11.
Era 1861. Flaubert estaba acabando Salammbô, la luz eléctrica era todavía una hipótesis y Abraham Lincoln, al otro lado del océano, estaba combatiendo en una guerra cuyo final no vería. Los criadores de gusanos de seda de Lavilledieu se unieron en consorcio y recogieron la cantidad, considerable, necesaria para la expedición. A todos les pareció lógico confiarla a Hervé Joncour. Cuando Baldabiou le pidió que aceptara, él respondió con una pregunta.
—¿Y dónde quedaría, exactamente, ese Japón?
Siempre recto. Hasta el fin del mundo.
Partió el 6 de octubre. Solo.
A las puertas de Lavilledieu abrazó a su mujer Hélène y le dijo simplemente
—No debes tener miedo de nada.
Era una mujer alta, se movía con lentitud, tenía un largo cabello negro que nunca se recogía en la cabeza. Tenía una voz bellísima.