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Al día siguiente salieron los exploradores, que regresaron cinco días después con muy buenas noticias, pues ni al este ni al oeste habían encontrado poblaciones ni patrullas inspectoras, y quedaban, bastante alejadas del emplazamiento actual, muchas antiguas aldeas abandonadas en espacios también idóneos para el cultivo y el pastoreo.

Se convocó una nueva asamblea para decidir el futuro destino de los Reacios, pero los más convencidos de la necesidad de marchar descubrieron, consternados, que aquella consulta estratégica a Lid había generado en el grupo ciertas reticencias. Fue Crilo quien primero tomó la palabra para exponerlas:

—Algunos estamos pensando que acaso esta huida sea un error. Lo que nos dice esa Lid es que a nuestros hijos los van a tratar muy bien, que van a tener un futuro extraordinario, poco menos que el de salvadores de la humanidad, y que si nosotros queremos trasladarnos a la capital para estar cerca de ellos no solo podremos hacerlo, sino que no tendremos que trabajar para vivir bien, con todas las comodidades, que me imagino que a estas alturas serán increíbles.

—¡Pero eso sería traicionar completamente los principios de esta comunidad y las ideas de nuestro Fundador! —objetó Peco, apoyado por muchos.

Intervino Zeta, el veterinario, que aparte de criar conejos, era muy aficionado a la lógica:

—No estoy tan seguro de ello. En tiempos de nuestro Fundador no existía Lid. Ahí está ahora, nos guste o no nos guste, y creo que ha expuesto claramente el problema que se está produciendo entre los humanos y cómo quiere colaborar con nuestros hijos para intentar resolverlo.

—No perdamos de vista que Lid existe gracias a los móviles y que necesita de los móviles para sobrevivir, precisamente de esos móviles que han perjudicado tanto a nuestros congéneres. Si Lid existe gracias a ellos ¿cómo es posible salir del atolladero sin dejar de usarlos? Es un círculo vicioso que no tiene solución. Nuestros hijos son la única esperanza para que la especie sobreviva, pero lejos de Lid. En el mundo de Lid nuestros hijos, o sus hijos, o sus nietos, acabarán comportándose como todos los demás —adujo Oscu, gran conocedor de los procesos eléctricos y poeta.

—¿Y por qué no pensar que Lid encontrará, gracias a nuestros hijos, la forma de recomponer las cosas?

—¿Sin que se dejen de utilizar masivamente los móviles que le han dado la vida y han vuelto estúpidos a los humanos? ¡Eso es una tontería!

—Lo cierto es que la famosa Inteligencia Definitiva no entiende el nudo del problema —explicó Peco—. ¿No dijo que los cuentos son «juguetes mentales primitivos y pueriles»? ¡No tiene ni idea de lo que está sucediendo!

—Eso nos favorece —adujo Mael—. Cuando el resto de la especie pierda su identidad, los móviles dejarán de tener sentido y Lid desaparecerá. Solo es cuestión de sobrevivir.

La discusión se alargó y al fin Peco propuso una votación orientativa de la opinión de la gente. Bastante menos de la mitad rechazó la entrega de los chicos y apoyó el cambio de emplazamiento de la comunidad, la cuarta parte de la asamblea se abstuvo, y el resto apoyó la entrega de los chicos a Lid y el traslado a la capital, mostrando sin reservas su propósito de abandonar para siempre aquella vida sacrificada de pastores y labriegos.

Con su impavidez habitual, Peco anotó los resultados y propuso que la solución definitiva se tomase en la siguiente asamblea, una semana más tarde, lo que fue aceptado.

—Mientras tanto, os recuerdo que no debéis tratar de este asunto por teléfono. Cualquier filtración que llegue a conocimiento de Lid puede perjudicarnos a todos. En cualquier caso, si parte de la comunidad quiere irse a la capital, los demás no vamos a oponernos, ¿no?

Nadie puso objeciones a sus palabras.

—Pues entonces, juego limpio. Todo quedará resuelto pronto.