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Agotado por el esfuerzo, Peco cruzó los brazos sobre la mesa y dejó caer la cabeza sobre ellos. La concurrencia comenzó a moverse y alguien empezó a hablar, pero Mael se levantó e hizo un enérgico gesto exigiendo silencio, antes de recoger los móviles depositados en la mesa y llevárselos de la sala para guardarlos en el archivador de una habitación apartada. Cuando regresó, Peco continuaba en la misma actitud, pero los demás concurrentes murmuraban excitados.
—¿Que se van a llevar a nuestros hijos? —preguntó Crilo, el marido de Virna, la comadrona—. ¿Y Peco le da la razón, tan tranquilo?
—¿Es que no te has enterado de nada, Crilo? Peco ha actuado de la mejor forma posible, ha ganado tiempo. Si esa cosa quisiese llevárselos ahora mismo, no podríamos impedirlo.
Por fin Peco salió de su abatimiento.
—Nos encontramos ante el problema más grave de la historia de esta comunidad.
—¿Y qué vamos a hacer?
—Ahora lo más urgente es no cambiar nuestras rutinas. Volved a casa y tened en cuenta que todo lo que hablemos por teléfono será conocido en el acto por esa cosa hija de los malditos móviles. Debemos buscar una solución sin que sospeche nada.
—Los chicos van a pedir los móviles, ¿qué les decimos?
—Lo mismo que yo le he dicho a la cosa: que se los daremos cuando termine el curso y que irán a la capital a estudiar. Así, si hablan por teléfono entre ellos no levantarán sospechas. Lo importante es que parezca que estamos de acuerdo, para que esa monstruosidad nos conceda el plazo acordado.
—Pero ¿qué vamos a hacer? —insistían algunos vecinos.
—Pasado mañana celebraremos una asamblea y hablaremos de ello. Pensad. Intentad mantener la calma, como si no hubiese pasado nada. Y repito, ni se os ocurra comentarlo por teléfono.
Cuando Mael regresó a su casa con su mujer, Pía, el valle ya estaba en sombra aunque el sol doraba todavía los peñascos más altos. Un aire primaveral, en el que se mezclaban el aroma floral y la humedad de los prados, entre cantos de pájaros, mostraba con fuerza una realidad que, sin embargo, a Mael le pareció inconsistente, más propia de un decorado, como si aquel valle perteneciera solamente al ámbito de los espacios imaginarios o de los sueños.