XX
Pablo ya se había
acostumbrado al pabellón del nuevo y moderno cuartel Infante don Juan. Al principio, sus
compañeros de habitación se
mostraron un poco paletos para su gusto, pero él
rápidamente les cogió cariño a dos o tres
de ellos. Desde muy pequeño, siempre le había costado aguantar a los
tontos-proclamaba siempre“los tontos joden a los listos”- pero allí, decidió no
tomárselo en serio y reírse. El
muchacho que ocupaba la cama a la izquierda de la suya no
tenía nada de estúpido y se le daba de
maravilla el contar historias , que en su boca acababan siendo
desternillantes.
Por otro lado,
Andrés le recordaba en cierta medida a Alfalfa:
exaltado y divertido. Recién llegado de La
Rioja, tenía en común con Pablo
el haber crecido entre viñas. Juan, su cabo, les había
propuesto formar parte del
ejército del aire y si se reenganchaban durante dos
años estarían mejor pagados. Tras dos
noches de cuchicheos, suspiros e incertidumbre, Andrés y su inseparable Pablo decidieron,
empujando la puerta de su cabo,
aceptar, «y no por el dinero», le dijeron al
unísono . Ciertamente, Pablo admiraba la
complejidad mecánica de los motores aéreos y esperaba que su destino fuera el
servicio de mantenimiento, pero
eso podía ser pedir demasiado.
Al día siguiente
muy temprano se apretujaron en un camión que, bajo un cielo plomizo , les llevaría a la base
aérea de Madrid, conocida como La
Central. Hicieron cola junto a los últimos que
habían llegado para recoger su nuevo
uniforme y Pablo puso mucho interés en mantenerse derecho y levantar la cabeza para
parecer más alto. Andrés, le
murmuró al oído con ojos burlones:
–Oye enano, si
quieres que te haga un favor dame un martillo
que voy a darte un buen golpe en la cabeza
y te saldrá un chichón estupendo
muchacho; te garantizo que crecerás unos
centímetros.
Pablo se contuvo
para no ahogarse de risa delante del joven que
distribuía la indumentaria, ya que por fin
era su turno.
Luego descubrieron
otro ambiente menos ordenado, menos limpio, menos moderno. Pero el incesante hormigueo y el
vaivén de los hombres en ropa de
faena, los uniformes, que eran más favorecedores,
les gustaron más; tenían la impresión de
pertenecer a una comunidad mucho
más importante. Estaban seguros de que los momentos
cruciales del país se jugaban ahí. La
alegría del corazón y la sed de conquista de no sabían muy bien qué, les sumergieron en
un profundo sueño la primera
noche.
Mientras aprendían
a obedecer con la cabeza bien alta, fuera, en
el norte del país, rugía una furia que
comenzaba a desazonar a los generales de numerosos cuarteles. La Guardia Civil
también estaba preparada.