46.
El chico descendió del caballo, dijo algo y se marchó corriendo. Antes de desaparecer entre los árboles se dio la vuelta y por un momento permaneció allí, buscando un ademán para decir que había sido un viaje bellísimo.
—Ha sido un viaje bellísimo —le gritó Hervé Joncour.
Durante todo el día Hervé Joncour siguió, de lejos, a la caravana. Cuando la vio detenerse para pasar la noche, continuó por el camino hasta que le salieron al encuentro dos hombres armados que le cogieron el caballo y el equipaje y le condujeron a una tienda. Esperó largo rato, después llegó Hara Kei. No hizo ningún gesto de saludo. Ni siquiera se sentó.
—¿Cómo habéis llegado hasta aquí, francés?
Hervé Joncour no contestó.
—Os he preguntado quién os ha traído hasta aquí.
Silencio.
—Aquí no hay nada para vos. Solo hay guerra. Y no es vuestra guerra. Marchaos.
Hervé Joncour sacó una pequeña bolsa de piel, la abrió y la vació en el suelo. Limaduras de oro.
—La guerra es un juego caro. Vos tenéis necesidad de mí. Y yo tengo necesidad de vos.
Hara Kei no miró siquiera el oro disperso por el suelo. Se dio la vuelta y se marchó.