V

Comenzó a agostarse el fuego del hogar y a soplar el viento que precede a la mañana. Una luz tenue y gris iluminaba ya la casa cuando Daniel Webster concluyó su exposición. Aquellas palabras suyas de tan tétrica noche acabarían derramándose por New Hampshire para hacer más próspera y bonancible esta tierra que sus gentes aman y cultivan. Tal cuadro ofreció de ella merced a sus palabras que cada uno de los miembros del jurado hubo de pensar en cosas largamente olvidadas. No en vano las palabras de Daniel Webster llegaban al corazón como un regalo, y en ello radicaba su verosimilitud y por lo tanto su fuerza. Para cada uno de los miembros del jurado fue la voz de Daniel como un bosque que revela sus secretos, como la tormenta que agita los mares; y todos y cada uno vieron en sus palabras el grito de la nación a la que pertenecían, y que habían supuesto perdida para siempre. Y alguno hasta rememoró tiernas escenas de otro tiempo, que había olvidado durante años y más años. Pero cuando Daniel Webster quedó en silencio no supo decirse si había salvado o no a Jabez Stone. Aunque sí tuvo la sensación de que había logrado un milagro, pues a todos les había desaparecido de los ojos aquel fulgor bestial, y volvían a ser hombres, al menos por unos momentos, y además sabían que eran hombres.

―La defensa ha terminado ―dijo entonces Daniel Webster, crecido como una montaña, aún resonándole sus propias palabras.

No oyó nada más durante un largo rato, hasta que el juez Hathorne anunció:

―El jurado se retira a considerar su veredicto.

Walter Butler se levantó entonces de su asiento con un gesto de apacible orgullo.

―El jurado ya ha considerado su veredicto ―dijo mirando a Scratch a los ojos―. Creemos en la inocencia de Jabez Stone.

Al extraño se le borró de golpe la sonrisa, pero Walter Butler no se arredró.

―Quizá ―prosiguió― nuestro fallo no esté en estricta consonancia con las evidencias, pero incluso así hemos de aceptar la elocuencia y argumentos de Mr. Webster.

Con eso lanzó el gallo su canto al cielo gris de la mañana, y el juez y el jurado salieron uno tras otro de la casa, tal y como habían llegado, como humo que se pierde en el aire, como si jamás hubieran estado allí.

El extraño se volvió a Daniel Webster, y con una amarga sonrisa le dijo:

―El Mayor Butler siempre fue un hombre audaz y valiente, nunca he tenido dudas al respecto, pero jamás imaginé que lo fuera hasta el punto en que hoy lo ha demostrado… En cualquier caso, y dado que ambos somos caballeros, le felicito a usted.

―Gracias, pero deme primero ese papel, por favor ―dijo Daniel Webster, y tomando el papel lo rompió, no sin notar cuán caliente estaba―. Y ahora, ya lo tengo en mi poder ―y con sus manos poderosas, con su fuerza de oso, hizo presa en un brazo del extraño, pues bien sabía que una vez derrotado en buena lid alguien como Mr. Scratch, sus poderes se esfuman. Y vio claramente que Mr. Scratch lo sabía.

El extraño trató de resistirse, pero fue en vano.

―Vamos, Mr. Webster ―decía con una pálida sonrisa―. Todo esto es ridículo… ¡Ay! No apriete tanto, por favor… Si está usted enfadado por las costas del juicio, yo correré con los gastos.

―Pues claro que va a pagar usted ―le dijo Daniel Webster, presionándole aún más, hasta hacer que le rechinaran los dientes―. Para empezar, tomará usted asiento a esta mesa y procederá a la redacción de un documento en el que prometa que jamás volverá a molestar con cualquier tipo de reclamación a Jabez Stone, ni a sus herederos o beneficiarios, ni a cualquier natural de New Hampshire, de aquí en adelante, hasta el día del Juicio Final. Y sean cuales sean los hados que se ciernan sobre este Estado, seremos sus naturales quienes nos levantemos, sin la ayuda de extraños.

―¡Ay! ―gritó de nuevo el extraño, al sentir en su brazo la presión de Daniel Webster―. ¡Ay! De acuerdo, nunca se verán en esa tesitura los habitantes de este Estado, estoy dispuesto a firmarlo.

Cedió entonces, tomó asiento a la mesa y redactó el documento en esos términos. Daniel Webster no le quitaba la mano del cuello.

―Y ahora, ¿puedo irme? ―preguntó el extraño con humildad, cuando Daniel comprobó la redacción del documento y aceptó su validez legal.

―¿Irte? ―dijo Daniel dándole un pescozón―. Pero si todavía no he decidido qué hacer contigo… Has firmado el documento, te has comprometido a pagar todas las costas legales… pero aún no hemos ajustado cuentas tú y yo… Creo que te llevaré conmigo a Marshfield ―añadió Daniel como si tramase algo―. Tengo allí un carnero llamado Goliat, capaz de derribar de un topetazo una puerta de hierro. Me gustaría soltarte en el campo y ver qué hace Goliat contigo…

Bien, tras esas palabras, el extraño comenzó a pedir clemencia una y otra vez. Y lo hizo con tanto sentimiento y humildad que al cabo Daniel Webster, que a fin de cuentas era un hombre de buen corazón, decidió dejarlo marchar libremente. El extraño se mostró muy agradecido, y dijo, a fin de hacer ver a Daniel que podían ser amigos, que antes de irse quería leerle la palma de la mano para comprobar si en verdad era un hombre de buena fortuna. Daniel se mostró de acuerdo con eso, aunque no tenía muy en cuenta esas cosas.

El extraño, naturalmente, veía las cosas de otra manera. Bien, el caso fue que leyó las líneas de la mano de Daniel Webster, y le hizo varias observaciones en las que llevaba razón, aunque pertenecientes todas al pasado.

―Sí, todo eso es verdad, todo eso ocurrió, como dices ―le aseguró Daniel Webster―, pero… ¿qué hay del futuro?

Sonrió el extraño, un tanto feliz, y sacudió la cabeza.

―Es que el futuro no es lo que usted cree ―le dijo―. Es algo oscuro, difícil de ver… Porque es usted un hombre muy ambicioso, Mr. Webster.

―Tienes razón, lo soy ―reconoció Daniel, pues como sabía todo el mundo aspiraba a ser presidente de la nación.

―Hay algo que sugiere la posibilidad de que usted alcance una meta que se propone, pero a la vez no se ve claramente que lo consiga. Hombres con menos merecimiento que usted llegarán a la Presidencia, y usted se quedará en el camino, eso es lo que parece.

―Pero si así ocurriera, seguiré siendo Daniel Webster, no obstante. Continúa…

―Usted tiene dos hijos muy fuertes ―dijo el extraño, sacudiendo la cabeza―. Pero las líneas de su mano dicen que ambos morirán en una guerra sin haber llegado a ser nada.

―Vivos o muertos, por siempre serán mis hijos ―dijo Daniel Webster―. Continúa…

―Es usted un gran orador y hace discursos extraordinarios ―dijo el extraño―. Pues bien, seguirá haciéndolos.

―¡Ah! ―dijo Daniel Webster.

―Pero su último gran discurso ―siguió diciendo el extraño― hará que muchos de los que le sostuvieron se vuelvan contra usted. Lo llamarán entonces Ichabod. Y le llamarán con otros nombres aún más hirientes. Incluso en Nueva Inglaterra habrá quien diga que se cambió usted de chaqueta y que vendió su país, y a esas voces se irán uniendo otras, y le perseguirán hasta que muera.

―Da igual. Si mi último discurso será en verdad honesto, no importa lo que consideren los demás ―dijo Daniel Webster, mirando al extraño a los ojos, que cerró los suyos―. Una cosa más ―dijo Daniel―. Siempre he luchado por la Unión, toda mi vida… ¿Veré la victoria de la Unión sobre aquellos que quieren destruirla?

―No vivirá para verlo ―dijo el extraño con gesto serio―. Pero la Unión vencerá. Y después de que usted muera, serán miles y miles los que combatan para defender su causa, Daniel Webster, gracias precisamente a sus discursos.

―Bien, entonces, tú, el tramposo, el malhadado, el adivino, el artero ―dijo Daniel Webster riéndose―, puedes regresar ya a las regiones donde moras, no sin que antes te marque con mi sello. Por las trece colonias primigenias, que ya he puesto las bases necesarias para salvar la Unión.

Y con aquello dio al extraño una patada que hubiera tumbado a un caballo, y eso que sólo le dio un poco con la puntera de su bota. No obstante, el extraño salió volando con su caja de coleccionista bajo el brazo.

―Y ahora ―dijo Daniel Webster mirando a Jabez Stone, que se recuperaba ya de su desvanecimiento― veamos si queda algo en esa jarra, pues hablar tanto, durante toda la noche, cansa mucho y te deja seca la garganta… Y espero que tengas un buen pastel para el desayuno, vecino Stone.

Cuentan que desde entonces, por dondequiera que sea que el Diablo se acerque a Marsfíeld, incluso ahora, Daniel Webster levanta un muro para que no pase. Aunque se asegura que desde entonces no se le ha visto por New Hampshire. No puedo decir lo mismo de Massachusetts y Vermont.