José María Merino (La Coruña, 1941) es uno de los mejores narradores vivos en lengua española. Premio Nacional de la Crítica, Premio Nacional de Literatura Juvenil, Premio Miguel Delibes, Premio Salambó y, desde el año pasado, Premio Nacional de Narrativa por El río del Edén (Alfaguara, 2012), es novelista, poeta, ensayista y miembro de la Real Academia Española, donde ha sido el impulsor de la aceptación, aún pendiente, del término «distopía» en el diccionario. Defensor a ultranza del género fantástico, tanto en su acepción académica de ruptura de la realidad como en muchas de sus manifestaciones más populares, Merino ha cultivado la fantasía, la ciencia ficción y la literatura especulativa en la mayor parte de su obra, empezando hace más de tres décadas por su Novela de Andrés Choz (Magisterio Español, 1976) y sus Cuentos del reino secreto (Alfaguara, 1982), y acabando con la antología a cargo de Juan Jacinto Muñoz Rengel La realidad quebradiza (Páginas de Espuma, 2012), que recoge sus mejores relatos fantásticos. Junto a títulos tan memorables como La orilla oscura (Alfaguara, 1985), Los trenes del veranoNo soy un libro— (Siruela, 1993), Las visiones de Lucrecia (Alfaguara, 1996) o Los invisibles (Espasa, 2000; existe una reedición imprescindible en Cátedra, Letras Populares, 2012), por citar solo algunas cimas de su obra donde resalta especialmente lo fantástico, hay que reseñar la aparición en 2008 de Las puertas de lo posible (Páginas de Espuma), recopilación de la que basta decir que, según su ficticio prologuista, pudo haberse llamado Cuentos distópicos de no ser porque Merino los consideró demasiado optimistas para lo que en realidad cree que podría ocurrirle a la humanidad.

Parte de ese pesimismo, que en Merino suele expresarse mediante la confrontación entre la tecnología, por un lado, y la cultura y la naturaleza, por el otro, protagoniza «La Inteligencia Definitiva»: un relato que parte de la posible evolución de la telefonía móvil para abordar los grandes temas del autor. Sus «Reacios» y su LID, en el fondo, encarnan las dos caras de toda distopía. Su insuperable final, además, apunta al peligro último que Arthur C. Clarke formuló en su segunda ley sobre la cuestión. Pero no adelantemos acontecimientos: se oye ya el timbre de una llamada, y Luco está a punto de responder…