ADVERTENCIA DEL EDITOR
(1772)
Pese a la necesidad indispensable, que todo el mundo conoce, de adornar con grabados todas las obras que se tiene el honor de ofrecer al público, poco ha faltado para que ésta no se haya visto forzada a prescindir de ellos. Todos nuestros grandes artistas están abrumados a obras, todos nuestros grabadores trabajan por las noches y apenas dan abasto; el autor estaba desesperado y no podía, ni por oro ni por plata, encontrar ni dibujos ni grabados. Publicar su obra sin eso, era echarla a perder; por ello estaba decidido a guardarla cuando felizmente encontró en una posada a uno de esos hombres de genio que la Naturaleza se complace en formar, y cuya imaginación nunca enfrió el arte con sus reglas esclavizadoras. De Estrasburgo a París no hay casi chimenea que no lleve la impronta del fuego de sus composiciones, del humo ondulante de sus pipas y de la flema filosófica de sus fumadores.
Accedió a poner sobre el papel su idea ardiente y rápida; y si los fríos expertos no encuentran en ella el acabado amanerado de un buril chatamente exacto, seguro que la gente de gusto quedará impresionada por la verdad de la expresión. La seriedad imponente de un filósofo instruido en los secretos más impenetrables de la cábala, la ávida curiosidad de un adepto que arde por instruirse y cuya atención se comunica hasta sus piernas, le saltarán a la vista. Lo que no se les escapará a buen seguro es el brazo del servidor infernal de Soberano que sale de una nube para obedecer a su amo, y llevarle, a la primera señal, la pipa que pide; es, por último, la facilidad del talento del artista para poner con tanta naturalidad, sobre la pared del cuarto, la estampa, felizmente desaliñada, que representa ese sorprendente efecto del poderío mágico.
¡Y que no podamos describir con la misma extensión las obras maestras de otros dos genios que han prestado sus seductores lápices! Mas ¿por qué negarnos a ello? El espíritu de un dibujo, la expresión de un grabado, ¿no dicen casi siempre más y mejor que las palabras más sonoras y las mejor ordenadas? ¿Qué expresiones traducirían, como el grabado, el valor tranquilo de Álvaro, que el cavernoso che vuoi no consigue desquiciar?
¿Cómo pintar con tanta calidez, al escribir, su frío asombro cuando, desde su cama rota, dirige la mirada a su encantador paje que se peina con los dedos?
¿Qué frases darán nunca una idea más neta del claroscuro que la cuarta de nuestras estampas, cuyo autor, como tenía que representar dos habitaciones, ha puesto de forma tan ingeniosa todo el oscuro en una y todo el claro en la otra? ¿Y qué servicio no ha prestado, con este afortunado contraste, a tanta gente que tiene la locura de hablar de ese arte sin conocer sus primeras nociones? Si no temiéramos herir su modestia, añadiríamos que su manera nos ha parecido deber mucho a la del famoso Rembrandt.
El perro de Álvaro que, en el bosquecillo, le salva, desgarrándole la ropa, del precipicio donde iba a hundirse, prueba sobradamente que la gente de ingenio tiene menos a menudo que los animales.
Finalmente la última, que deriva bastante del plumeado tan ingenioso de la primera, aunque de otra mano nos ha parecido tan sublime como moral es; ¡qué multitud de ideas presenta a la imaginación su elocuente sequedad! Un campo alejado de toda ayuda humana; unos corceles fogosos, emblema de las pasiones, que, al romper sus cinchas, dejan muy lejos a su espalda el frágil carruaje que tan bien representa la humanidad; un ser embriagado que se precipita para no abrazar más que un vapor; una nube horrible, de donde sale un monstruo cuya figura describe, a ojos de un mortal engañado, la imagen viva de lo que su imaginación libertina le había embellecido tan locamente.
Pero ¿adónde nos arrastra el deseo de hacer justicia a los deliciosos autores de estos cuadros sorprendentes? ¿Cuál de nuestros lectores no encontrará en ellos un millón de ideas que nosotros nos reprocharíamos señalarles? Dejémoslo ahí, y séanos permitido únicamente decir unas palabras de la obra.
Se pensó en una noche y se escribió en un día; no es en absoluto, como de costumbre, un robo hecho al autor; la escribió para su placer y un poco para edificación de sus conciudadanos, porque es muy moral; su estilo es rápido; nada de espíritu a la moda, nada de metafísica, nada de ciencia, menos todavía de lindas impiedades y de audacias filosóficas; sólo un pequeño asesinato para no chocar frontalmente con el gusto actual, y eso es todo. Parece como si el autor se hubiera dado cuenta de que un hombre que ha perdido la cabeza por amor ya es muy de lamentar; pero que cuando una mujer se enamora de él, le mima, le importuna, lo lleva y quiere hacerse amar por fuerza, es el diablo.
Muchos franceses, que no presumen de ello, han estado en grutas haciendo evocaciones, y han encontrado en ellas infames animales que les gritaban che vuoi? y que, tras su respuesta, les presentaban un animalillo de trece o catorce años. Es bonito, se lo llevan; los baños, los trajes, las modas, los barnices, los maestros de toda especie, el dinero, los contratos, las casas, todo está en el aire; el animal se vuelve amo, el amo se vuelve animal. Pero ¿por qué? Porque los franceses no son españoles; porque el diablo es muy malicioso; porque no siempre es tan feo como se dice.
ADVERTENCIA DEL EDITOR
(1776)
Esta obra apareció por primera vez enriquecida con grabados más que grotescos que salían en su totalidad de la mano de nuestros mejores maestros. Un hombre de gran inteligencia unió a ellos un prólogo que se elimina con pesar en esta edición; contenía una crítica tan fina como agradable; pero como se refería casi por entero a las estampas de las que no se ha considerado oportuno tirar nuevas pruebas, se ha creído que debían suprimirse; en la actualidad, por no poder ser comprendida, perdería casi todo el encanto que tenía.