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A pesar de los elevados tacones, decidió pasar del lento ascensor y subió por las escaleras. La comisaría estaba vacía a esas horas, y no se cruzó con nadie en el camino hasta el Departamento de Bienes Culturales. Édouard había sugerido acompañarla, pero ella prefirió que se quedase esperándola en el coche. Tal y como estaban las cosas respecto a su implicación con Diderot, lo mejor era evitarle cualquier encuentro con Bertrand. Cuando abrió la puerta, vio la espalda del inspector, que en la soledad de la sala miraba atentamente la pizarra de la investigación.

—Espero que tengas algo muy interesante cómo para levantarme de la… —dejó de hablar en cuanto se giró y la vio.

—Madre de Dios, Anne. ¡Estás guapísima!

Oteiza hizo caso omiso a sus palabras y a su desencajado rostro de sorpresa, y se acercó con pasos firmes a la pizarra.

—Las etiquetas tienen un código numérico escrito en su interior. Y sólo puede leerse cuando están vacías. Por eso no lo descubrimos cuando estudiamos las de Monsieur Chavenon —exclamó señalando las fotos de las botellas que colgaban de la pizarra.

—¿Y cómo has descubierto eso?

—En la fiesta de L’Ambivalence. Menuda la que tenían allí montada. ¿Sabes quién era el anfitrión? Michael Schneider, el actor alemán que vimos en el Festival de Cine de San Sebastián junto con Diderot. Estaban bebiéndose las botellas robadas, los Borgoña, los Burdeos, los Champagne, y sólo algunas tenían dentro los códigos. En concreto, las Château DeauVille.

—¿Has estado en L’Ambivalence? ¿Y estaban las botellas robadas? Merde Anne. Tenías que haberme avisado y hubiésemos ido juntos. ¿Con quién has ido? ¿Con él?

—Sí —contestó escuetamente Oteiza.

Bertrand suspiró.

—¿Y qué significan esos códigos que has visto?

—No lo sé, pero creo que sé cómo descubrirlo. La abuela de Édouard utilizaba un sistema de encriptación para todos los mensajes de la Resistencia. Quizás sea el mismo sistema para ocultar la información de esos códigos. Necesito llevarme las botellas.

—¿Ahora mismo?

—No hay tiempo que perder Bertrand. Al salir he apuntado todas las matrículas de los coches aparcados en el club. Investígalas. Y busca todo lo que puedas sobre Schneider. Si está alojado en algún hotel, si tiene alguna propiedad en Burdeos. Qué hace aquí, con quién se relaciona. Halla todo lo que puedas sobre él.

—De acuerdo, pero… ¿no te extraña que, a pesar de que impidieses el robo de ayer, de que capturásemos a Diderot, hayan hecho esa fiesta igual? Seguramente sabían que íbamos a encontrar esa tarjeta de acceso. Quizás estaban seguros de que ibas a aparecer por allí.

—¿Qué estás sugiriendo Bertrand?

—Sabían que era imposible que consiguiésemos una orden judicial para entrar en una propiedad privada sólo con sospechas. No daría tiempo ni aunque me hubieses avisado al ver las botellas robadas. Y sabiendo eso, te las han mostrado, abiertamente. ¿Para qué? Está claro, Oteiza. Para que descubrieses los códigos. ¿Y si ellos no saben aún cómo descifrarlos? ¿Y si es todo una trampa para utilizarte, para que seas tú quién les haga el trabajo de desencriptarlos?

Oteiza escuchaba en silencio, pero no dejaba de negar con la cabeza.

—¿Y qué me dices de DeauVille? Él sabía dónde estaba el club ¿no? Y cómo se accedía. Y te ha llevado hasta la boca del lobo.

Joder Bertrand. No puede ser él. No puede estar metido en todo esto. Le creí cuando me dijo que no habría más secretos. Confío en él. Joder Bertrand. Aún siento sus manos por mi cuerpo, aún noto la herida en el labio, aún le siento entre mis piernas.

—¿Por qué confías plenamente en él?

Ella no contestó. Bertrand cambió el gesto. Intuyó la respuesta en su silencio.

—Tú verás Oteiza —añadió en tono cortante—. Es tu vida privada; haz lo que quieras. Pero esta es también mi investigación, y no puedo dejar que la pongas en peligro. No confío en él, y tú no deberías hacerlo tampoco.

—Ahora mismo voy a ir a la Sala de Pruebas. Y voy a llevarme las botellas, Bertrand. Voy a descifrar el código. Voy a descubrir qué es lo que buscan. Voy a encontrar las pruebas para detenerles. Quizás no confíes en DeauVille, pero vas a tener que confiar en mí.

—Muy bien. He informado al juez de Marsella encargado del robo perpetrado por Diderot. Y no sólo fue un robo. Fue asalto con agresión. Emitirá una orden de detención contra DeauVille que tendré que ejecutar en cuarenta y ocho horas. Y estaré encantado de presentarme en su lujoso Château, ponerle las esposas y traerle aquí, donde pueda tenerlo bien vigilado hasta el traslado a los juzgados de Marsella.

El desagradable tono de voz del inspector heló las venas de Oteiza. Aquel no era el Bertrand que conocía, era una nueva versión fría, áspera y amenazadora. Asintió, y sin decir una sola palabra más salió de la sala.

Cuarenta y ocho horas. Dale caña, Oteiza.