53.
Lo único que Hervé Joncour dijo de su viaje fue que los huevos se habían abierto en un pueblo cercano a Colonia, y que ese pueblo se llamaba Eberfeld.
Cuatro meses y trece días después de su regreso, Baldabiou se sentó frente a él, a orillas del lago, en el extremo occidental del parque, y le dijo
—Total, a alguien tendrás que contarle, antes o después, la verdad.
Lo dijo despacio, con fatiga, porque nunca había creído que la verdad sirviera para nada.
Hervé Joncour levantó la vista hacia el parque.
A su alrededor campeaba el otoño y una luz falsa.
—La primera vez que vi a Hara Kei llevaba una túnica oscura, estaba sentado con las piernas cruzadas, inmóvil, a un lado de la habitación. Reclinada junto a él, con la cabeza apoyada en su regazo, había una mujer. Sus ojos no tenían sesgo oriental, y su rostro era el rostro de una muchacha.
Baldabiou siguió escuchando, en silencio, hasta el final, hasta el tren de Eberfeld.
No pensaba en nada.
Escuchaba.
Le hizo daño oír, al final, cómo Hervé Joncour decía en voz baja
—Ni siquiera llegué a oír nunca su voz.
Y al cabo de un momento
—Es un dolor extraño.
En voz baja.
—Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca.
Recorrieron el parque caminando uno junto al otro. Lo único que Baldabiou dijo fue
—Pero ¿por qué diablos hace este maldito frío?
Dijo, una vez.