XXXIII
Angelita cruzó la puerta dando gritos. Colocándose un mechón que se le había escapado del moño fue a la habitación del pequeño, donde se encontraba Lucía, y se puso a dar vueltas alrededor de la joven hasta que obtuvo su atención:
–Escúchame Lucía, esto va en serio; Paco, el que vive debajo de mi piso , me ha dicho que están por todas partes, que se llevan a mucha gente, gente como tú. Ayer, bueno esta noche, se han llevado a don Felipe, el maestro, vendrán aquí, Dios mío… –se dejó caer sobre la cama de la que consideraba su prima para recuperar el aliento. Lucía se dijo que parecía aún más pequeña y enclenque y fue a sentarse a su lado con el niño en brazos.
–Ya lo sé, sé que están pasando cosas raras pero nosotros no hemos hecho nada. Pablo ha sido chófer de un general, no somos de ningún partido y…
–¿ Es que no lo entiendes? ¡Hay que marcharse de aquí, y rápido! don Felipe tampoco era de ningún partido, sólo era maestro de la República, ¡como tú! Y además Pablo y tú no estáis casados, ¡Con eso les basta ! Dios mío Lucía, ¡Tienes que marcharte, y hoy mismo!
–¿Qué? ¡Pero no se va uno así! Esta mañana no he visto a Pablo, se ha ido muy temprano, no sé donde está. No se va uno así, de repente,
¡nunca querrá!
–¡Pero estamos hablando de ti!, es evidente que Pablo se queda.
Escucha, no quería decírtelo para no preocuparte, en tu estado… –
echó un rápido vistazo a su abultada tripa– , pero ayer por la tarde Pablo y Andrés vinieron a verme para explicarme lo que pasaba y mi primo –pronunció con énfasis la última palabra – me ha pedido que cuidara de ti si le pasaba algo malo. ¡Lo siento Lucía, pero se lo prometí!

 

–¡Dios mío! ¡Pero el bebé es demasiado pequeño para llevármelo así a cualquier parte!
–Me quedaré con él hasta que las cosas vuelvan a la normalidad
–propuso Angelita dulcemente sin atreverse a mirar a Lucía a los ojos.
Ésta se incorporó de un brinco:
–¡Nunca, jamás dejaré a mi hijo!¡Ay perdona, sé que lo haces por ayudarme pero, aunque confío plenamente en ti, ¿cómo quieres que me vaya para salvarme el pellejo y deje aquí a mi niño?
Entonces, salió de la habitación e hizo ademán de ocuparse de la ropa; colocó a su hijo en el moisés, muy cerca de ella, y empezó a doblar sus trajecillos y la manta que ya estaban secos. Angelita la siguió y se puso a ayudarla. Esperaba calmar así el temblor que sacudía sus manos desde que había entrado; tras unos minutos de silencio, continuó:
–Sabes que esto no durará más que unos días, y además Pablo podría quedarse en casa, así el pequeño vería a su padre –bajando el tono e inclinándose continuó–. Paco tiene un primo que transporta piezas de recambio hasta Barcelona, después parece que resulta fácil pasar a Francia a pie, la nuera de los vecinos de arriba lo ha conseguido. Al otro lado de la frontera se ocupan de todo, acogen a la gente, les dan de comer, les alojan, todo está organizado. No hay ningún riesgo, más vale una madre lejos que una madre muerta.
Estas últimas palabras se clavaron lentamente en Lucía que, con los ojos empañados, quiso oírlo de nuevo:
–Unos días, ¿eh? ¡Solamente unos días!
–¡Por supuesto! Esto no durará más que unos días, ¡cómo quieres que esta locura dure más tiempo! Vamos, te ayudaré a preparar un hatillo, como sólo son unos días no merece la pena cargar con mucho.

 

–Claro, por tan poco tiempo no necesito mucho, es como si me fuera unos días al pueblo y dejara a mi hijo con mi prima, ¿no es eso?
–Pues sí, como si te fueras al pueblo, apenas tendrás tiempo de darte cuenta.
Las dos mujeres continuaron charlando y se esforzaban en reírse mientras preparaban el improvisado hatillo. Luego, Lucía le dio dinero a Angelita y cogió algo para ella, pues no sabía muy bien cuánto necesitaría para tan pocos días. Escondió el resto en el azucarero y le pidió a su prima que le diera a Pablo esa información. Tras un último escobazo a la cocina y un último vistazo a la entrada, las dos mujeres cerraron la puerta para hundirse en el sopor del final de la tarde.

 

El balcón de la costurera
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