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El hospital está sumergido en la calma de la madrugada. Tomas café en la sala de espera, junto a Bertrand, esperando la llamada del médico de guardia que está efectuando el primer reconocimiento al personaje misterioso. Agradeces tomar algo caliente, te das cuenta de que no has probado bocado desde el mediodía; la sugerente cata con Édouard ha terminado como ha terminado, sin ni siquiera empezar a preparar la cena. Vienen a tu mente pequeños retazos de la noche. Algunos recuerdos te confortan y te provocan el atisbo de una sonrisa; hacía mucho tiempo que no tenías una experiencia sexual así. Demonios, nunca habías tenido otra igual de intensa. Sofía va a flipar cuando se lo cuentes.

Otras imágenes de la noche te provocan desagradables escalofríos. Revives el miedo, el enfrentamiento físico, el olor a pólvora. Te sorprendes de cómo pueden haber pasado tantas cosas en tan pocas horas. Y te encuentras a ti misma pensando en cómo vas a afrontar lo que ha ocurrido con Édouard. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Qué es lo correcto? ¿Qué es lo que tienes que hacer? ¿Qué es lo quieres hacer? Decides postergar cualquier decisión. Tienes otras cosas en las que pensar. Aquellos tipos han venido a por las botellas y a por los documentos. Eso indica que estáis muy cerca de algo. Y, ¿cómo han sabido que vosotros teníais las botellas de Monsieur Chavenon? Sólo lo saben el propio Chavenon, su nieta Christine, la hermana de Édouard… y Bertrand. Pero ni el anciano ni la enóloga de los susurros saben nada de los documentos. Recuerdas haberlos mencionado en el informe operativo enviado a la base de datos policial. ¿Tendrán acceso a ella? ¿Quizás tienen a alguien que les suministra información desde la Police Nationale?

Y Édouard. También lo sabe Édouard. Sientes un nuevo escalofrío. Una parte de ti misma, Anne, la chica de treinta cinco años, descarta totalmente la posible implicación de Édouard. Maldita sea, ese hombre te gusta mucho. Y te hace sentir. Ha conseguido hacerte volver a sentir. Pero tu otra parte, Oteiza, la inspectora de policía, te sigue diciendo que no debes fiarte de nadie. Que dejes tu corazón a un lado y observes con objetividad todas y cada una de las posibilidades. Has mezclado lo personal con lo profesional, y no deberías haberlo hecho. Tú nunca lo haces.