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Cuando Édouard entró en la biblioteca, encontró a Oteiza hablando por teléfono. Daba pasos por la habitación, de un lado a otro, visiblemente nerviosa y alterada, con las mejillas sonrojadas y la camiseta empapada en sudor.

—¿Estás segura de eso, Sofía? ¿De verdad crees que contiene las pistas para encontrar los Arma Christi?

DeauVille caminó hasta el baño. Fuera cual fuera el tema de la conversación, Sofía era la interlocutora protagonista; Oteiza se limitaba a escuchar y pronunciar algún Entiendo de vez en cuando. Volvió a la biblioteca con una toalla y se la entregó a la inspectora, que se lo agradeció con una fugaz sonrisa.

—Espera, espera, eso tengo que anotarlo.

Oteiza se sentó y comenzó a tomar apuntes. Édouard observó que sobre la mesa estaban abiertos varios libros de pintura flamenca del siglo XV. Todos mostraban la misma obra, un retablo religioso compuesto por varios paneles. Ella interrumpió la escritura, y con el bolígrafo le indicó una fotografía que se centraba en uno de los paneles.

—Sí, sí, lo estoy anotando.

Volvió a concentrarse en escribir lo que Sofía le estaba diciendo.

DeauVille se inclinó y se fijó en el panel señalado por Oteiza. Mostraba unos caballeros con trajes medievales, montados a caballo, con un paisaje al fondo que presentaba un saliente rocoso, un prado con árboles y unos torreones. Tuvo que leer dos veces el nombre del panel, que figuraba bajo la imagen. No podía creérselo. Los Jueces Justos. Levantó inmediatamente la vista para mirar a Oteiza, que había reanudado su errante caminar por la habitación mientras seguía pegada al teléfono.

—De acuerdo, sí, te mantendré informada. Te llamaré si necesito saber algo más.

Escuchó unos instantes más y se detuvo en mitad de la habitación.

Sonrió.

—Sí, pero ahora mismo no puedo darte más detalles.

Miró a Édouard.

—¿En una palabra?

Siguió mirándole mientras pensaba en la respuesta.

—Espectacular.

Pulsó el botón de finalizar llamada.

Esta vez fue DeauVille quién sonrió al intuir cuál había sido el tema en las últimas frases de la conversación.

—Coge ese libro y sígueme —ordenó Oteiza señalando el enorme ejemplar con la imagen a doble página del Retablo de Gante—. Te lo explicaré mientras me ducho.

Subió a la carrera por la escalera, saltando de dos en dos los escalones. Cuando Édouard llegó a la habitación y entró al baño, ella ya se había quitado la ropa y estaba abriendo el grifo de la ducha.

—El Retablo de Gante, también conocido como La Adoración del Cordero Místico es una de las pinturas más importantes de la historia del arte. Fue pintada por el joven maestro flamenco Jan van Eyck entre 1426 y 1432, y es consideraba como el punto de inflexión entre el arte de la Edad Media y el Renacimiento, así como también el origen del Realismo Pictórico.

Édouard se sentó en la taza y colocó el libro abierto sobre las rodillas. Oteiza cerró la mampara y se deslizó bajo el chorro de agua mientras seguía hablando.

—Es un políptico de unos tres metros y medio de ancho por unos dos y veinte de alto, formado por doce paneles de roble policromado, que se exhibe en la catedral de San Bavón de Gante, en Bélgica. Desde que su autor dio la obra por terminada, el Retablo de Gante ha sido considerado botín de guerra en muchas ocasiones; además de objeto de falsificaciones, contrabando, desmembramientos, ocultación, incendios, ataques… se ha pagado rescate por él; los nazis y Napoleón se lo apropiaron; fue recuperado, pero a lo largo de la historia ha sido robado una y otra vez.

Vertió un poco de champú en la mano y empezó a lavarse el pelo. Miró a DeauVille a través del cristal, que estaba más pendiente de contemplar cada una de sus curvas que de mirar el libro.

—Édouard, céntrate.

Él tardó aún unos instantes en dejar de mirar su cuerpo, pero asintió e intentó concentrarse en la imagen del retablo.

—Se trata de una obra que cautiva la mirada y desafía a la mente. ¿Ves la corona que está a los pies del Dios Padre? La reproduce con un detallismo microscópico; está pintada con tiras de pan de oro auténtico, dándole un relieve y una textura que atrapan la luz, como si fueran chispas encendidas. Fíjate en el extremo detalle de todos los elementos y los personajes que la componen; es impresionante: Jan van Eyck se adelantó cuatrocientos años al movimiento del Realismo.

—Veo que estudiaste muy bien esta obra en la universidad —añadió Édouard levantando la vista para volver a mirarla.

—Fue el proyecto de fin de carrera de Sofía. Por entonces compartíamos piso, así que durante casi un año tuve que convivir con su obsesión por el retablo; y créeme, cuando Sofía se obsesiona con algo, es imparable. Y muy insistente. Imprimió a escala real una imagen de la obra que ocupaba entera una de las paredes de nuestro apartamento. Se sentaba enfrente y se tiraba horas mirándolo. Y me obligaba a mirarlo con ella. Con una cerveza en la mano, claro. Aún no había despertado su pasión por el vino.

DeauVille sonrió al imaginarse la escena.

—Y aún no había despertado tampoco la tuya —dijo bajando la vista a su trasero.

—Mi pasión por el vino es muy, muy reciente, pero muy, muy intensa —contestó ella inclinándose hasta que sus ojos coincidieron con los de él.

Entonces, en ese preciso instante, Édouard lo supo.

Supo que estaba perdido. Y sonrió como un estúpido.

Oteiza volvió a colocarse bajo el chorro de agua para aclararse el cabello y continuó hablando.

—El retablo fue codiciado tanto por Hitler como por el mariscal Göring. Ambos pretendían apoderarse de él para incorporarlo a sus colecciones privadas. Se sentían atraídos por su fama y su belleza, pero también veían en la obra un símbolo de la supremacía aria, e idolatraban a Jan van Eyck; lo consideraban una figura ejemplar dentro la historia teutónica. Además, el retablo había estado expuesto en Berlín antes de la Primera Guerra Mundial, pero había regresado a Bélgica porque así se determinó en el Tratado de Versalles, lo cual fue un gran agravio para los alemanes. Hitler pensaba que si llevaba la obra de regreso a Berlín, compensaría el daño causado contra Alemania.

Oteiza volcó el bote de gel de baño sobre la esponja y comenzó a enjabonarse el cuerpo.

—Y encima, Hitler, estaba convencido de que la pintura contenía un mapa en clave para encontrar varios de los llamados Arma Christi o Instrumentos de la Pasión de Jesús. Si te fijas en el panel central —añadió señalando con el dedo hacia el libro—, puedes ver que la sangre mana del pecho del Cordero, cayendo al Santo Grial, y también verás que los ángeles que rodean el trono llevan en sus manos la Lanza del Destino, la Cruz, la Corona de Espinas… Hitler creía que poseer dichos objetos le otorgaría poderes sobrenaturales. Ya habrás oído con anterioridad que el Führer y algunos de sus oficiales nazis estaban fascinados por el ocultismo; formaron un grupo de investigación llamado Ahnenerbe, que se dedicaba a estudiar fenómenos sobrenaturales, leyendas y objetos presuntamente mágicos, reliquias religiosas cuyas propiedades mágicas garantizarían el triunfo nazi, como el Arca de la Alianza. ¿La primera de Indiana Jones sí la has visto no? —le preguntó con una sonrisa.

—Sí, señorita cinéfila —respondió Édouard con divertida ironía.

—Los belgas intuyeron al inicio de la Segunda Guerra Mundial que los alemanes iban a apropiarse el retablo. En mayo de 1940, las tropas alemanas invadieron Holanda y Bélgica. El gobierno belga pensó, en un primer momento, que el Vaticano podría ser un buen refugio. Metieron los paneles en grandes cajones, y los cargaron en un camión. Pero cuando estaban ya de ruta hacia Roma, Italia se unió al Eje y declaró la guerra. Francia se ofreció a custodiar el retablo; el camión dio la vuelta y se dirigió al Château de Pau, cerca de los Pirineos. El Castillo de Pau ya escondía muchas obras provenientes de museos nacionales franceses, incluido el Louvre. Göring, nuestro conocido amante de los Lafite-Rotshchild, llegó a Pau y se hizo con el Retablo y el resto de las obras de arte. Y Heinrich Himmler, jefe de las SS, de la Gestapo, y también de la Ahnenerbe, estaba deseoso por estudiarlo. Había leído que Jan van Eyck había realizado un viaje a Portugal antes de pintar el retablo; el motivo del viaje era conocer a unos famosos cartógrafos portugueses para componer un enigma cartográfico con el que ocultar el paradero de las Arma Christi en el interior del Retablo. Así que estaba deseoso por analizarlo, buscar sus símbolos ocultos, descubrir las pistas que les llevasen a los Arma Christi. Pero el Retablo de Gante desapareció. Quizás lo llevaron a Berlín para su estudio. No se supo más sobre él hasta el final de la guerra.

El vapor del agua comenzaba a empañar el cristal de la mampara. Édouard la escuchaba atentamente, mirando alternativamente la imagen del retablo y cómo ella deslizaba la esponja por su cuerpo.

—Desde el inicio de la guerra, los británicos crearon una división de oficiales con formación en obras de arte y monumentos con el objetivo de garantizar su protección en zonas de conflicto. Más tarde, cuando Estados Unidos entró en la guerra, creó también un cuerpo similar. Estaba formado por historiadores de arte, arquitectos, pintores, y conservadores en la vida civil. Muchos de ellos poseían excepcionales conocimientos sobre arqueología y arte, y también hablaban con fluidez las lenguas de los diferentes países donde iban a operar. Les llamaron los Monument Men.

La inspectora pasó la mano por la mampara para quitar el vapor y poder seguir mirando a Édouard mientras continuaba hablando.

—El mismo general Eisenhower emitió una declaración al ejército, en breve estarían combatiendo por todo el continente europeo, y en la senda de ese avance se encontrarían monumentos históricos y centros culturales que simbolizarían para el mundo todo lo que luchaban por conservar. Destacó que era responsabilidad de todo mando proteger y respetar esos símbolos siempre que fuera posible. Aquella declaración de Eisenhower era algo históricamente innovador: Nunca antes un ejército había entrado en guerra con la intención de evitar daños a obras de arte, culturales y monumentos, y de perseguir su preservación.

Se volvió a colocar bajo el chorro de agua para aclararse el cuerpo.

—Después del día D, y una vez que los aliados comenzaron a liberar Europa, los Monument Men siguieron a las tropas inmediatamente detrás de la línea del frente. No era tarea fácil: tenían que analizar y proteger los daños de los elementos arquitectónicos dañados por los combates, los archivos, las bibliotecas, iglesias, museos, así como su contenido artístico. Además debían realizar la labor detectivesca de buscar las miles de obras de arte saqueadas durante la guerra. ¿Sabes?, deberían hacer una película sobre ellos —añadió mientras cerraba el grifo.

—Tú hubieras sido una excelente Monument Woman —dijo Édouard dejando el pesado libro sobre el bidé. Corrió a levantarse para agarrar una toalla. Cuando la inspectora abrió la mampara él ya la estaba esperando con ella extendida.

—Gracias —susurró ella. Emitió un gemido de satisfacción al sentir cómo le abrazaba con la toalla—. Esto es un placer.

—Tout le plaisir est pour moi.

No pudo evitar besarle.

—Gracias a esa labor detectivesca —Oteiza reanudó la narración mientras salía del baño aún envuelta en la toalla—, lograron saber que los nazis habían acondicionado unas minas de sal en Austria, cerca de una localidad llamada Altaussee, para almacenar allí las obras de arte robadas. Llegaron en mayo de 1945, pero se encontraron con que la entrada al pozo había sido dinamitada por los alemanes antes de su huída. Tardaron unos días en retirar los escombros, pero en cuanto atravesaron la gran puerta de hierro del fondo del pozo… se encontraron con miles de joyas artísticas.

—Wow —exclamó DeauVille sentándose en una de las butacas frente a la cama—. Eso tuvo que ser muy parecido a cuando entraron en el Nido del Águila y se encontraron todas las botellas de vino y Champagne robadas.

—Sí, seguro que fue un gran momento en sus vidas. Tuvo que ser muy emocionante; a medida que exploraban cueva tras cueva, las dimensiones del expolio iban saliendo a la luz. Una de las galerías contenía dos mil pinturas almacenadas en dobles estantes que recorrían las paredes. Obras de los mejores pintores de la historia: Miguel Ángel, Da Vinci, Vermeer, Rembrandt, Hals, Reynolds, Rubens, Tiziano, Tintoretto, Brueghel… Los haces de luz de las lámparas devolvían a la vida los marcos dorados, la trama de los lienzos; los rostros pintados resurgían de la penumbra. Y al llegar a una nueva galería, allí estaban, sin envolver, sobre cajas de cartón vacías, separadas apenas unos centímetros del suelo de arcilla de la mina, los once paneles de La Adoración del Cordero Místico de Jan van Eyck.

—¿Once paneles? ¿No eran doce? —preguntó Édouard.

Oteiza dejó de buscar la ropa en la maleta y le miró.

—Ahí está el quid de la cuestión.

Dejó pasar unos segundos mientras miraba divertida cómo se incrementaba la inquietud de DeauVille.

—Faltaba el panel de Los Jueces Justos.

—¿Los alemanes lo habían ocultado en algún otro lugar?

—No, la historia de la desaparición de ese panel se remonta a antes de la guerra, a 1934.

Dejó caer la toalla al suelo y comenzó a vestirse.

—Una mañana de abril de 1934, el sacristán de la catedral de Gante, se dio cuenta de que alguien había entrado durante la noche. Fue corriendo a revisar el retablo, y se dio cuenta de que faltaba un panel. Dicho panel contenía un anverso y un reverso pintados, y habían sido sustraídos los dos. Los días laborables el políptico quedaba cerrado, mostrando el reverso, que era la escultura pintada de San Juan Bautista. Cuando el políptico se abría los fines de semana y en fechas señaladas, el anverso mostraba a los Jueces Justos. La investigación de la policía no fue nada profesional, y hubo todo tipo de rumores sobre su robo. ¿Habían sido espías alemanes como venganza por haber sido devuelto a Bélgica tras el Tratado de Versalles? ¿Eran ladrones de arte? Incluso se rumoreó que había sido oculto dentro de la propia iglesia. Resumiendo, el panel se catalogó como perdido en los archivos policiales, y a día de hoy, así sigue figurando. Es la obra de arte más buscada de toda la historia.

—¿Y los nazis también lo buscaron?

—Por supuesto —contestó Oteiza sentándose en la cama frente a Édouard—. Querían el retablo completo. Sin los doce paneles no tendrían el mapa para conseguir los Arma Christi. Incluso Joseph Goebbels se puso a ello: designó la búsqueda de los Jueces Justos a un detective nazi especializado en cuestiones artísticas, un tal Heinrich Köhn —añadió mirando los apuntes que había tomado en su conversación con Sofía—. Quería regalárselo a Hitler. Köhn no encontró nada y lo castigaron enviándole al frente. También encargó su búsqueda a Otto Rahn, un erudito nazi de prestigio, especializado en el Santo Grial. Pero tampoco pudo encontrarlo.

—¿Y puede ser que lo estén buscando ahora? ¿El código de las botellas se refiere a ese panel?

Oteiza sonrió mientras se quitaba la humedad del cabello con la toalla.

—Creo que el robo del panel de los Jueces en 1934 fue una medida preventiva; quisieron asegurarse de que una pieza clave del mapa del tesoro desapareciera, y así poder garantizar que las Arma Christi siguieran estando en paradero desconocido. Y creo que en la Segunda Guerra Mundial la Resistencia tomó el relevo a la hora de ocultarlo. Y escondió las claves para encontrarlo en las botellas.

Édouard suspiró. Todo aquello era abrumador.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó.

—Quizás deberíamos volver a hablar con Monsieur Chavenon. Es el único que tuvo contacto directo con la Resistencia que sigue vivo. Quizás oyó algo sobre algún plan para ocultar y salvaguardar las obras de arte.

—Pues no perdamos más tiempo. Vamos ahora mismo a su Château —añadió Édouard poniéndose en pie.

—Me gusta esa actitud —concluyó ella sonriendo.