XLIII

 

–¿Entonces? Cuéntanoslo todo, ¡queremos saberlo todo, cada detalle! –Angelita, como una gallina desplumada, no cesaba de dar vueltas alrededor de Tomasa, impidiéndole incluso que se quitara el abrigo.

 

–Para de dar vueltas Angelita, por favor , que estoy agotada, me duelen las piernas, había avería en el metro y he tenido que bajar andando.
–¡Andando desde Moncloa! Pobre Tomasa, bueno, está bien, siéntate, voy a traerte una taza de achicoria. Facunda, ya sabes, la del tercero, la que bizquea, me ha traído un poco. A cambio Lucía le ha explicado un correo oficial que viene de Burgos: en fin, resumiendo, que han cogido a su Manolo, anda, siéntate.
Tomasa no tuvo fuerzas para enfadarse por todo ese parloteo, porque sabía que era la manera que siempre había tenido su prima de dominar sus nervios.
Cogiendo la mano de Lucía, Tomasa les contó cómo el obispo la había recibido en un salón mullido y lujoso. Explicó cómo había tratado de demostrar que Pablo, debido a su juventud en el 36, se había dejado arrastrar por las malas compañías, cómo para dar pruebas de su palabra sobre la buena reputación de la familia había sacado del bolso negro la carta que su querido y fiel don Abundio le había escrito amablemente.
–Creo que voy a cambiar de opinión sobre los curas –se atrevió a decir Lucía sonriendo por primera vez desde su vuelta.
–Espera, lo mejor viene ahora: me ha prometido ocuparse personalmente; sí, como lo estáis oyendo, y creedme, ese hombre debe de tener mucho poder ahora.
–¿Estás segura de que se puede confiar el él?, ¿estás segura de que hay alguna posibilidad de que nuestro pobre Pablo salga de ésta?
–replicó Angelita volviéndose hacía Lucía para comprobar que ella compartía la misma esperanza.
Aquella fue la tarde que escogió Tomasa para hablarles de la otra vida de Pablo, de su otra mujer y de su otro hijo. Sentadas sobre la cama de Tomasa, en el silencio de la noche apenas iniciada, la joven madre escuchaba.
–Has hecho bien en contarme todo esto Tomasa, gracias. Los hombres fabrican los secretos y las mujeres deben acomodarse a ellos, así es. Buenas noches.
–Buenas noches.
Al amanecer, la decisión de Lucía estaba tomada y nada ni nadie conseguiría disuadirla.
El balcón de la costurera
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