VII
EL DOCTOR SUTIL
Satán volvió a sentarse en la montaña que, enfrente de Viterbo, sonríe bajo su corona de olivos. Y dijo en su corazón:
―He de tentar a ese hombre.
Maquinaba este designio en su espíritu porque había visto a fray Giovanni que, ceñido con una cuerda y un moral al hombro, cruzaba la pradera, dirigiéndose a la ciudad para mendigar en ella su pan, de acuerdo con la regla.
Y Satán tomó la apariencia de santo obispo, y bajó a la pradera. Una mitra relumbrante pesaba sobre su cabeza, y las piedras de aquella mitra lanzaban verdaderas llamas. Su capa estaba cubierta de figuras bordadas y pintadas con tal arte que ningún artesano del mundo habría podido hacerlas semejantes.
Él mismo estaba representado, con seda y oro, en ella, bajo las apariencias de un san Jorge y de un san Sebastián, y también bajo las apariencias de la virgen Catalina y de la emperatriz Elena. La belleza de aquellas caras difundía turbación y tristeza. Y aquella capa era de un artificio maravilloso. Nada comparable en riqueza se ve en los tesoros de las iglesias.
De este modo, llevando la mitra y la capa, y comparable en majestad a ese Ambrosio del que Milán se enorgullece, Satán caminaba, apoyado en su báculo, por la pradera florecida.
Y, acercándose al santo varón, le dijo:
―¡La paz sea contigo!
Pero sin decirle qué clase de paz era. Y fray Giovanni creyó que era la paz del Señor. Pensó:
―Este obispo, que me da el saludo de paz, fue sin duda en vida un santo pontífice y un mártir inquebrantable en su constancia. Por eso Jesucristo ha trocado, en las manos de su confesor, el báculo de madera en báculo de oro. Hoy este santo es poderoso en el cielo. Y por eso, después de su bienaventurada muerte, pasea por la pradera pintada de flores y bordada de perlas de rocío.
Así pensó el santo varón Giovanni, y no le pareció extraño. Y, tras saludar a Satán con una gran reverencia, le dijo:
―Señor, sois misericordioso por apareceros a un pobre hombre como yo. Mas esta pradera es tan bella que no sorprende que los santos del paraíso paseen por aquí. Está pintada de flores y bordada de perlas de rocío, y es una obra amable del Señor.
Y Satán le dijo:
―No es la pradera, es tu corazón lo que vengo a mirar; y para hablarte he descendido de la montaña. Durante siglos he disputado muchísimo en la Iglesia. En las asambleas de los doctores mi voz rugía como el trueno, mi pensamiento relucía como el relámpago. Soy sapientísimo, y me llaman el doctor Sutil. He discutido con los ángeles. Y quiero discutir contigo.
Fray Giovanni respondió:
―¿Cómo podría disputar el pobre hombrecillo que soy con el doctor Sutil? Yo no sé nada, y mi estupidez es tal que no puedo retener en mi cabeza otra cosa que las canciones en lengua vulgar cuando les han puesto rimas para ayudar a la memoria, como en: Haced, Jesús, claro espejo, que mi corazón no sea negro; o en: Santa María, Virgen florida.
Y Satán respondió:
―Fray Giovanni, las damas de Venecia se divierten mostrando su habilidad en meter un gran número de piezas de marfil en una caja de cedro que, en principio, parecía demasiado pequeña para contenerlas. Así introduciré yo en tu cabeza ideas que nadie creía que pudieran caber en ella. Y te llenaré con una sabiduría nueva. Te mostraré que, pensando caminar por la vía recta, yerras como un borracho, y empujas el arado sin preocuparte de alinear los surcos.
Fray Giovanni se humilló diciendo:
―Es verdad que no soy otra cosa que un insensato y que no hago nada sino mal.
Y Satán le dijo:
―¿Qué piensas de la pobreza?
El santo varón respondió:
―Pienso que es una perla preciosa.
Y Satán replicó:
―Pretendes que la pobreza es un gran bien, y quitas a los pobres una parte de ese gran bien dándoles limosna.
Y fray Giovanni pensó y dijo:
―La limosna que doy, la doy a Nuestro Señor Jesucristo cuya pobreza no puede ser disminuida. Porque es infinita, y sale de él como una fuente inagotable, y la derrama sobre sus preferidos, que serán siempre pobres, según la promesa del hijo de Dios. Dando a los pobres, no doy a los hombres, sino a Dios, de la misma manera que los ciudadanos pagan el impuesto al podestá, y el impuesto es para la ciudad que, con el dinero que recibe, provee a sus necesidades. Y lo que doy es para pavimentar la ciudad de Dios. Es inútil ser pobre de hecho si no es uno pobre de espíritu. Porque la verdadera pobreza es espíritu. El sayal, el cordón, las sandalias, las alforjas y la escudilla de madera no son otra cosa que su representación para recordarla. La pobreza que yo amo es espiritual, y la llamo: «Mi Señora» porque es una idea, y porque en esa idea reside toda belleza.
Satán sonrió y replicó:
―Fray Giovanni, tus máximas son las de un sabio de Grecia llamado Diógenes, que enseñaba en las universidades cuando guerreaba Alejandro de Macedonia.
Y Satán añadió:
―¿Es cierto que desprecias los bienes de este mundo?
Y fray Giovanni respondió:
―Los desprecio.
Y Satán le dijo:
―Mira que al mismo tiempo desprecias a los hombres laboriosos que, al producirlos, cumplen la orden que le fue dada a Adán, tu padre, cuando se le dijo: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente». Si el trabajo es bueno, el fruto del trabajo es bueno. Sin embargo, tú no trabajas ni te preocupas del trabajo de los demás. Pero recibes limosna y la das, despreciando la ley impuesta a Adán y a su semilla en los siglos.
―¡Ay! ―suspiró fray Giovanni―, estoy cargado de crímenes y soy el hombre más malvado y más inepto al mismo tiempo del mundo. Por eso no me miréis, y leed en el Libro. Nuestro Señor dijo: «Los lirios del campo no trabajan ni hilan». Y también dice: «María tiene la buena parte que no le será quitada».
Entonces Satán alzó la mano, como quien disputa y se dispone a llevar con los dedos la cuenta de sus argumentos. Y dijo:
―Giovanni, lo que fue escrito con un sentido, tú lo lees con otro, y cuando estudias tu libro pareces menos un doctor en su pupitre que un asno en el pesebre. Voy por tanto a reprenderte como el maestro reprende al escolar. Fue dicho que los lirios del campo no tienen necesidad de hilar, porque son bellos, y la belleza es una virtud. Y también se dijo que María no ha de hacer la casa porque ama al que la visita. Mas tú que no eres hermoso y que no te instruyes, como María, en las cosas del amor, arrastras tristemente por los caminos una vida ignominiosa.
Giovanni respondió:
―Señor, igual que un hábil pintor representa en una estrecha tablilla de madera una ciudad entera con sus casas, sus torres y sus murallas, así vos habéis descrito en pocas palabras mi alma y mi rostro con maravillosa exactitud. Y soy por entero lo que decís. Mas si siguiera perfectamente la regla establecida por san Francisco, el ángel del señor, y si practicase la pobreza espiritual, sería el lirio de los campos y tendría la parte de María.
Y Satán le interrumpió y dijo:
―Pretendes que amas a los pobres. Pero prefieres al rico y sus riquezas, y adoras a Aquel que posee y da tesoros.
Y Giovanni respondió:
―Aquél a quien yo amo posee, no los bienes del cuerpo, sino los del espíritu.
Y Satán replicó:
―Todos los bienes son de carne y se gustan por la carne. Lo enseñó Epicuro, y Horacio, el satírico, lo escribió en sus cantos.
Tras haber escuchado estas palabras, el santo varón Giovanni suspiró:
―Señor, no os entiendo.
Satán se encogió de hombros y dijo:
―Mis palabras son exactas y literales y este hombre no las entiende. Y yo he disputado con Agustín y Jerónimo, y con Gregorio y con aquél al que llamaron Boca de Oro. Y éstos me entendían menos aún. Los miserables hombres caminan a tientas en las tinieblas, y el Error eleva sobre sus cabezas su inmenso dosel. Los simples y los sabios son juguete de la eterna mentira.
Satán siguió diciendo al santo varón Giovanni:
―¿Eres feliz? Si eres feliz, no prevaleceré contra ti. Porque el hombre sólo piensa en el dolor, y no medita más que en la tristeza. Y, atormentado por temores y deseos, se agita ansioso en su lecho y desgarra su almohada de mentiras. ¿Por qué tentar a este hombre? Es feliz.
Pero fray Giovanni suspiró:
―Señor, soy menos feliz desde que os escucho. Y vuestras razones me turban.
Al oír estas palabras, Satán arrojó su báculo pastoral, su mitra y su capa. Y se mostró desnudo. Era negro y más hermoso que el más hermoso de los ángeles.
Sonrió con dulzura, y dijo al santo varón:
―Tranquilízate, amigo mío. Soy el espíritu malo.