XXVII
Los meses pasaron
ligeros como el viento. Pablo se dejaba llevar
por barrios que no conocía. Del brazo de
una Lucía siempre sonriente y
jovial, descubrió el cine, el teatro e incluso la zarzuela. Todos
los viernes subía a buscarla a
casa de la prima Angelita, que les veía marchar con un leve asentimiento de cabeza, y todos los
viernes volvía al cuartel
totalmente en babia. Andrés le esperaba burlón, y nunca se
dormía sin hacer antes su
ritual:
–Bueno, ¿qué tal
con tu ramera?
–Te prohíbo que la
llames así, es cualquier cosa menos una ramera ¡está claro que tú no conoces más que eso! Si
vieras cómo sonríen sus ojos,
cómo me mira, cómo….
–Vamos, déjate de
charlatanería y cuéntame cómo tiene las tetas
, ¿son más grandes
que las de Josita?
Hubo una Josita,
una Pepa, una Carmina, una Sagrario, una Paqui, y algunas otras que fueron
compartidas.
–¡No compares!
Lucía no es una cualquiera.
Y sin embargo, la
joven se le había entregado tres meses antes,
después de una representación en el Teatro
Real; se trataba de
Fuenteovejuna de
Lope de Vega y Pablo se había emocionado con la
solidaridad de todo un pueblo contra el
poder de la burguesía.
Mientras sacaba su
pañuelo para sonarse, ella le cogió la mano y
terminaron viendo el último acto así,
pegados el uno al otro, con el corazón sorprendido y las manos
entrelazadas.
Un tiempo después,
escuchó cabizbajo que ella tenía un retraso de diez días y que Angelita pensaba que estaba
embarazada. Lucía le cogió la
cara con sus blancas manos y él se oyó decir:
–Soy feliz, soy
feliz.
Lucía le miró por
primera vez sin sonreír y sus ojos oscuros, que
en ese momento eran los más tiernos del
mundo, le miraban como nadie le
había mirado jamás. Él hubiera debido tener miedo o
enfadarse o avergonzarse pero, sin poder
explicárselo, se sentía feliz.
La joven se
quedaría en casa de su prima hasta el nacimiento, ya
que no trabajaba más que algunas horas, y
después, ya verían. Pablo miraba
cómo ese vientre iba redondeándose, cómo esa cara adorada,
iba adoptando una dulzura conmovedora, y
la ternura le sumergía.
Ella le contaba los
cambios de su cuerpo como si se tratara del resumen de una película, él estaba subyugado por la
forma que tenía de ir por la
vida, dando un paso tras otro, sin miedo, así,
sencillamente.
El hijo de Pablo y
de Lucía nació una mañana de noviembre en que el sol tardó en salir. Él se escondió tras las
cortinas de la habitación de su
prima para explorar su alma.