...
—No hagas ruido que va a ser peor. Córrete al asiento del acompañante que yo manejo —fue la única indicación.
Prellezo, sin chistar, cambió de ubicación para permitir que su captor se hiciera cargo del comando del coche.
—Un momento —dijo uno de los abogados en un gesto desesperado—, nosotros vamos con él.
—No se moleste doctor, a partir de este momento su defendido está incomunicado...
Gustavo Prellezo fue conducido en su propio automóvil, un Ford Fiesta, por la calle Buenos Aires, con destino a la Brigada de Dolores, donde iba a quedar detenido.
En la indagatoria reconoció el hecho, pero se quejó de que su detención se hubiera hecho con "pompa", ya que había quedado como un procedimiento de detención de un prófugo cuando en realidad, estando a una cuadra del juzgado, le podrían haber pedido que se presentara o advertido que tenía orden de captura; o bien, lo hubieran llevado directamente ante el juez Macchi.
Durante el dictado, el presunto autor material del homicidio de Cabezas quiso dejar constancia de "que no es el autor, que no participó de ninguna manera, antes, durante o después del homicidio de José Luis Cabezas":
—Quiero dejar constancia, Su Señoría, de que nadie me contrató, me sugirió, me pidió ni me insinuó que apretara o que lesionara o que matara a José Luis Cabezas. También quiero que conste que nunca declaré ante peritos ni policías y mucho menos ante cualquier otro detenido sobre mi probable participación en el asesinato.
Ante el juez, Prellezo pidió que se incluyera una serie de apreciaciones suyas respecto del arma homicida, la cámara fotográfica y sobre el rol de los investigadores.
"Es llamativo que cuando SS dictó la prisión preventiva en mi contra, el comentario generalizado era que no había pruebas que me incriminaran sino, solamente, los dichos de la gente de Los Hornos. Mágicamente, al otro día, apareció la máquina fotográfica en el Canal Uno, por los servicios de un rabdomante que previamente la localizó en un mapa y luego fue encontrada donde él dijo, en el canal. Con el hallazgo de la cámara, se logró el efecto de que la gente de Los Hornos decía la verdad. Fue la bandera que levantó la investigación y la carta de triunfo."
En todo momento Prellezo negó su amistad con los miembros de la Banda de Los Hornos: "Sólo conocía a José Auge". Tampoco explicó el motivo por el cual les facilitó transporte y amistades para que pudieran alquilar el departamento en Valeria del Mar.
Su negativa a aceptar cierta relación con Braga, Retana y González suscitó dudas en el juez Macchi, quien se preguntó en más de una oportunidad, ¿para qué les había prestado un automóvil para que pudieran pasar unas mejores vacaciones si él dudaba de la honestidad de Los Horneros?
Pero Gustavo Prellezo guardaba más de una carta.
Cuando culminaba su indagatoria, recordó algo más que quería agregar: "Me fue ofrecida la cantidad de un millón de pesos por una persona cuyos datos me reservo por mi seguridad, como también permítame que me reserve las circunstancias de tiempo y lugar, para que me haga cargo de la muerte de Cabezas y que luego, con la conmutación de penas, en dos años salía en libertad".
Pero ahí no terminó su relato.
"El mismo ofrecimiento se le hizo a un familiar mío, pero no fue la misma persona, aunque de este ofrecimiento puede existir una grabación que en el momento oportuno me encargaré de que usted conozca, Su Señoría."
Esto último tomó por sorpresa al magistrado, que intentó profundizar en los dichos de su interlocutor:
—No quiere decirme quién le ofreció el dinero, pero puede ser muy importante e incluso lo ayudaría, Prellezo.
—No, en el momento oportuno se va a enterar —se resistió el acusado.
—Está bien, pero antes de que se vaya, sáqueme de una duda —dijo Macchi—. ¿Usted estuvo en la cava la madrugada del crimen?
—No señor —respondió Prellezo mirando al juez a los ojos.
—Le repito la pregunta —insistió Macchi—: ¿estuvo en la cava la madrugada del crimen?
—No señor —reiteró Prellezo.
Macchi pareció no escucharlo y volvió a la carga:
—¿Estuvo en la cava, sí o no?
Prellezo, incómodo, aún lo miraba a los ojos:
—No estuve, doctor.
Imperturbable, Macchi repitió:
—¿Estuvo en la cava cuando mataron a Cabezas?
Esta vez la negativa de Prellezo fue apenas un susurro:
—...No, doctor.
—Se lo pregunto por última vez —remarcó Macchi poniéndose de pie—: ¿estuvo en la cava?
Prellezo, en silencio, miró al magistrado con lágrimas en los ojos.
—Gracias, ahora ya sé cuál es la verdad.
Así concluyó la declaración del presunto autor material del homicidio de José Luis Cabezas.
En lugar de aclarar el horizonte, se llenó de sombras. La situación de Prellezo se vio aún más complicada. El juez ahora estaba seguro de que el acusado ocultaba información.
Cuando Prellezo se retiraba del despacho del juez no pudo escuchar que éste le decía a su secretario:
—Ahora sé que no mando a la cárcel a un inocente.
La sospecha del magistrado quedó sustentada por los dichos del propio procesado. Cuando recién fue detenido y trasladado a la comisaría de Castelli, al verse solo, Prellezo habló con uno de los investigadores que tuvo la precaución de grabarlo. Esto jamás va a ser reconocido por el imputado ni por el investigador.
En esa grabación, que no sirve como prueba, Prellezo cuenta cómo ocurrieron los hechos.