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Caminó bordeando la base hasta la entrada donde estaba aparcado el Aston Martin. A cada paso que daba se sentía más liviana. Por fin había terminado aquello, y quizás, si el destino era benevolente, el panel de Los Jueces Justos podría estar cerca de ser encontrado. Pero lo que más le aliviaba era haber dejado de sentir aquella presión en el pecho; él no estaba implicado, no lo había estado nunca. Ahora estaba segura de ello.
Se sentó en el asiento del conductor, y lo primero que percibió fue su olor. Su perfume mezclado con su esencia, predominando sobre el aroma a cuero. Sonrió al sentirse envuelta en él. Ajustó el asiento, apretó el botón de encendido y el motor emitió su ya conocido rugido. Se detuvo en el primer semáforo al salir del puerto; activó el sistema de cambio con levas y metió primera, y en cuanto la luz se puso en verde, pudo sentir bajo su pie derecho toda la potencia. Aquello no era como su Monster, pero se le parecía mucho; la hizo vibrar, y le provocó una descarga de endorfinas que volvió a hacerla sonreír mientras atravesaba velozmente la noche de Burdeos.
La comisaría bullía de actividad; todas las salas de interrogatorio estaban completas, y varios agentes del departamento de Bienes Culturales ya se habían puesto a la tarea descifrando los códigos de las botellas.
Le gustó ver que, a pesar de la urgencia que mostraban por descubrir el significado que contenían, trataban con extremo y pulcro cuidado las ancianas hojas del bello ejemplar de Les Trois Mousquetaires.
Dejó el chaleco antibalas sobre una mesa y preguntó por Bertrand; siguiendo las indicaciones, le encontró en la pequeña sala de grabaciones situada entre dos de los habitáculos de interrogatorios. En uno de los laterales, tras un ventanal que era un falso espejo por el otro lado, se encontraba Michael Schneider, respondiendo con reticencias a las preguntas de dos agentes. En el lado opuesto, la ventana mostraba a una colaboradora Christine que respondía sin dudar a todo aquello que le era preguntado.
—¿Qué tal va todo? —preguntó a Bertrand, que sentado frente a los monitores de vídeo que estaban grabando ambos interrogatorios, tomaba notas sin cesar.
—Bien, vamos bien. Sobre todo con Mademoiselle Chavenon. Está confirmando todas nuestras sospechas. Schneider ha sido la cabeza pensante de todo el plan, y se ha servido de ella en varias ocasiones. Creo que en realidad no sabía dónde se estaba metiendo, o no ha sabido reaccionar ante todo lo que se le ha venido encima. Parece muy afectada, o quizás hacerse la víctima sea su estrategia para intentar exculparse, no lo sé. Mañana le haremos pasar un reconocimiento psicológico.
—¿Puedo ayudar en algo? —preguntó Oteiza mientras miraba a Christine a través del cristal.
—No, tranquila. Está todo controlado.
—¿Qué tal fue todo cuando entrasteis en la sala de la base?
—Como la seda. Estos tipos de intervención hicieron un trabajo magnífico. Tomaron posiciones alrededor de la estancia y en cuanto di la orden, entraron y no dieron ninguna opción a los hombres de Schneider. Ni un sólo tiro, ni un sólo herido.
—Excepto el tipo que acabó flotando en el agua —añadió Oteiza con amargura.
Bertrand dejó de mirar las pantallas y se giró hacia ella.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó tras unos segundos.
—Lo llevo. Lo que no sé es cómo lo llevaré después. Nos preparan para esto, pero en realidad nunca estamos preparados.
Bertrand se levantó de la silla y se acercó a ella.
—Puedes contar conmigo para todo lo que necesites, lo sabes ¿verdad?
Oteiza se giró y le miró a los ojos. Y sintió la necesidad de abrazarle.
—Lo sé Phillipe. Gracias —dijo sobre su hombro.
—Y ahora vete —añadió el inspector separándose del abrazo—. Aprovecha las horas que te quedan —concluyó con un torpe guiño que la hizo sonreír.
—Pero manténme informada. Quiero saber el resultado del desencriptado de los códigos; envíamelo en cuanto lo tengas ¿vale?
—A sus órdenes inspectora —contestó Bertrand cuadrándose y llevándose la mano a la frente a modo de oficial saludo policial.
Aquello volvió a hacerla sonreír, y aún seguía haciéndolo mientras salía por la puerta y bajaba los escalones de dos en dos hacia la salida.
Aparcó en la puerta del hotel, subió rápidamente a la habitación y volvió a apretujar la ropa para meterla en la maleta. Pagó la cuenta y enfiló el rugiente DB9 en dirección al hospital.