36.
Delante de su casa, esperándole, Hervé Joncour encontró a la mañana siguiente a un hombre de Hara Kei. Tenía consigo quince hojas de corteza de morera completamente cubiertas de huevos: minúsculos, de color marfil. Hervé Joncour examinó cada hoja con atención, después discutió el precio y pagó con limaduras de oro. Antes de que el hombre se marchara, le dio a entender que quería ver a Hara Kei. El hombre sacudió la cabeza. Hervé Joncour comprendió por sus gestos que Hara Kei se había marchado aquella mañana temprano con su séquito y que nadie sabía cuándo volvería.
Hervé Joncour atravesó la aldea corriendo hasta la residencia de Hara Kei. No encontró más que a unos criados que a todas sus preguntas respondían sacudiendo la cabeza. La casa parecía desierta. Y por mucho que miró a su alrededor, y en las cosas más insignificantes, no vio nada que pareciera un mensaje para él. Abandonó la casa y, mientras volvía hacia la aldea, pasó por delante de la enorme pajarera. Sus puertas estaban cerradas de nuevo. Dentro, centenares de pájaros volaban, resguardados del cielo.