25.
En Lavilledieu la vida transcurría apaciblemente, regida por una metódica normalidad. Hervé Joncour dejó que le resbalara por encima durante cuarenta y un días. El cuadragésimo segundo se rindió, abrió un cajón de su baúl de viaje, sacó un mapa del Japón, lo abrió y cogió la hojita de papel que había escondido dentro meses antes. Unos pocos ideogramas dibujados uno debajo del otro. Tinta negra. Se sentó ante su escritorio y permaneció observándolo largo tiempo.
Encontró a Baldabiou en el café de Verdun, en el billar. Siempre jugaba solo, contra sí mismo. Extrañas partidas. El sano contra el manco, las llamaba. Tiraba un golpe normalmente y el siguiente con una sola mano. El día que gane el manco —decía—, me marcharé de esta ciudad. Desde hacía años, el manco perdía.
—Baldabiou, tengo que encontrar a alguien aquí que sepa leer japonés.
El manco lanzó un tiro a dos bandas con efecto de retroceso.
—Pregúntale a Hervé Joncour, él lo sabe todo.
—Yo no entiendo nada.
—Aquí, tú eres el japonés.
—Pero de todas formas no entiendo nada.
El sano se inclinó sobre el taco y tiró un golpe perpendicular de seis puntos.
—Entonces solo queda Madame Blanche. Tiene una tienda de tejidos en Nîmes. Encima de la tienda hay un burdel. También es cosa suya. Es rica. Y es japonesa.
—¿Japonesa? ¿Y como llegó hasta aquí?
—No se lo preguntes si quieres sacarle algo. Mierda.
El manco acababa de fallar un tiro a tres bandas de catorce puntos.