43.
El 10 de octubre de 1864, Hervé Joncour partió para su cuarto viaje al Japón. Cruzó la frontera francesa cerca de Metz, atravesó Württemberg y Baviera, entró en Austria, llegó en tren a Viena y Budapest, para proseguir después hasta Kiev. Recorrió a caballo dos mil kilómetros de estepa rusa, superó los Urales, entró en Siberia, viajó durante cuarenta días hasta llegar al lago Baikal, que la gente del lugar llamaba el santo. Descendió por el curso del río Amur, bordeando la frontera china hasta el océano, y cuando llegó al océano se detuvo en el puerto de Sabirk durante ocho días, hasta que un barco de contrabandistas holandeses lo llevó a Cabo Teraya, en la costa oeste del Japón. A caballo, viajando por caminos, atravesó las provincias de Ishikawa, Toyama, Niigata y entró en la de Fukushima. Cuando llegó a Shirakawa halló la ciudad semidestruida y una guarnición de soldados gubernamentales acampados entre las ruinas. Rodeó la ciudad por el lado este y aguardó en vano al emisario de Hara Kei. Al amanecer del sexto día partió hacia las colinas, en dirección norte. Contaba con un par de mapas aproximativos y lo que quedaba en sus recuerdos. Vagó durante días, hasta reconocer un río, y después un bosque, y después un camino. Al final del camino encontró la aldea de Hara Kei: completamente quemada, casas, árboles, todo.
No quedaba nada.
No quedaba un alma.
Hervé Joncour permaneció inmóvil, mirando aquel enorme brasero apagado. Tenía tras de sí un camino de ocho mil kilómetros. Y delante de sí la nada. De repente vio algo que creía invisible.
El fin del mundo.