17. La Luna y el estado del tiempo
Muchas personas se interesan por el problema de saber cuál es la influencia que sobre la presión atmosférica pueden ejercer las mareas producidas por la Luna en el océano aéreo de nuestro planeta. El problema tiene una larga historia. Las mareas de la atmósfera terrestre fueron descubiertas por el gran sabio ruso N. V. Lomonósov[20], que las llamó “olas aéreas”. Se han ocupado de estas olas muchos hombres de ciencia; sin embargo, existen ideas erróneas muy extendidas sobre el papel que desempeñan las mareas aéreas. Los no especializados creen que en la ligera y móvil atmósfera de la Tierra, la Luna provoca gigantescas olas de marea, que cambian sensiblemente la presión de la atmósfera y que, por tanto, deben tener un efecto decisivo en la meteorología.
Esta opinión es completamente errónea. Se puede demostrar teóricamente que la altura de la marea atmosférica no supera la altura de la marea en medio del océano. Esta afirmación resulta desconcertante, pues si el aire, incluso en las capas inferiores más densas, es casi mil veces más ligero que el agua, ¿cómo es posible que la atracción lunar no lo levante a una altura mil veces mayor? Sin embargo, esto no es más paradójico que las velocidades iguales con que caen en el vacío los cuerpos de pesos diferentes.
Recordemos el experimento que se hace en las escuelas con el tubo al vacío, dentro del cual una bolita de plomo cae al mismo tiempo que una pluma. El fenómeno de la marea, en fin de cuentas, viene a ser como una caída en el espacio universal del globo terrestre y sus capas más livianas por efecto de la gravitación de la Luna (y del Sol). En el vacío sideral todos los cuerpos, los pesados y los ligeros, caen con la misma velocidad, reciben de la fuerza de gravitación la misma aceleración, si son iguales sus distancias al centro de atracción.
Lo dicho nos lleva a pensar que la altura de las mareas atmosféricas deberá ser la misma que la de las mareas oceánicas lejos de las costas. En realidad, si reparamos en la fórmula que sirve para calcular la altura de las mareas, vemos que en ella figuran solamente las masas de la Luna y de la Tierra, el radio del globo terrestre y las distancias de la Tierra y de la Luna. Ni la densidad del líquido que se levanta, ni la profundidad del océano, entran en esta fórmula. Si remplazamos el océano de agua por el aire, no alteramos el resultado del cálculo y obtenemos para la marea atmosférica la misma altura que para la marea oceánica.
Sin embargo, esta última es insignificante. La altura teórica de la mayor marea en mar abierto es de medio metro aproximadamente, y sólo la configuración de las costas y del fondo, al estrechar la ola de la marea, la levantan en algunos puntos aislados hasta diez metros o más. Hay aparatos muy interesantes para la predicción de la altura de la marea, en un sitio dado y en cualquier momento, según las posiciones del Sol y de la Luna.
En el inmenso océano del aire nada puede alterar el cuadro teórico de la marea lunar y cambiar su máxima altura teórica, que es de medio metro. Una elevación tan pequeña sólo puede ejercer en la magnitud de la presión atmosférica una influencia de poca importancia.
Laplace, que se ocupó de la teoría de las mareas aéreas, llegó a la conclusión de que las oscilaciones de la presión atmosférica debidas a ellas, no deben ser mayores de 0,6 mm en la columna de mercurio, y que el viento producido por las mareas atmosféricas puede alcanzar una velocidad no mayor de 7,5 cm/s.
Resulta evidente que las mareas aéreas no pueden desempeñar ningún papel importante como factores del clima.
Estos razonamientos muestran la falta de fundamento de los intentos de los diversos “profetas de la Luna”, de predecir el tiempo por la posición de nuestro satélite en el cielo.