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Dos meses y once días después de la muerte de Hélène le aconteció a Hervé Joncour que, al acudir al cementerio, halló, junto a las rosas que cada semana depositaba sobre la tumba de su mujer, una coronita de minúsculas flores azules. Se inclinó para observarlas y permaneció largo rato en aquella postura, que desde lejos no habría dejado de resultar, a los ojos de eventuales testigos, notablemente singular, e incluso ridícula. Al volver a casa, en vez de salir a trabajar al parque, como era su costumbre, permaneció en su despacho, pensando. No hizo otra cosa durante días. Pensar.