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Queríais aprovechar hasta el último minuto juntos. Habéis pasado el resto de la noche hablando, soñando despiertos, disfrutando de las caricias y los largos besos. Apenas has dormido un par de horas, tumbada en el sofá, pegada a su espalda, hundiendo la nariz en su nuca, aspirando su olor, deleitándote; intentando convertirlo en un recuerdo que te permita volver a este momento siempre que lo necesites; el momento en que te has sentido en el lugar más seguro del mundo.

Ahora bostezas, mientras en la puerta del Château observas a los agentes de Bienes Culturales transportando con cuidado Los Jueces Justos hasta el furgón blindado. Llamaste a Bertrand a primera hora de la mañana para darle la noticia. Pensaba que bromeabas. No podía ser que lo hubieses encontrado, esa misma noche, partiendo del simple texto de aquella plegaria. Siempre ha pensado que eras una de las mejores inspectoras de Patrimonio, pero esto no podía ser verdad. Tuviste que enviarle una foto del panel, en la biblioteca, junto a la chimenea, para que te creyese.

Él está ahora a tu lado, con las mismas ojeras que tú, contagiándose de tu bostezo, porque él tampoco ha dormido, sumergido toda la noche en los interrogatorios; Schneider ha seguido las órdenes de su abogado, y hablar, lo que se dice hablar, lo ha hecho poco. Pero el resto de sus secuaces han cantado, y Christine se ha mostrado solícita a colaborar en todo. Está arrepentida, muy arrepentida, intentando comprender cómo, totalmente enajenada en su tormentosa relación con Schneider, ha podido dejarse llevar por esta espiral sin sentido.

Édouard está dentro con Ève, despidiéndose de ella, acordando los detalles de cómo gestionar el viñedo y los pedidos de vino el tiempo que él esté fuera.

Te disculpas con Bertrand, y caminas hacia los viñedos anexos al Château. Te internas en las primeras hileras de parras, y te agachas. Coges una de la blancas piedras de grava. Le quitas la tierra y el polvo con la mano, y la guardas en el bolsillo. Te levantas, y antes de caminar de regreso, te quedas observando el descender del viñedo hacia el río Garona, que brilla bajo el sol del mediodía. Al fondo siguen los vendimiadores, sigue el trabajo de la cosecha. Dentro de dos años probarás el vino de estas uvas. Y sabes que nunca olvidarás esta añada.

Cuando regresas observas que acaba de llegar el taxi que habíais pedido. Lo último que querías era llevar a Édouard hasta comisaría metido en un coche patrulla. Ni con Bertrand de compañero de viaje. El camino hasta Burdeos serán sólo cuarenta minutos, pero serán cuarenta minutos más que tendrás con él. Coges tu maleta que esperaba junto a las escaleras, y la metes en el maletero del taxi. Observas el último abrazo de Édouard con Ève junto a la puerta. Intenso, prolongado. Su hermana parece no querer soltarle. Cuando por fin lo hace te mira a ti, con ojos tristes. Le saludas con la mano a modo de despedida, y apartas pronto la vista. Sabes que dentro de cuarenta minutos tú harás lo mismo. Darle un último abrazo sin querer soltarle.

El silencio os engulle durante los primeros kilómetros. Él observa por la ventanilla, pensativo. Deberías haberte llevado alguna botella de vino, le oyes. Para seguir aprendiendo. Añade. Me llevo un pequeño recuerdo, le dices. Y sacas del bolsillo la piedra de grava. ¿La guardaste aquel día cuando te enseñaba los viñedos?, te pregunta. La guardé, pero esta no es la misma, contestas. La otra la perdí. Te interroga con la mirada. ¿Qué crees que fue lo que provocó que el tipo que iba a matarte se girase en el último momento y se pusiese a tiro? Él sonríe. No me digas que lanzando la piedra causaste el gong que oí momentos antes de los disparos. Asientes. Te mira con orgullo.

¿Qué te ha dicho tu abogado? le preguntas un par de kilómetros después. Sabes que ha hablado con él esa misma mañana. Está camino de Marsella, te informa. En el robo hubo agresión; al empresario alemán y a una mujer de su personal de servicio. El exnazi murió unas semanas después por un derrame cerebral; la acusación particular de la familia añade que fue por las consecuencias de la agresión producida durante el robo. Buscan sin duda una fuerte indemnización económica. Eso no me preocupa. Lo que sí me preocupa es el juez que lleva el caso. Es muy estricto. Seguramente me mantendrá en prisión preventiva hasta el juicio, y no permitirá fianza alguna. Gira el rostro, y vuelve a perder la vista en el paisaje.

Le agarras de la mano. Aprietas fuerte. Vuelve a mirarte. No te preocupes, te dice. No te vas a librar de mí tan fácilmente. Te sonríe. ¿Vas a ponerme las esposas al llegar? Te lo dice con su pícara mirada de siempre. Le pegas un suave codazo. No me hace ninguna gracia, le respondes. Se disculpa entrelazando sus dedos con los tuyos.

El taxi coge la salida y se interna en el centro de la ciudad. Observas el coche de Bertrand que rueda delante vuestro. Te revuelves incómoda en el asiento. Apenas quedan unas pocas calles que recorrer, y habréis llegado. No quiero que nos despidamos dentro, le dices. Asiente, se acerca a ti, y respira tan cerca de tus labios que se lleva el aire de tu boca y te fuerza a buscarle. Y tras el beso le abrazas, fuerte, hasta que el taxi se detiene.

No volvéis a hablar, porque ya ninguna palabra más es necesaria. Bertrand os espera al entrar en comisaría. Hace un gesto a Édouard para que le siga, y este asiente. Te mira, y comienza a caminar por el pasillo. Tú te quedas allí, plantada, con tu pequeña maleta, viendo cómo se alejan. Te esfuerzas por mantenerte íntegra. Entran en el ascensor, y antes de que las puertas se cierren, te dice un mudo te quiero que sólo tú lees en sus labios, y te hace sonreír. Y el sonríe, porque es eso, tu sonrisa, el mejor último momento que podía soñar.

Sigues mirando el ascensor aunque las puertas ya se hayan cerrado, y sólo la voz del Inspector Jefe te hace reaccionar. Se acerca a ti, te felicita por el descubrimiento de Los Jueces, y te pregunta por la hora de salida de tu vuelo hacia Madrid. Dentro de cuatro horas, le respondes. Te pide participar en la rueda de prensa que dentro de unos minutos dará a conocer ante el mundo entero que el Panel ha sido recuperado, porque quién mejor que tú para explicar lo acontecido, y tú suspiras, y dudas en aceptar su petición, porque no quieres hacerlo, no te apetece en absoluto; sólo quieres que el tiempo pase rápido, huir al aeropuerto, coger el avión y volver a tu casa. Pero en ese justo momento una idea empieza a formarse en tu mente. Y pronuncias un De acuerdo, y una última pregunta: ¿Podría hacerme un favor, Inspector Jefe?