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En la asamblea estaban todos muy nerviosos cuando Peco inició el debate. Los Reacios habían sido descubiertos por la amenaza cuya existencia el propio Fundador había vaticinado, lo que desgraciadamente era muestra palpable de su clarividencia. A su entender, todos debían impedir la entrega de sus hijos, que sería una forma de perderlos para siempre, pues sin duda en manos de Lid se incorporarían a esa masa ensimismada y pasiva en la que, al parecer, se estaba convirtiendo la inmensa mayoría de la humanidad. No quedaba más remedio que huir.

—Quiero decir, trasladar el asentamiento de nuestra comunidad. Y, desde luego, suprimir el teléfono…

Muchas voces preguntaron adónde, cuál sería su destino. Habló Lúa, la bibliotecaria:

—Según los mapas, hay la posibilidad de ir tanto al este como al oeste, siguiendo las rutas de la montaña, buscando aquellos espacios que nunca estuvieron habitados. Claro que desconocemos cómo se encontrarán ahora las carreteras y las poblaciones.

—Lo primero que deberíamos hacer es enviar unos cuantos exploradores a caballo, para que nos informen sobre los lugares más apropiados —propuso Mael.

—Lo cierto es que tenemos que trasladar todo lo que podamos para asentarnos en otro sitio, sobre todo el ganado, y no nos queda mucho tiempo —dijo Jule, especialista en pájaros.

El asunto dio lugar a una extensa discusión. Por otra parte, las acreditaciones oficiales de la comunidad eran muy antiguas y solo se podían leer en arcaicos ordenadores, lo que podría crear problemas en caso de una inspección. Si eran encontrados por alguna patrulla oficial y se suscitaba el lógico informe, Lid se enteraría en el acto. Habría que confiar en la buena suerte.

También se acordó volver a hablar con Lid para aparentar interés por algunos aspectos de la hipotética entrega de los hijos, precisamente para que el silencio no le hiciese sospechar de alguna maniobra. Fue el propio Peco quien se ocupó de ello, a través de uno de aquellos aparatos que el robot les había entregado a los niños. Lo colocó en la mesa, pronunció el nombre de Lid, y en el acto se creó la rojiza y brumosa pirámide.

Te escucho, Reacio.

—Estamos reunidos en asamblea para tratar ciertos aspectos del asunto. Tú debes conocer que los lazos afectivos de los humanos son intensos, y queremos saber si nuestros hijos se separarían para siempre de sus familias.

Eso depende de vosotros. Parece que la cercanía familiar es por lo general positiva para vuestra especie, por lo que no tengo más remedio que aceptar lo que os parezca más conveniente. Claro que los chicos y las chicas estarían residiendo en un lugar especial, pero si sus familias se trasladan a la capital tendrán garantizada la vivienda, la alimentación y la cobertura de todas sus necesidades. Vuestros vástagos podrían veros y estar con vosotros con frecuencia, siempre que os comprometáis a abandonar vuestra postura con respecto a mis instrumentos. No os obligaría a usar lo que llamáis móviles, pero no podríais hablar de ello con vuestros hijos, aunque cada uno podría seguir pensando lo que quisiera.