XV
EL JUICIO
Fray Giovanni fue llevado ante los magistrados de la República para ser juzgado de acuerdo con la ley de Viterbo. Y uno de los magistrados dijo a los guardianes:
―Quitadle sus cadenas. Porque todo acusado debe comparecer libremente ante nosotros.
Y Giovanni pensó:
―¿Por qué pronuncia el juez palabras torcidas?
Y el primero de los magistrados empezó a interrogar al santo varón. Le dijo:
―Giovanni, hombre malvado, tras haber sido encarcelado por la augusta clemencia de las leyes, has hablado contra esas leyes. Y has urdido con los malvados, encadenados en la misma mazmorra que tú, un complot contra el orden establecido en la ciudad.
El santo varón Giovanni respondió:
―He hablado en nombre de la justicia y de la verdad. Si las leyes de la ciudad están conformes con la justicia y la verdad, no he hablado contra ellas. He pronunciado palabras de amor. He dicho:
»No intentéis destruir la fuerza por la fuerza. Sed pacíficos en medio de las guerras, a fin de que el espíritu de Dios se pose en vosotros como el pajarillo en la copa de un álamo, en el valle inundado por el agua del torrente. He dicho: «Sed mansos con los violentos».
Y el juez gritó enfurecido:
―¡Habla! ¡Dinos quiénes son los violentos!
Y el santo varón dijo:
―Queréis ordeñar la vaca que dio toda su leche y saber de mí lo que no sé.
Mas el juez impuso silencio al santo varón, y dijo:
―Tu lengua ha lanzado la flecha del discurso, y el tiro apuntaba a los príncipes de la República. Pero ha caído más abajo, y se ha vuelto contra ti.
Y el santo varón dijo:
―Me juzgáis, no por mis actos ni por mis palabras, que son manifiestas, sino por mis intenciones que sólo son visibles a Dios.
Y el juez respondió:
―Si no viéramos lo invisible y si no fuéramos dioses sobre la tierra, ¿cómo podríamos juzgar a los hombres? ¿No sabes que acaba de decretarse en Viterbo una ley que persigue hasta los pensamientos más secretos? Pues la policía de las ciudades se perfecciona sin cesar, y hasta el sabio Ulpiano, que manejaba la regla y la escuadra en tiempos de César, se sorprendería si viera nuestras escuadras y nuestras mejores reglas.
Y el juez añadió:
―Giovanni, has conspirado en tu prisión contra la cosa pública. Mas el santo varón negó haber conspirado contra la ley de Viterbo.
Entonces el juez dijo:
―Lo ha atestiguado el carcelero.
Y el santo varón preguntó:
―¿Qué peso tendrá mi testimonio en un platillo cuando el del carcelero está en el otro?
El juez respondió:
―En la balanza el tuyo pesará menos. Por eso el santo varón guardó silencio.
Y el juez dijo:
―Hace un momento hablabas, y tus palabras probaban tu perfidia. Y ahora te callas, y tu silencio es la confesión de tu crimen, y has confesado dos veces que eres culpable.
Y el magistrado que se llamaba Acusador se levantó y dijo:
―La insigne ciudad de Viterbo habla por mi voz, y mi voz será grave y tranquila, porque es la voz pública. Y pensaréis que estáis oyendo hablar a una estatua de bronce, porque no acuso con mi corazón y mis entrañas, sino con las tablas de bronce sobre las que está escrita la ley.
Y acto seguido empezó a agitarse y a pronunciar palabras violentas. Y recitó el argumento de un drama, a imitación del trágico Séneca. Y ese drama estaba lleno de crímenes cometidos por el santo varón Giovanni. Y el Acusador interpretaba sucesivamente todos los personajes de la tragedia. Imitaba los lamentos de las víctimas y la voz de Giovanni, a fin de impresionar más a las almas. Y se creía oír y ver al propio Giovanni, ebrio de odio y de crimen. Y el Acusador se mesó los cabellos, se desgarró la túnica y cayó extenuado sobre su augusto asiento.
Y el juez que había interrogado al acusado tomó de nuevo la palabra y dijo:
―Conviene que un ciudadano defienda a este hombre. Porque, según la ley de Viterbo, nadie puede ser condenado antes de haber sido defendido.
Entonces un abogado de Viterbo subió a un escabel y habló en estos términos:
―Si este monje ha dicho y hecho lo que se le reprocha, es muy malvado. Pero no hay prueba de que haya hablado y obrado de la manera que se cree. Y, bondadosos señores, de haber prueba, convendría considerar aún la extremada simplicidad de este hombre y la debilidad de su entendimiento. En la plaza pública era el hazmerreír de los niños. Es un ignorante. Ha cometido muchas extravagancias; por mi parte, le creo desprovisto de razón. Lo que dice no vale nada, y no sabe hacer nada. Creo que ha frecuentado malas compañías. Repite lo que ha oído sin comprenderlo. Es demasiado estúpido para ser castigado. Buscad a quienes lo adoctrinaron. Ésos son los culpables. Hay mucha incertidumbre en este caso, y el sabio dijo: «En la duda, abstente».
Cuando hubo terminado de hablar, el abogado descendió de su escabel. Y fray Giovanni recibió su sentencia de muerte. Y le fue dicho que sería colgado en la plaza adonde las campesinas van a vender sus frutos y los niños a jugar a las tabas.
Y un doctor muy insigne en derecho, que se hallaba entre los jueces, se levantó y dijo:
―Giovanni, te conviene firmar la sentencia que te condena, pues, pronunciada en nombre de la ciudad, tú mismo la pronuncias en calidad de parte de la ciudad. Y como ciudadano, te corresponde en ella una parte honorable, y yo te probaré que debes estar satisfecho de ser ahorcado por justicia.
»En efecto, la satisfacción del todo comprende y encierra la satisfacción de las partes, y dado que tú eres una parte, en verdad ínfima y miserable, de la noble ciudad de Viterbo, tu condena, que satisface a la comunidad, debe satisfacerte a ti.
»Y también te demostraré que debes considerar bondadosa y honrada tu condena a muerte. Porque no hay nada tan útil y conveniente como el derecho, que es la justa medida de las cosas, y debe agradarte que te hayan aplicado esa justa medida. De conformidad con las reglas establecidas por César Justiniano, recibiste lo que se te debe. Y tu condena es justa, y por lo tanto agradable y buena. Mas aunque fuera injusta y estuviera manchada y contaminada de ignorancia e iniquidad (no lo quiera Dios), también te convendría aprobarla.
»Pues una sentencia injusta, cuando se pronuncia de acuerdo con las formas de la justicia, participa de la virtud de esas formas y es gracias a ella augusta, eficaz y de gran virtud. Lo de malo que haya en ella es transitorio y de escasa consecuencia, y sólo afecta a lo particular, mientras que, lo que tiene de bueno, deriva de la fijeza y permanencia de la institución de justicia, y, por lo tanto, satisface a la generalidad. Debido a ello, Papiniano proclama que más vale juzgar falsamente que no juzgar en absoluto, porque los hombres sin justicia son como bestias en los bosques, mientras que, a través de la justicia, se manifiesta su nobleza y dignidad, como se ve en el ejemplo de los jueces del Areópago, a quienes los atenienses tenían en gran consideración. Pero ya que es necesario y provechoso juzgar, y no es posible juzgar sin fallo ni error, se sigue que el error y el fallo están comprendidos en la excelencia de la justicia y participan de esa excelencia. Por lo cual, aun creyendo inicua tu sentencia, deberías complacerte en esa iniquidad, en tanto que aliada y amalgamada a la equidad, de la misma manera que el estaño y el cobre se mezclan para formar el bronce, metal precioso y empleado en usos nobilísimos, como dice Plinio en sus historias.
Enumeró luego el doctor las comodidades y ventajas de la expiación que lava la falta, como las sirvientas lavan cada sábado el umbral de las casas. E hizo ver al santo varón el gran beneficio que para él era ser condenado a muerte por la augusta voluntad de la república de Viterbo, que le había dado jueces y un defensor. Y cuando el doctor calló, al final de sus palabras, fray Giovanni fue encadenado de nuevo y llevado otra vez a su mazmorra.