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En la Casa de Todos estaba Rune, el maestro, con otros vecinos, y en sus rostros se mostraba la misma preocupación que había ensombrecido el ánimo de Mael. Hicieron sonar por los altavoces la señal de la urgente convocatoria y esperaron a los demás padres y madres, que fueron llegando con rapidez y aire de alarma entre la tarde cada vez más deshilachada, llevando con ellos objetos similares al que Mael le había quitado a Luco.

Cuando estuvieron reunidos en la sala del concejo, el maestro relató lo sucedido: al final del recreo, un pequeño aparato había descendido del cielo, se había posado en el patio, y de él salió una especie de robot —pese a las trazas humanoides, conservaba sus características mecánicas— que llamó a los niños.

—¿Cómo que los llamó? —preguntó Peco, el regidor.

—«¡Chicos y chicas, venid, os traigo un regalo!» —repuso Rune, el maestro.

—¿Y tú no hiciste nada?

El maestro se lo quedó mirando con fastidio:

—¿Qué podía hacer yo?

Explicó que todo se había producido en dos o tres minutos, con una rapidez sorprendente. La chavalería, que había interrumpido sus juegos cuando sus miembros vieron aparecer la nave —una especie de pequeño cilindro volador— echó a correr hacia el robot, que también velozmente les había entregado aquellos objetos, uno a cada uno.

—«¡No olvidéis que Lid es vuestra amiga!», gritó antes de entrar en el aparato y ascender por el aire con la misma celeridad que a su llegada. Fue visto y no visto.

De hecho, nadie en el valle había advertido la presencia de la nave. Tras el informe de Rune, los concurrentes se quedaron en silencio durante un rato.

—¿Son todos iguales? —preguntó el regidor.

La gente puso sobre la mesa aquellos curiosos paralelepípedos.

—¡Móviles! ¡Parecen móviles! —exclamó el regidor con gesto aterrorizado.

En aquel momento, los objetos comenzaron a vibrar suavemente y sobre el conjunto de ellos se perfiló la figura brumosa, rojiza, de lo que parecía una pirámide, que enseguida habló con la voz metálica y segura que Mael había oído antes:

Salud, Reacios, gente de Última Comarca. En efecto, son lo que en los tiempos antiguos llamasteis móviles. Ahora llevan mi nombre: Lid.