27
Oteiza miró por la ventana. Juraría que el viñedo había cambiado a un rojo aún más intenso en los pocos días desde su llegada; cada atardecer volvía a componer ante sus ojos una réplica del cuadro de Van Gogh, y en cada atardecer el despliegue de cálidos colores volvía a dejarla sin palabras.
Tras haber pasado el resto de la tarde en la biblioteca, había regresado a su habitación para redactar en el portátil el informe operativo. Había sido duro escuchar la narración del diario de la abuela de Édouard y verle a él tan afectado, pero la investigación había progresado. Poco, pero al menos era un avance; hoy había sido un buen día. Envió copia a Bertrand, indicándole que al día siguiente le llevaría a comisaría las botellas de Monsieur Chavenon para analizarlas en el laboratorio.
Se dio una ducha para despejarse y volvió a elegir lo más cómodo que encontró en la maleta. Cuando descendía por las escaleras vio cómo Ève salía por la puerta. Encontró a Édouard en la cocina, pensativo, con los ojos entristecidos.
—¿Se lo has contado a tu hermana? —preguntó mientras se sentaba frente a la encimera.
—Sí. No tenía ni idea. Ni de las botellas, ni de la Resistencia, ni de nada. Para ella ha sido también una gran sorpresa. Es abrumador. Por cierto —añadió acercándose—. Gracias. Sin ti no hubiera descubierto jamás nada de todo esto.
Oteiza contestó con una sonrisa.
—Y me vas a permitir, que como agradecimiento, te prepare una suculenta cena. Dime, ¿qué vino quieres tomar? —preguntó apoyándose con los codos en la encimera.
—No lo sé, me temo que tendrás que seguir haciendo tú la elección. Me gustaría saber más de vinos, poder decirte cuál me apetecería hoy, pero aún tengo mucho que aprender.
Elige uno que haga alejar la tristeza, uno que nos ayude a olvidarnos de todo.
Édouard se quedó pensativo.
—¿Y quieres seguir aprendiendo? Porque tengo una idea. No te muevas. —Desapareció por el pasillo, y apenas unos instantes después regresó dando grandes pasos—. Por favor, ve poniendo cuatro copas sobre la encimera —añadió mientras tecleaba el código de la puerta de la bodega privada.
Ascendió las escaleras con cuatro botellas en sus brazos y una gran sonrisa.
No sé qué estás tramando, pero ¿sabes qué? Hoy no me importa.
Él descorchó las botellas. Ella sonrió mientras se recogía el pelo en un improvisado moño.
—Te voy a pedir que te fijes primero en el color —añadió mientras vertía el rojo líquido de cada botella en una copa diferente—. Mira sus tonos, el rubí intenso, los matices púrpura y granate de cada uno de ellos.
Oteiza miró las copas, pero se distrajo con el intenso brillo de aquellos ojos azules, un brillo que siempre veía regresar cuando se apasionaba intensamente por algo.
—Y, para que captures de verdad la esencia de estos vinos, voy a proponerte algo.
Metió la mano en el bolsillo del vaquero y extrajo un antifaz negro, que mantuvo colgando de los dedos mientras bordeaba la encimera y se acercaba a ella con una mirada retadora.
Así que es eso lo que has ido a buscar al dormitorio.
—Sin el sentido de la vista, el resto de tus sentidos apreciarán mejor la experiencia. Confía en mí.
¿La experiencia? ¿Y cuál va a ser la experiencia? Pero ¿sabes qué? Esta noche no me importa.
Cogió el antifaz de su mano y deslizó el suave satén negro por su rostro. —Estoy lista— dijo con una sonrisa igual de desafiante.
—Perfecto. Comenzamos. Vamos allá. Primer vino: un Opus One 2006 del valle de Napa. Sus creadores se llevaron de aquí varias variedades de uva y consiguieron que saliesen adelante en el clima californiano. Cabernet Sauvignon y Merlot sobre todo.
Ella le oía hablar a su alrededor. Notó cómo él acercaba la copa hasta que rozó su mano.
—Cógela. Huélelo. ¿Notas el aroma a rosas frescas recién cortadas, a regaliz, a chocolate negro y a pastel de moras?
Ahora no le hablaba, le susurraba. Podía notarle a su izquierda, a muy pocos centímetros.
—Pruébalo. —Esperó unos instantes a que bebiera antes de seguir hablando—. ¿Notas su intensidad? Es denso, pero es sedoso. Es suave, pero persistente. —Su tono bajó aún más—. Se expande poco a poco por el paladar, muy lentamente…
Intentó concentrarse en sentir el vino. No era algo fácil con su voz envolviéndola como un cálido abrigo. Volvió a tomar otro sorbo.
—¿Pasamos al siguiente? —preguntó él.
Ella se limitó a asentir y a coger aire.
—Ok. Vamos con el Château Margaux del 2005. Un precioso castillo del siglo XIX de tonos blancos a muy pocos kilómetros de aquí. Nunca le digas a nadie que te lo he dicho, pero posee tal delicadeza y una fragancia tan maravillosamente dulce que puede llegar a ser uno de los Burdeos más exquisitos.
Mientras seguía escuchando sus palabras, notó cómo las yemas de sus dedos comenzaron, distraídos, a deslizarse por su muñeca, recorriendo suavemente la cara interna de su antebrazo.
Profesor DeauVille, así va a ser imposible que pueda concentrarme en captar aroma alguno.
—Es complejo, es elegante, es embriagador, es puro.
Acercó la copa a sus labios y el primer sorbo le pareció exquisito. Tan exquisito como la suave y parsimoniosa caricia que recorría su brazo. Lo notó fresco y vivo, cargado de sabor, tal y cómo él le iba describiendo. Sin duda el no ver nada estaba intensificando todos y cada uno de sus sentidos.
Volvió a beber otro sorbo para alargar el momento.
—Vamos con el tercero. Petrus del 2004. Otro Château de la zona, pero un poco más lejos. Está en Pomerol, en la rivera derecha del Dordoña. Es un vino de increíble poder, con una gran profundidad y riqueza. Famoso por la textura sedosa que va ganando con los años. Su paleta aromática es impresionante.
Oyó su voz moviéndose hasta situarse detrás de ella. Sintió el calor de su cercano cuerpo sobre su espalda.
—Es muy intenso. ¿Hueles las cerezas, moras, cacao, trufas blancas… todo entrelazado de una forma perfecta?
Notó su voz acariciando el contorno de sus orejas como un suspiro de terciopelo caliente.
—Es brillante, es deslumbrante, es persistente, es tenaz, es valiente.
Su aliento le rozó el cuello y una cálida descarga eléctrica le recorrió el cuerpo entero. Dio un sorbo y notó aún más calor.
—Es fuerte, es apasionado, y seguro que tiene un punto picante. Puede ser agresivo pero intuyo que en el fondo es muy delicado.
Entonces ella se dio cuenta. No sólo estaba definiendo los vinos. Tuvo la impresión de que estaba utilizando los adjetivos para describirla a ella.
No sé si estoy preparada para esto, DeauVille.
Para lo que no estaba preparada, es para lo que vino después.
Édouard deslizó suavemente la tela de la camiseta y dejó al descubierto su hombro.
—Es original, es exquisito, es extraordinario.
Y posó sus labios en su piel desnuda. Una vez. El contacto fue tan sutil que Oteiza creyó que se lo había imaginado. Pero la segunda vez no dejó lugar a dudas. Y la tercera tampoco.
La inspectora se quedó totalmente inmóvil. No pudo reaccionar. No se esperaba este avance tan rápido y directo. Su cuerpo se quedó tenso, rígido, paralizado. Estaba totalmente bloqueada.
No sé si estoy preparada para esto, Édouard.
Él notó su reacción y se sintió aterrorizado. Se arrepintió de haberlo hecho. No quería forzar nada. Si este no era el momento, esperaría lo necesario hasta que lo fuese. Apareció el miedo a su rechazo. Quizás nunca fuera el momento. Quizás ella no sentía lo mismo.
Con un lento movimiento se separó de su cuerpo y volvió a colocarse a su izquierda, mientras cogía la copa del último vino y comenzaba a describirlo.
—Brunello de Montalcino de 2004. Para llegar al viñedo hay que recorrer una escondida pista de tierra roja bordeada por altos cipreses. Al atardecer el sol de la Toscana lo inunda todo de tonos cálidos y sensuales. Es…
Ella le detuvo colocándole la mano en el pecho. Él dejó de respirar. Ella sintió su corazón acelerándose bajo la mano.
Oteiza. Si no lo haces ahora, el momento habrá pasado. Hazlo.
—Espera. No digas nada. Déjame a mí definirlo.
Se giró sobre el taburete hasta colocarse frente a él. Seguía con el antifaz puesto, pero él sentía su mirada como si pudiese atravesar el satén negro. Dio un sorbo al vino y comenzó a hablar pausadamente.
—Creo que es noble, es generoso, es apasionado, es entusiasta, es chispeante, es encantador, es dulce… y es también extraordinario.
Él se dio cuenta de que su inteligente inspectora había descubierto el juego. No era el vino lo que estaba definiendo. Se sintió orgulloso y no pudo reprimir una sonrisa, al igual que no pudo reprimir una oleada de emoción al escuchar todos aquellos calificativos salir de su boca. Quizás sí era el momento. Quizás ella sí sentía lo mismo.
—¿Quieres probarlo? —preguntó Oteiza. Él acercó la mano pero ella le sintió aproximarse y puso la copa lejos de su alcance.
Dio un trago y pasó provocativamente la lengua por los labios, dejando su boca levemente abierta. Incitadora. Tentadora. Él se aproximó colándose de pie entre sus piernas, rozando con las yemas su mejilla, deslizando sus dedos hasta apoyarlos suavemente bajo su mentón, forzándola a levantar levemente el rostro. Se acercó a sus labios pero se detuvo a pocos milímetros, respirando sobre su aliento, que olía a cerezas y promesas.
Alargó el momento, observando cómo la impaciencia crecía y provocaba un leve temblor en el labio inferior de ella. Sonrió y comenzó a besarlo, a morderlo, a succionarlo con lenta cadencia. Pasó con igual lentitud a su labio superior, rozándolo con la lengua, deleitándose con el sabor del vino y de su boca. Notó la presión de sus rodillas en las caderas. Notó cómo le agarraba de la camisa y le atraía hacia ella. Y antes de que la intensidad del beso se incrementase, ella notó cómo le retiraba el antifaz de su rostro. No abrió los ojos.
No quiero abrirlos. Sólo quiero dejarme llevar.
Interrumpió el beso y se separó levemente de ella, esperando a que abriese los párpados. Haciendo un esfuerzo sobrenatural, Oteiza abrió los ojos y sus pupilas se adaptaron poco a poco a luz. Y cuando enfocó la mirada de DeauVille, se quedó sin respiración.
Édouard le había mirado de muchas maneras desde que se conocían. Íntimo, nervioso, impaciente, sonriente, preocupado, comprensivo, irónico, seductor. Un montón de miradas distintas, todas desafiando sus convicciones, todas atravesando su corazón y convirtiéndola poco a poco, y sin saberlo, en una adicta al simple placer de estar con él. Pero hasta ahora jamás le había mirado así. Sintió un estremecimiento. Había auténtico fuego en su mirada.
Volvió a tirar de su camisa para atraerle y le besó intensamente.
In Vino Veritas, pensó él. In Vino Veritas.[*]
A la mierda con todo. Quiero esto, pensó ella.