XLV

 

Llegaron a la hora prevista, después de un viaje en silencio y a la expectativa. Compartían la impresión de que algo iba a producirse, alguna cosa que les dejaría de nuevo destrozados. Pero no pasó nada.
Pablo se pasó el tiempo mirándose la punta de las botas para no arriesgarse a cruzar la mirada con nadie. Estaba seguro de que llevaba impresa la huella, el olor y el color de la cárcel y de que los demás viajeros lo habrían notado. Sus botas le recordaban sus juergas con Andrés por aquel tiempo en el que ambos estaban tan orgullosos de su uniforme. Un cúmulo de rabia se le subió a la garganta para quedarse justo detrás de la glotis, impidiéndole tragar. La rabia de haber perdido, la rabia de haber sobrevivido, la rabia de tener que aparentar que se está vivo. ¿Y Lucía? ¿Por qué le había abandonado? ¿Por qué se había marchado a Teruel sin decírselo ella misma? ¿Por qué él había aceptado seguir a su hermana hacia una vida que no era la suya o, al menos, que no reconocía? De todas formas él ya estaba muerto, había muerto en Madrid.
Tomasa ayudó a su hermano a bajar pero éste, en un arrebato de orgullo, la rechazó con un débil gruñido.
–Ya estás en casa Pablo , vamos, apóyate en mi brazo, ¿cuánto hace que no has comido?
–¡Déjame en paz, Tomasa! He comido lo suficiente como para caminar solo, así que, déjame.
–Bueno, bueno chico , no te lo tomes así, venga, mira a tu alrededor, ¿qué me dices?
–Nada.
–Vale, estás cansado. Estoy impaciente por ver la cara que pondrán al verte.
–…
–¿Te imaginas la cara de mamá y papá? Dios mío, ¡qué sorpresa les vamos a dar!
–…

 

Cuando distinguió el principio de la calle, tantas veces recorrida en el pasado, tuvo que agarrarse al brazo de su hermana que no dejaba de fastidiarle continuamente:
–¿Ves qué flojo estás? ¡Ojalá tengan algo para comer!
–Te he dicho que me dejes en paz –apretó los dientes para reprimir la angustia que le impedía tener cualquier sensación de hambre desde que se habían bajado del tren.
Por fin entraron a la casa de sus padres que se levantaron de golpe de la silla de la cocina. Catalina se tapó la boca para callar un grito y don Pío se precipitó hacia ellos tendiendo unos brazos todavía robustos.
–¿Eres tú, Pablo ¿Eres tú, hijo mío? –comenzó a reír y a llorar a la vez.
Mercedes, que había subido con su hija, bajó corriendo y gritando:
–Ana, ven rápido!, ¡el tío Pablo ha vuelto!, ¡Tomasa lo ha traído!
Tomasa, olvidando el cansancio se dejaba abrazar, felicitar y agradecer. Se hizo de rogar para contar las peripecias, escogiendo cuidadosamente lo que les contaba. Pablo se concentró en un tazón de sopa humeante y un buen vaso de vino que su padre había sacado de su bodega; era una de las mejores botellas, cosecha del veintinueve, explicaba, una cosecha de las de antes. Miraba a su hijo y sufría viéndole así de delgado, con la mirada apagada, pero era estupendo verle vivo mientras que la gente de por allí había soportado tantas desgracias.
Pablo, de vez en cuando, levantaba los ojos hacia sus padres y entonces se dio cuenta de cuánto habían cambiado, sobre todo su madre, le parecía que había envejecido y perdido su preciado empuje.
Ana había crecido mucho, era una chiquilla alegre y chispeante, la misma sonrisa que cuando era niña aunque ya tenía diecisiete años.
Macario no había cambiado, su mirada no tenía más chispa que antes.
Este último pensamiento le divirtió y, por primera vez, sintió algo diferente al hambre, al frío, o al miedo, algo que se parecía a la ternura. Sus risas, sus voces entremezcladas y las miradas embriagadas le arrancaron las primeras lágrimas desde la muerte de Andrés. No las retuvo, pero hundió la mirada en el tazón para no atraer demasiado la atención; prefería no compartir sus emociones, al menos por el momento.

 

Tomasa anunció que avisaría a Blanca de la llegada de Pablo con calma, que era preferible aplazar el reencuentro para el día siguiente, cuando todo el mundo estuviera descansado y repuesto de las emociones. Sabía perfectamente que esa noche nadie dormiría bien, empezando por Blanca, a la que casi le da algo cuando le dio la noticia.
No estaría de más una noche para preparase.
–Mañana será otro día, Blanca, no te preocupes.
El balcón de la costurera
titlepage.xhtml
index_split_000.xhtml
index_split_000_0001.xhtml
index_split_000_0002.xhtml
index_split_000_0003.xhtml
index_split_000_0004.xhtml
index_split_000_0005.xhtml
index_split_000_0006.xhtml
index_split_000_0007.xhtml
index_split_000_0008.xhtml
index_split_000_0009.xhtml
index_split_000_0010.xhtml
index_split_000_0011.xhtml
index_split_000_0012.xhtml
index_split_000_0013.xhtml
index_split_000_0014.xhtml
index_split_000_0015.xhtml
index_split_000_0016.xhtml
index_split_000_0017.xhtml
index_split_000_0018.xhtml
index_split_000_0019.xhtml
index_split_000_0020.xhtml
index_split_001.xhtml
index_split_001_0001.xhtml
index_split_001_0002.xhtml
index_split_001_0003.xhtml
index_split_001_0004.xhtml
index_split_001_0005.xhtml
index_split_001_0006.xhtml
index_split_001_0007.xhtml
index_split_001_0008.xhtml
index_split_001_0009.xhtml
index_split_001_0010.xhtml
index_split_001_0011.xhtml
index_split_001_0012.xhtml
index_split_001_0013.xhtml
index_split_001_0014.xhtml
index_split_001_0015.xhtml
index_split_001_0016.xhtml
index_split_002.xhtml
index_split_002_0001.xhtml
index_split_002_0002.xhtml
index_split_002_0003.xhtml
index_split_002_0004.xhtml
index_split_002_0005.xhtml
index_split_002_0006.xhtml
index_split_002_0007.xhtml
index_split_002_0008.xhtml
index_split_002_0009.xhtml
index_split_002_0010.xhtml
index_split_002_0011.xhtml
index_split_002_0012.xhtml
index_split_002_0013.xhtml
index_split_002_0014.xhtml
index_split_002_0015.xhtml
index_split_002_0016.xhtml
index_split_002_0017.xhtml
index_split_002_0018.xhtml
index_split_002_0019.xhtml
index_split_002_0020.xhtml
index_split_002_0021.xhtml
index_split_002_0022.xhtml
index_split_002_0023.xhtml
index_split_002_0024.xhtml
index_split_002_0025.xhtml