EXCALIBUR CORTA DESDE CASTELLI
EL asesinato de José Luis Cabezas trajo a la memoria las peores escenas de relatos de horror y de las novelas negras más febriles.
Sin embargo, durante la investigación surgió un nombre asociado a la fantasía, la epopeya y el romanticismo de las sagas de caballería: Excalibur.
La mítica espada del Rey Arturo le cedió su nombre al sistema informático utilizado por el FBI, ingenio diseñado para establecer relaciones, ya sea para identificar personas a través de sus huellas dactilares o realizar cruces de llamadas telefónicas.
En este último caso, el objetivo buscado es individualizar a los emisores y los destinos de dichas comunicaciones.
Precisamente para cumplir dicha misión, en el marco de las pesquisas que se realizaban por el crimen del reportero gráfico, las autoridades de la Secretaría de Seguridad de la provincia de Buenos Aires decidieron comprar el programa y ponerlo a disposición del grupo de investigadores que dirige el comisario mayor Víctor Fogelman.
El Excalibur llegó al Bunker que los detectives ocupaban en Castelli a mediados de febrero.
De inmediato, el comisario inspector José Luis Costa, jefe de Informática de la Policía Bonaerense, y doce hombres elegidos por él instalaron el equipo a la vez que se pusieron al tanto de los secretos de su funcionamiento. Todo a marcha forzada pues la demanda de resultados urgentes no dejaba margen para capacitaciones tranquilas.
La red se componía de doce máquinas, delante de las cuales las jornadas de trabajo se prolongaban hasta diecisiete horas.
Al mismo tiempo se estableció la información que se solicitaría a las empresas concesionarias del servicio telefónico, basada en los primeros números de los aparatos que aparecían como de interés, a partir de los resultados que iban arrimando las pesquisas.
Hasta ese momento, ni los promotores de la iniciativa de incorporar el Excalibur a la investigación ni los propios operadores del sistema sospechaban que, junto al programa, se convertirían en una de las vedettes del caso.
Cuando comenzaron a estudiar la agenda secuestrada al oficial Gustavo Prellezo, los datos allí contenidos no sólo los sorprendieron, sino que les permitió vislumbrar que se hallaban ante un escándalo que desbordaría los límites propios del expediente Cabezas.
"Acá hay gente muy pesada y me parece que cuando llegue la información que le pedimos a las telefónicas va a haber un ruido muy fuerte", confiaba por aquellos días uno de los hombres de Inteligencia asignados a la nueva tarea.
"No sé si los que nos compraron estos fierros se imaginan el bochinche que se va a armar cuando se conozca el resultado de los cruces de llamadas", acotaba un camarada de aquél.
Esas predicciones tempranas no sólo se cumplirían al pie de la letra, sino que además el implacable filo del Excalibur iba a herir de muerte incluso a uno de los ministros del presidente Carlos Menem.
Los primeros cimbronazos se produjeron cuando los investigadores recibieron el movimiento de llamadas entrantes y salientes de los teléfonos registrados en la agenda del presunto asesino de Cabezas durante el último verano.
Así se comprobó que Gregorio Ríos se comunicaba con frecuencia con el entonces policía Prellezo. Además, se puso al descubierto una sugestiva llamada recibida por Ríos el 25 de enero a las 5.25, justo cuando el reportero gráfico estaba en manos de sus ejecutores en la cava.
El interlocutor del responsable de la protección del magnate telepostal habría sido Roberto Archuvi, uno de sus subordinados, pero los investigadores sospechan que éste le habría prestado su aparato celular al mismo Prellezo para que hiciera el contacto.
Otra conmoción provocó la comprobación de que Prellezo había llamado al oficial Aníbal Luna desde las proximidades de Pipinas, a las 8 de ese día, para decirle únicamente: "Feliz cumpleaños". En este mensaje se escondería el aviso de misión cumplida que confirmaba que el crimen había sido consumado.
El sucesivo acopio de información permitió detectar las conexiones entre el entorno de Yabrán y los policías sospechados de haber participado en el crimen, con una precisión que no daba lugar al pataleo. No obstante, apenas quedaron a la intemperie las vinculaciones entre el empresario y la cúpula gobernante, así como también figuras del Poder Legislativo Nacional, la política y el periodismo, el ministro Carlos Vladimiro Corach inició la cruzada contra el inmutable acusador informático.
"Esto es una caza de brujas telefónica", aseguró el titular del Ministerio del Interior tras conocerse, a mediados de junio, los cruces de llamadas que demostraban que desde una de las residencias que Yabrán posee en Pinamar, los custodios del hombre de negocios se comunicaban con el celular del ministro de Justicia, Elías Jassán.
Al poco tiempo aparecerían nuevos contactos entre el entorno del empresario y funcionarios nacionales y personajes de la política.
"Yo les digo que todos los políticos del país han hablado con todos los empresarios importantes de la Argentina, así que uno que haya hablado con uno u otro no tiene ninguna importancia", protestó Corach.
Claro que esta explicación no alcanzaba a conformar a los que recordaban que la mayoría de los involucrados siempre había negado ese tipo de vinculaciones con Yabrán.
La sensación que le quedó a la comunidad fue que el Excalibur los obligó a blanquear una relación añeja y con un tufillo a clandestinidad demasiado sospechoso.
Horas después, ante la posibilidad de que el sistema informático continuara revelando las conexiones entre otros allegados a la Casa Rosada y Yabrán, el presidente Menem les ordenó a sus ministros que sinceraran la índole de sus contactos con el empresario. A la vez que respaldaba públicamente a Jassán. Sin embargo, como ocurre a menudo, este mensaje fue interpretado por los analistas y los hombres comunes como una suerte de epitafio para el funcionario.
Por si fuera poco, de inmediato se supo que gente de Yabrán llamaba a una oficina del Ministerio del Interior. La "mancha venenosa" a que se refería Corach golpeaba las puertas de su despacho.
Pero la frutilla de este amargo postre la colocó el Excalibur el 27 de junio, cuando de sus entrañas escapó la confirmación de que desde YABITO —una de las compañías que Yabrán reconoce como propia— se comunicaron en 35 oportunidades con la Presidencia de la Nación y 102 veces con Jassán.
Este torrente de llamadas incluía también las oficinas de María Julia Alsogaray, de Eduardo Menem, de Alberto Pierri y de un inmueble perteneciente a la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE).
De la misma manera, hombres de la oposición, como César Jaroslavsky y el ex diputado radical Marcelo Bassani, también formaron parte de esta lista.