PEPITA LA PISTOLERA
A fines de marzo, los investigadores recibieron un llamado telefónico de la Jefatura de la Policía Bonaerense.
—Apareció un testigo que involucra a una banda de Mar del Plata.
—Sería bueno entrevistarnos con él —respondió el comisario mayor Víctor Fogelman.
—Hasta el momento la orden es que lo va a recibir el Jefe.
—¿Quién? ¿Vitelli en persona? —preguntó sorprendido el investigador.
—Sí. Lo traen en avión desde Bahía Blanca. Según me dijeron, esta persona pidió reserva de identidad y sólo declarará ante el jefe de la Policía o ante De Lázzari (secretario de Seguridad en aquel momento) porque dice que no confía en nadie.
—¿Cómo se llama?
A esta altura el diálogo era áspero. El investigador no comprendía por qué desde la Jefatura no confiaban en el grupo designado para llevar adelante la instrucción del caso.
—Ahora no se lo puedo decir. Pero una vez que llegue, el Jefe lo va a llamar y seguramente lo citará en la Jefatura.
Cuando colgó, el comisario Fogelman se encontraba sorprendido y muy contrariado, pero a la vez sabía que la recompensa ofrecida por el Gobernador podía tener un doble filo. Por un lado ya habían padecido a Marta Cotz y otros testigos que se habían presentado vendiendo información falsa, sólo para pedir los cien mil pesos prometidos. Pero por otro, este caso aparentaba ser diferente.
Carlos Alberto Redruello se había presentado ante un periodista en Bahía Blanca y le había contado la historia del homicidio. Inmediatamente, el hombre de prensa se comunicó con la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires y solicitó un avión para trasladar al testigo clave hasta la ciudad de La Plata, adonde iba a confesar todo lo que sabía, a cambio de la recompensa.
Apenas se instaló en la Jefatura de la fuerza, el testigo solicitó determinados elementos para investigar las pistas que, a su entender, servirían para esclarecer el crimen de Cabezas.
El comisario inspector Jorge David Gómez Pombo firmó la autorización para que le entregaran a Redruello un teléfono celular, un automóvil Renault 18 y dinero, con el propósito de que se sumara a la investigación.
Inmediatamente el testigo fue presentado a los detectives y declaró bajo reserva de identidad.
En su exposición reveló que entre el 14 y el 20 de diciembre había visitado la casa de Juan Domingo Dominichetti, alias "Mingo", en Mar del Plata. En esa oportunidad —dijo— estaba investigando el tráfico de cocaína que —según él— provenía de Catamarca, pasaba por Mar del Plata y Punta del Este y llegaba a Madrid.
Explicó que había conocido a Dominichetti en la cárcel de Bahía Blanca, en donde ambos habían estado detenidos, y aseguró que en una ocasión, cuando estaba en el departamento de su amigo, se había realizado una reunión: "En determinado momento llegó una persona que dijo llamarse Pedro".
Lo que le llamó la atención del tal Pedro fue la cantidad de anillos y cadenas que usaba. "Esta persona se presentó como el marido de Margarita."
Luego se enteró de que a la dama le decían "La Gorda", y que no era otra que "Pepita la pistolera". "Mingo me contó que esa mujer era la que 'movía' los estupefacientes en la noche de Mar del Plata."
Asimismo recordó que Pedro le había confesado a Dominichetti que Margarita quería buscar la forma de sacar del medio "al chabón de la revista Noticias".
Según Redruello, en ningún momento hicieron alusión al nombre del periodista en cuestión, pero Pedro se había quejado esa noche porque Pepita "ya no tenía medios de conseguir la suma de dinero que ese tipo le exigía".
El libreto del testigo fue seguido con suma atención por el jefe de la Policía Bonaerense, comisario general Adolfo Vitelli; por el secretario de Seguridad de la Gobernación, Eduardo de Lázzari, y por los responsables de la investigación.
Parecía coherente, el testimonio "cerraba" y había convencido a casi todos. La firmeza del testigo, que no incurría en contradicciones, que hablaba de drogas, que se ofrecía para llevar adelante una investigación que permitiera identificar los lugares que debían "caminar" los pesquisas y que hasta estaba dispuesto a infiltrarse en la organización, no era poca cosa.
La habilidad de Redruello para convencer a todos los instructores es, sin lugar a dudas, el punto más oscuro de la investigación.
Por otra parte, y a esta altura de las circunstancias, aún resulta inexplicable que el juez Macchi y su secretario, el doctor Mariano Cazeaux, pudieran sostener la prisión preventiva de los Pepitos sólo con los dichos de Redruello.
Pero volviendo al encuentro entre Redruello y su "amigo Mingo" en Mar del Plata, el testigo contó que le presentaron a un tal Flavio Steck, propietario de una agencia de automóviles y, según sus informantes, el principal comprador de la cocaína que finalmente iba a parar a las manos de Pepita.
En su declaración Redruello mezclaba lugares y tiempos, pero como el relato parecía coherente todos le prestaron atención. Además su testimonio apareció justo cuando los días pasaban, la causa no mostraba avances destacables y todos los medios de prensa cargaban las tintas contra los detectives y el magistrado.
El testigo dijo que volvió a Bahía Blanca casi sobre las fiestas navideñas y —según él— perdió todo contacto con Mingo y sus amigos. A fines de enero leyó en los diarios lo ocurrido con Cabezas. "El tema me preocupó tanto que comencé a preguntarle a mis amigos periodistas qué sabían acerca del homicidio de Cabezas." Redruello tenía presente lo que había escuchado esa noche en Mar del Plata, a ese tal Pedro sobre "el chabón de la revista Noticias".
Poco después observó en la televisión y en los diarios que uno de los dibujos exhibidos tenía un notable parecido con dos de las personas que habían estado con él en la casa de su amigo Mingo. A partir de ese momento, comenzó a relacionar esos identikits con las conversaciones que había mantenido en el departamento de Dominichetti y presintió que su historia comenzaba a cerrar.
Se puso en contacto con un periodista de una radio de Punta Alta y decidió ir a la carga con su libreto.
Los investigadores convencidos decidieron apuntalar a Redruello y para ello le facilitaron "los útiles" que solicitaba. Con el automóvil que le dio la Policía Bonaerense, su celular y el dinero en el bolsillo emprendió el regreso a Mar del Plata dispuesto, ahora sí, a infiltrarse en la banda de Pepita la pistolera.
Todo estaba blanqueado. Sólo tenía que obtener mayor información.
Decidió no reanudar su vínculo con Mingo y por eso llamó directamente a Steck, haciéndole creer que tenían buenas posibilidades de realizar "negocios" en conjunto. La propuesta prosperó porque las cosas a Steck no le iban muy bien en la agencia. Así, la nueva sociedad se puso en marcha y Redruello se instaló en el mismo local de venta.
Según le contó a Macchi, fue en la casa de Steck donde se "anoticia del malestar existente en la noche marplatense con Margarita por la macana que se mandó con el periodista".
"Al otro día de mi llegada, vinieron al negocio de Steck el tal Pedro, que resultó ser Pedro Sergio Villegas, acompañado por su esposa, Margarita Di Tullio. A los pocos minutos, a bordo de un automóvil Renault 21, llegó una persona de aproximadamente cincuenta o cincuenta y cinco años, que se presentó como Luis, alias El Uruguayo. Ingresaron a la agencia y le pidieron a Steck que les devolviera el fierro que había desaparecido del Escort (sic) (...) La conversación duró cerca de media hora y luego se retiraron muy enojados", explicó Redruello.
—¿Qué pasó que se fueron tan calientes? —le preguntó entonces al anfitrión.
—Esta mujer está haciendo quilombo por un 32 viejo que no sirve para nada, pero es la única carta que tengo contra ella —respondió Steck.
"Esa tarde regresó el Uruguayo, preguntó por Steck y le dije que no estaba. Nos pusimos a charlar y el Uruguayo (más tarde se enteraría de que se apellidaba Martínez Maidana) me aconsejó interceder ante Steck para que le devolviera a Margarita lo que le pedía, ya que si no la iba a pasar muy mal."
Cuando llegó Steck, Redruello lo puso al tanto de su conversación con Martínez Maidana, pero Flavio le restó importancia a la advertencia. "Yo me ocupo de este 'problema' ", lo tranquilizó el agenciero.
Más tarde, Redruello apuntaría a Steck como el encargado de enfriar el revólver con que habían asesinado a Cabezas.
Redruello, quien pronto sería apodado "Carlitos Way", presumía ante los detectives del grado de confianza que había alcanzado con la gente de Mar del Plata: "Una noche estábamos en el departamento de Flavio y me confió que tenía guardado el revólver utilizado para asesinar al periodista de la revista Noticias, porque le iba a servir de salvoconducto ante la presión de Margarita y de Pedro. Es más, en otra oportunidad Steck llegó a la agencia con un revólver calibre 32, con una de las cachas rotas, de color marrón. Después de mostrármelo le completó la carga con dos o tres proyectiles y dijo: 'Este es el revólver que saqué del Ford Escort'. Después lo guardó en la caja fuerte, bajo llave, y nunca volvimos a hablar del tema".
La declaración de Redruello aportaba por primera vez nombres, circunstancias, lugares y mencionaba un elemento que a los investigadores siempre les había parecido que podía ser parte del móvil del homicidio: la cocaína.
Al mismo tiempo, mencionaba la existencia del arma homicida que coincidía con el proyectil hallado en el cráneo de Cabezas.
Estos elementos permitirían a los investigadores trabajar sobre pistas que ellos consideraban firmes para lograr detener a los presuntos asesinos. A esta altura, el juez Macchi consideraba que ya había reunido indicios suficientes para librar las órdenes de detención contra la banda que luego se haría famosa bajo el mote de "Los Pepitos".
Lo que tal vez nunca imaginó el magistrado es que esos indicios fueron acercados por un hombre que meses después, cuando fue detenido y procesado por su participación secundaria en este mismo caso, tras ser interrogado por uno de los peritos psiquiatras, fue definido como un "mitómano consuetudinario".