IV
EL PAN SOBRE LA PIEDRA

Como el bondadoso san Francisco había dicho a sus hijos: «Id y mendigad vuestro pan de puerta en puerta», fray Giovanni fue enviado un día a cierta ciudad. Una vez franqueadas las barreras, fue por las calles a mendigar su pan de puerta en puerta, según la regla, por amor de Dios.

Pero la gente de aquella ciudad era más avara que los de Lucca y más duros que los de Perugia. Los panaderos y los curtidores que jugaban a los dados delante de su tienda rechazaron con duras palabras al pobre de Jesucristo. Y las mujeres jóvenes, que tenían entre sus brazos a sus recién nacidos, volvían la cabeza. Y como el buen hermano, que se regocijaba en el oprobio, sonreía a las negativas y a los insultos, los habitantes de la ciudad decían:

―Se burla. Es un insensato, o más bien un vago y un borracho. Ha bebido demasiado vino. Sería un pecado darle siquiera una miga de pan de nuestro arcón.

Y el buen hermano les respondía:

―Tenéis razón, amigos míos; no merezco que os apiadéis de mí, y no soy digno de compartir el alimento de vuestros perros y de vuestros cerdos.

Los niños, que en ese momento salían de la escuela, oyeron estas palabras; persiguieron al hombre santo gritando:

―¡Al loco! ¡Al loco!

Y le arrojaron barro y piedras.

Y fray Giovanni salió al campo. La ciudad se asentaba en la pendiente de una colina, y estaba rodeada de viñedos y olivares.

Bajó por una cañada y, viendo cerca los maduros racimos de la vid que pendían de las ramas de los olmos, extendió los brazos, y bendijo los racimos. Bendijo también los olivos y las moreras y todo el trigo de la llanura. Sin embargo, tenía hambre y sed, y se deleitaba en la sed y en el hambre.

Al final de un camino vio un bosque de laureles. Los hermanos mendicantes suelen ir a rezar a los bosques, entre los pobres animales a los que cazan los hombres crueles. Por eso fray Giovanni entró en el bosque y caminó por la orilla de un riachuelo claro y cantarín. Y vio una piedra llana en la orilla de aquel riachuelo.

En ese momento, un joven de maravillosa belleza, vestido con una túnica blanca, depositó un pan sobre la piedra y se marchó.

Y fray Giovanni, tras arrodillarse, oró, diciendo:

―¡Qué bueno sois, Dios mío, permitiendo que vuestro pobre sea servido por la mano de uno de vuestros ángeles! ¡Oh pobreza bendita! ¡Oh magnífica y esplendida pobreza!

Y comió el pan del ángel y bebió el agua de la fuente. Y se vio fortificado en su cuerpo y en su alma. Y una mano invisible escribió sobre los muros de la ciudad: «¡Malditos sean los ricos!».