LA DETENCIÓN DE LOS PEPITOS
EL 11 de febrero de 1997 se realizaron varios operativos policiales en Mar del Plata y fueron detenidas cinco personas. El parte policial repartido a los medios de comunicación consignaba:
"En horas de la mañana, efectivos policiales a cargo del comisario mayor Víctor Fogelman, detuvieron a cinco personas, cuatro del sexo masculino y uno del sexo femenino. Por el secreto de sumario que impera en la causa no se revelarán las identidades de los detenidos."
Encabezados por el comisario Fogelman, los miembros de la Brigada de Investigaciones se habían trasladado a la ciudad de Mar del Plata. Tenían en su poder las órdenes de detención libradas por el juez José Luis Macchi. El testigo clave —Redruello— estaba alojado en una dependencia policial y ya les había indicado los lugares que frecuentaban los presuntos asesinos de Cabezas.
Según había declarado, el arma homicida estaba guardada en la caja fuerte ubicada en el interior de la agencia de automóviles de Flavio Steck; Luis Alberto Martínez Maidana se hallaba en su domicilio; Pedro Villegas vivía con Margarita Di Tullio y era factible que los encontraran en alguno de los negocios que regenteaba ella, y Juan Domingo Dominichetti, si no lo hallaban en su domicilio, estaría en Playa Varese.
Todos los procedimientos se llevaron a cabo al mismo tiempo con el propósito de evitar que se comunicaran entre ellos. El comisario Oscar Alberto Viglianco fue el encargado de llevar adelante la detención de Martínez Maidana en la avenida Colón N° 1382, con varios efectivos y dos testigos. Como no era necesario un allanamiento desde un principio, tocaron el timbre. Desde la planta alta de la casa, el propio Martínez Maidana se asomó:
—¿Qué quieren?
—¿Acá vive Luis Alberto Martínez Maidana? —preguntó el comisario.
—Sí, soy yo —respondió sorprendido.
—Abra la puerta, por favor.
A los pocos minutos se abrió la puerta de entrada y los efectivos ingresaron, armas en mano, para detener a quien sería procesado como presunto autor material del homicidio.
—¿Usted tiene un arma? —preguntó Viglianco.
—Sí, pero no sé dónde está —respondió cada vez más asombrado.
Su esposa fue hasta el placard de su pequeño hijo y de allí sacó el arma.
—¿Esta arma es de su propiedad? —inquirió el jefe de la Brigada de Dolores.
—Sí.
—Usted queda detenido por el homicidio de José Luis Cabezas según marca el artículo... cumpliendo todas las formalidades de la ley.
Finalizados los formalismos, Luis Alberto Martínez Maidana exclamó:
—Esto es una jodita para Tinelli...
—No —le advirtió Viglianco y le colocaron las esposas.
Pero el jefe policial no guardó las formas con el arma secuestrada y se la colocó en la cintura, lo que le valió un duro cuestionamiento por parte de los abogados defensores de los Pepitos, que en todo momento intentaron anular el acta de secuestro.
Todos los detenidos iban a ser trasladados a la ciudad de Dolores: Margarita Di Tullio sería alojada en la Brigada y el resto se repartiría en las comisarías de Dolores y Castelli. Como previamente había que cumplir una serie de formalidades, alojaron a los detenidos en el Destacamento de Santa Clara del Mar.
Según relata Martínez Maidana, él estaba sentado en una habitación contigua al despacho donde se encontraban los policías. Sobre una mesa había un televisor encendido y allí pudo ver al ministro del Interior Carlos Corach anunciar que se había secuestrado el arma homicida y que se trataba de la suya.
Enseguida de la detención de la banda de los Pepitos, se presentaron en Dolores el ministro del Interior y el secretario general de la Presidencia, Alberto Kohan, se reunieron con el juez y a los pocos minutos, en una improvisada conferencia de prensa, el ministro anunció:
—El juez Macchi está realizando una tarea excelente. En la causa existe el secreto de sumario pero igualmente estoy autorizado para anunciarles que están detenidos los autores materiales e intelectuales del homicidio de Cabezas y que se secuestró el arma homicida, un revólver calibre 32 que pertenece a uno de los imputados. No acepto preguntas. Esto es todo. Hasta luego.
La rueda duró pocos minutos y el ministro se retiró satisfecho: se había dado el lujo de anunciar en el terreno político de Duhalde la supuesta resolución del caso más importante de los últimos tiempos.
La indagatoria a los Pepitos debe haber sido una de las más extensas que recuerde la historia judicial de nuestro país. Comenzó un viernes a las 10 de la mañana y culminó el sábado a las 8.30. El cansancio de los abogados reflejaba lo agotadora que había resultado la jornada.
El doctor Diez fue el último en dejar el juzgado. A la salida, con los ojos visiblemente irritados, habló con los medios de comunicación presentes en Dolores:
—Cada uno de los imputados desmembró el testimonio de Redruello. El juez no tiene elementos para dictar el procesamiento de ninguno de los cinco detenidos.
Lejos estaba el abogado de Martínez Maidana de lo que tramaba el juez Macchi, quien aún creía en la versión de Redruello. Pero en las ruedas de reconocimiento los testigos sólo pudieron reconocer a Pedro Villegas como uno de los ocupantes del Fiat Uno.
Cuando transcurría el plazo para que el juez dictara el procesamiento a la banda de Margarita Di Tullio, se produjo la detención de Jorge Cabezas. Esto reabrió un abanico de hipótesis que lentamente se fueron desmembrando por falta de pruebas.
Luego de postergar durante varios días su decisión, el magistrado dictó la prisión preventiva de Margarita Di Tullio, como presunta instigadora del homicidio; de Luis Alberto Martínez Maidana, como presunto autor material, y de Pedro Villegas, Flavio Steck y Juan Domingo Dominichetti, como presuntos partícipes primarios.
José Luis Macchi estaba realmente convencido de que los asesinos de Cabezas eran los Pepitos.
Una noche, en el bar La Cuadra, ubicado a pocos metros del Hotel Plaza donde se alojaban todos los periodistas que cubrían el caso, el secretario Cazeaux entabló un diálogo ríspido con una decena de corresponsales:
—¿Ustedes realmente creen que Pepita fue la que instigó el crimen? —preguntó Gustavo Scalzini, de la agencia Télam.
—Yo no puedo brindarles muchos detalles por el secreto de sumario, pero tenemos elementos suficientes para pensar que todo se organizó en Mar del Plata y que efectivamente estuvieron en la cava —respondió el secretario.
—A mí me parece increíble pensar que una prostibularia del puerto marplatense haya organizado el crimen más encubierto de la historia. ¿Usted realmente cree que todos encubrieron a Pepita la pistolera?
—Ellos tenían muchos contactos con policías de la costa por la merca...
—Pero discúlpeme, doctor —replicó un colega—, ¿los policías se jugaron por Pepita? Me parece increíble, por más que en el medio hablemos de cocaína o cualquier otra droga.
El secretario del juzgado se sentía incomodado por el grupo de periodistas y fotógrafos que no creía en la historia de la banda de Pepita la pistolera. La historia no cerraba por ningún lado, salvo por las declaraciones de Diana Solana y otros testigos que habían reconocido a Pedro Villegas como uno de los que merodeaban la casa del empresario Oscar Andreani.
Las discusiones entre el doctor Mariano Cazeaux y los periodistas se prolongaban hasta altas horas de la madrugada. Los hombres de prensa no estaban conformes con las prisiones preventivas. Lo resuelto por el juez presentaba muchos flancos débiles, había muchos elementos que faltaban y nadie se explicaba cómo había llegado el arma homicida desde la cava hasta el domicilio de Martínez Maidana. Resultaban muy endebles los argumentos utilizados por el magistrado para mantener detenidos a Margarita Di Tullio y sus cómplices.
Mientras tanto, desde la Secretaría de Seguridad les habían ordenado a los investigadores que trasladaran todos los pertrechos a Castelli, una estancia que luego se hizo famosa como "el Bunker".
Todo hacía presumir que la pesquisa estaba orientada sólo a la banda de Mar del Plata. La sensación que imperaba era que, al dejar de trabajar en Pinamar, todo iba a quedar en la nada.
En una oportunidad dos periodistas nos dirigimos hacia el Bunker para conversar con el comisario Víctor Fogelman. Era un sábado por la tarde y el jefe de los investigadores partía hacia la ciudad de La Plata.
—Comisario, ¿usted realmente cree en la historia de Pepita?
Fogelman se sonrió y nos dijo:
—Ni mi mujer me cree lo de Pepita. No, realmente no. Hay algo mucho más importante. Pepita es un eslabón, no tiene nada que ver ella. Yo creo que Pedro Villegas sí está seriamente comprometido. Martínez Maidana es el dueño del arma homicida, no sé Flavio Steck. Y tengo serias dudas sobre Dominichetti.
—¿Y cómo van a hacer para sostener las prisiones preventivas?
—Nosotros creemos que va a ser imposible, no hay suficientes elementos. Lo único que tenemos es el arma, calibre 32, que dos pericias determinaron que es el arma homicida pero no tenemos nada más.
—¿Cuál es la pista más firme entonces? —preguntó sorprendido uno de los periodistas que escuchaban la confesión del comisario.
—La banda mixta —respondió sin dudar.
—Otra vez...
—No. Nosotros nunca dejamos de investigarla. Sabemos que Alberto Pedro Gómez liberó Pinamar y estamos por probarlo. Que Camaratta está hasta las manos, y vamos a probarlo. Hay varios más pero como ustedes son periodistas no les pienso agregar nada más para que no se entorpezca la investigación.
En estas conversaciones off the record —como decimos los periodistas a la información que no se puede publicar o que hay que adjudicársela a alguna fuente sin revelar el nombre— Fogelman anticipó muchos detalles que permitieron que la mayoría de los corresponsales no publicara información distorsionada o que no incurriera en gruesos errores que pudieran perjudicar la investigación o la misma cobertura de la prensa.
De esta manera, los vaivenes de la causa descomprimían la situación de los Pepitos, que cada vez veían más cercana su excarcelación. Daba la sensación de que las apelaciones de los abogados prosperarían, sobre todo después de los careos que habían mantenido los detenidos con Carlos Alberto Redruello.
En su confrontación Martínez Maidana lo trató de mentiroso e incluso lo había insultado cuando iban a ingresar al despacho del juez. Por su parte, Flavio Steck gritaba a quien quisiera escucharlo que a Redruello lo habían mandado para que "cierre la historia".
—Miente, yo no tengo nada que ver. No lo conocía a Cabezas. Yo no sé quién le pagó a este hombre ni por qué lo hace —gritaba Steck cada vez que ingresaba o salía del playón de los tribunales de Dolores.
El 24 de abril el juez Macchi detiene y procesa al testigo clave. Los abogados defensores de los Pepitos se sonreían.
Esta detención dejaba prácticamente sin elementos el auto de prisión preventiva por el cual habían quedado procesados los miembros de la banda de Margarita Di Tullio.
A los cinco días, la Cámara de Apelaciones de Dolores liberó a Margarita y a Flavio Steck. Los argumentos de la Cámara eran sólidos: criticaba duramente al juez y lo acusaba de haber producido un auto de prisión preventiva insostenible jurídicamente. Los camaristas atacaron a Carlos Alberto Redruello tildándolo de fabulador, de mendaz e incluso de que había fabricado pruebas para involucrar a los detenidos.
Los dos recuperaban su libertad en la Unidad Penitenciaria número 6 de Dolores en horas del mediodía.
El primero en dejar el penal fue Steck:
—¿Vieron que yo no tenía nada que ver? Redruello mintió. Miren ahora, está detenido. El testigo clave de Fogelman —gritaba emocionado mientras era abrazado por su esposa y por su abogada defensora.
—¿Por qué cree que lo involucraron?
—No sé, pregúntenle a Fogelman y a Redruello. Pero ése no les va a poder contestar porque está preso.
—¿Qué va a hacer ahora? ¿Tiene pensado iniciarles un juicio a los que lo detuvieron? ¿Es político?
Todos hablaban al mismo tiempo y a los gritos y los protagonistas se enredaban en una maraña de cables. Las preguntas eran casi inaudibles, pero igualmente Steck respondió la última que alcanzó a escuchar:
—Sí, la culpa de todo la tienen los que le pagaron a Redruello para que nos involucre a nosotros —sostuvo reiteradamente.
Lentamente se dirigió a un automóvil que lo trasladaría al Hotel Plaza para ofrecer una conferencia de prensa.
Pocos minutos después le llegó el turno a Margarita Di Tullio. Custodiada por sus hijos y su abogado defensor, Pepita dejó el penal. Por todos los medios intentó escaparse del asedio de los periodistas. Ella quería cumplir con el compromiso firmado con el programa "Memoria" que le había abonado una importante cantidad de dólares por la exclusiva. A pocos metros de la salida la aguardaba un automóvil Peugeot 505 con un seudoperiodista del elenco estable de ese programa, un chofer y un productor.
Pepita dijo algunas palabras mientras intentaba cubrirse el rostro con sus manos, sus hijos pedían clemencia y su abogado se había escondido para evitar tomar contacto con los medios acreditados en Dolores, a quienes les había prometido una conferencia de prensa.
—¿Cómo quieren que esté contenta si mi marido está detenido? —afirmó Margarita Di Tullio—. Mírenme, dos meses detenida por el testimonio de un mentiroso. Estoy muy mal. Déjenme y les prometo que mañana o pasado hablo con todos.
Tardó diez minutos en recorrer los pocos metros que la separaban del auto. Su hijo la ayudaba a esquivar flashes y preguntas. En el asiento delantero la aguardaba Jorge Boimbasser, un genuflexo de Chiche Gelblung. El conductor temblaba al ver la horda que se acercaba a su vehículo.
La partida fue acompañada por golpes de puño y patadas, y algún que otro trípode se estrelló sobre el remise que la trasladaba.
A Pepita la siguieron Luis Alberto Martínez Maidana, Juan Domingo Dominichetti y Pedro Villegas, que fue el último en recuperar su libertad porque antes debía cumplir con un trámite procesal en Formosa, al margen del caso Cabezas.
Con los Pepitos se cerraba la primera etapa de la investigación.
Lamentablemente, Margarita Di Tullio y su supuesta banda pusieron al descubierto las desavenencias entre el juez y los investigadores y quedaron expuestas internas judiciales que con el correr del tiempo perjudicaron la investigación.
Aunque a la Justicia le será muy difícil reparar el error que cometieron con Margarita Di Tullio, cuatro testigos reconocieron a Pedro Villegas como uno de los merodeadores de la casa del empresario Andreani.
Si bien la Cámara le adjudicó los reconocimientos de Villegas a Héctor Miguel Retana, la investigación que se desarrolló en Pinamar logró nuevos testigos que identificaron a Villegas como el merodeador del departamento que alquilaba José Luis Cabezas, lo que complicó realmente su situación.
El arma hallada en el domicilio de Martínez Maidana sembró de dudas la investigación y Carlos Alberto Redruello, un mitómano profesional, confundió a todos, menos a la Cámara de Apelaciones.
Algunas comunicaciones telefónicas que involucrarían a Juan Domingo Dominichetti aún no están del todo claras. Así, los Pepitos no están tan alejados de la causa, pero eso seguramente merecerá un capítulo aparte.