I

Introdujo una moneda de platino de veinte dólares en la ranura, y el analista, después de una pausa, se iluminó. Sus ojos brillaron afablemente. Carraspeó, cogió una pluma y un bloc de papel amarillo de su escritorio y dijo:

—Buenos días, señor. Puede usted empezar.

—Buenos días, doctor Jones. Supongo que no es usted el mismo doctor Jones que redactó la biografía definitiva de Freud... Eso ocurrió hace un siglo. —Rió nerviosamente. Siendo un hombre de condición más bien modesta, no estaba acostumbrado a tratar con los nuevos psicoanalistas completamente homostáticos—. Bueno —añadió—, ¿tengo que contestar a sus preguntas, o darle los datos de mi caso, o qué?

El doctor Jones dijo:

—Puede empezar diciéndome quién es y... por que me ha escogido precisamente a mí.

—Soy George Munster, del pasillo 4, edificio WEF-395, del condominio establecido en 1996 en San Francisco.

—¿Cómo está usted, Mr. Munster?

El doctor Jones extendió su mano y George Munster la estrechó. Descubrió que la mano tenía la agradable temperatura del cuerpo humano y era decididamente suave. Sin embargo, el apretón fue viril.

—Verá —dijo Munster—. Soy un exGl, un veterano de guerra. Por eso obtuve mi apartamiento en el condominio WEF-395. Los veteranos tenían preferencia.

—Oh, sí —dijo el doctor Jones, parpadeando rítmicamente, como si midiera el paso del tiempo—. La guerra con los Blobels.

—Luché tres años en aquella guerra —dijo Munster, alisando nerviosamente su largo y negro pelo—. Odiaba a los Blobels y me presenté voluntario. Tenía dieciocho años y mi empleo era muy bueno... Pero la Cruzada para limpiar el Sistema Solar de Blobels fue para mí lo primero.

—Hum —dijo el doctor Jones, parpadeando y asintiendo.

George Munster continuó:

—Luché bien. En realidad, obtuve dos condecoraciones y una citación en el campo de batalla. Ascendí a cabo. Me concedieron los galones porque sin ayuda de nadie puse en fuga a un satélite de observación lleno de Blobels; nunca supimos cuántos eran, exactamente, ya que siendo Blobels tienden a unirse y a desunirse de un modo desconcertante...

Se interrumpió emocionado. El hablar de la guerra era demasiado para él. Se tendió en el diván, encendió un cigarrillo y trató de calmarse.

Los Blobels habían emigrado originariamente de otro sistema astral, probablemente Próxima. Hacía varios millares de años que se habían establecido en Marte y en Titán, dedicándose a la agricultura. Eran evoluciones de la primitiva ameba unicelular, bastante grandes y con un sistema nervioso altamente desarrollado, pero continuaban siendo amebas, seudópodos, y se reproducían por desdoblamiento. En su mayor parte eran hostiles a los colonos terrestres.

La guerra había estallado por motivos ecológicos. El Departamento de Ayuda al Exterior de las Naciones Unidas había querido cambiar la atmósfera de Marte, haciéndola más respirable para los colonos terrestres. Sin embargo, el cambio perjudicó a las colonias de Blobels establecidas allí. De ahí el conflicto.

Teniendo en cuenta el movimiento browniano, reflexionó Munster, no era posible cambiar la mitad de la atmósfera de un planeta. En un período de diez años, la atmósfera modificada se había difundido a través de todo el planeta, causando sufrimientos —o al menos así lo alegaron ellos— a los Blobels. Como desquite, una flota Blobel se acercó a la Tierra y puso en órbita una serie de satélites técnicamente adulterados y destinados a viciar la atmósfera terrestre. No consiguieron su objetivo, desde luego, porque el Departamento de Guerra de las Naciones Unidas había entrado en acción; los satélites fueron destruidos por proyectiles autodirigidos... y estalló la guerra.

El doctor Jones dijo:

—¿Está usted casado, Mr. Munster?

—No, señor —respondió Munster—. Y... —se estremeció— lo comprenderá usted cuando se lo haya contado todo. Verá, doctor, seré sincero. Fui espía terrestre. Esa era mi tarea. Me escogieron para ello debido a mi bravura en el campo de batalla. No fue por mi gusto.

—Comprendo —dijo el doctor Jones.

—¿De veras? ¿Sabe usted lo que era necesario en aquellos días para que un terrestre pudiera efectuar un espionaje eficaz entre los Blobels?

El doctor Jones asintió.

—Sí, Mr. Munster. Tuvo usted que renunciar a su forma humana y asumir la forma de un Blobel.

Munster no dijo nada; se limitó a abrir y cerrar nerviosamente sus puños. Delante de él, el doctor Jones parpadeó.

Aquella noche, en su pequeño apartamiento del WEF-395, Munster abrió una botella de whisky y se sentó a beber en la misma botella, falto de la energía necesaria para alcanzar un vaso de la alacena situada encima del fregadero.

¿Qué había sacado en limpio de su entrevista con el doctor Jones? Nada, absolutamente nada. Y se había comido buena parte de sus escasos recursos económicos..., escasos debido a que...

Debido a que durante casi doce horas diarias reasumía, a pesar de sus esfuerzos y de la ayuda del Departamento de Hospitalización de Veteranos de las Naciones Unidas, su antigua forma Blobel. Volvía a convertirse en una amorfa masa unicelular, en su propio apartamiento del WEF-395.

Sus recursos financieros consistían en una modesta pensión del Departamento de Guerra. Encontrar un empleo resultaba imposible, porque en cuanto le contrataban la emoción provocaba su transformación inmediata, a la vista de su nuevo patrono y de sus compañeros de trabajo.

Esto no le ayudaba a establecer unas afortunadas relaciones laborales.

En aquel momento, a las ocho de la noche, notaba que estaba empezando a transformarse. Era una antigua y familiar experiencia para él, y la detestaba. Se bebió apresuradamente otro trago de whisky, dejó la botella sobre la mesa... y experimentó la sensación de que se convertía en una especie de charco homogéneo.

Sonó el teléfono.

—¡No puedo contestar! —le gritó al aparato.

El relé del aparato recogió su angustiado mensaje y lo transmitió a la persona que llamaba. Ahora, Munster se había transformado en una masa gelatinosa tendida en medio de la alfombra. Onduló hacia el teléfono... el cual seguía sonando a pesar de su advertencia, y Munster se irritó. ¿No tenía ya bastantes preocupaciones, para tener que entendérselas con el teléfono?

Acercándose al aparato, extendió un seudópodo y descolgó el receptor. Con un gran esfuerzo modeló su sustancia plástica a semejanza de un aparato vocal, de opaca resonancia.

—Estoy ocupado —balbució—. Llame más tarde.

«Llame —pensó mientras colgaba— mañana por la mañana. Cuando haya vuelto a asumir mi forma humana.»

El apartamiento quedó silencioso.

Suspirando, Munster se arrastró a través de la alfombra hasta la ventana, donde se subió a un alto escabel para poder ver el panorama que se extendía más allá. Su superficie exterior estaba provista de una pequeña zona sensible a la luz, y aunque no poseía un verdadero ojo podía apreciar —nostálgicamente— la mancha de la Bahía de San Francisco, el puente de la Golden Gate, el parque infantil que era la isla de Alcatraz...

«No puedo pensar en casarme —se dijo a sí mismo amargamente—. No puedo vivir una verdadera existencia humana, reasumiendo todos los días la forma que los mandamases del Departamento de Guerra me obligaron a adoptar...»

Cuando aceptó la misión, ignoraba que produciría en él este efecto permanente. Le habían asegurado que era una cosa provisional, temporal, o algo por el estilo. ¡Provisional! ¡Y hacía once años que duraba!

Los problemas psicológicos que le creaba aquella situación, y la presión sobre su mente, eran inmensos. De aquí que decidiera visitar al doctor Jones.

El teléfono volvió a sonar.

—De acuerdo —dijo Munster en voz alta, y se arrastró trabajosamente hacia el aparato—. ¿Quiere usted hablar conmigo? —siguió diciendo, cada vez más cerca del teléfono; para alguien que tenía forma Blobel, era un viaje muy largo—. Hablaré con usted. Incluso puede conectar el vídeo y mirarme. —Una vez ante el teléfono, pulsó el interruptor que permitía la comunicación visual al mismo tiempo que la auditiva—. Míreme bien dijo. Y se situó delante del tubo transmisor del vídeo.

A través del receptor llegó la voz del doctor Jones.

—Siento molestarle en su casa, Mr. Munster, especialmente encontrándose en ese... ejem... desagradable estado. —El analista homostático hizo una pausa—. Pero he estado meditando acerca de su situación, y es posible que tenga una solución parcial.

—¿Qué? —exclamó Munster, cogido por sorpresa—. ¿Quiere usted decir que la ciencia médica puede...?

—No, no —se apresuró a decir el doctor Jones—. Los aspectos físicos quedan fuera de mi especialidad, Mr. Munster. Cuando usted me consultó acerca de sus problemas, lo que le interesaba era el reajuste psicológico...

—Ahora mismo voy a su oficina y hablaremos —dijo Munster. Y entonces se dio cuenta de que no podía hacerlo; en su forma Blobel, tardaría varios días en llegar a la oficina del analista—. ¡Doctor Jones! —añadió desesperadamente—. Ya ve usted los problemas con que me enfrento. Estoy clavado a este apartamiento desde las ocho de la noche hasta las siete de la mañana, día tras día. Ni siquiera puedo visitarle a usted, y consultarle, y obtener ayuda...

—Tranquilícese, Mr. Munster —le interrumpió el doctor Jones—. Estoy tratando de decirle algo. No es usted el único que se encuentra en esas condiciones. ¿Lo sabía?

—Desde luego —respondió Munster—. Durante la guerra, fueron transformados en Blobels ochenta y tres terrestres. De los ochenta y tres —se sabía los datos de memoria —sobrevivieron sesenta y uno, y en la actualidad existe una organización llamada Veteranos de Guerras Artificiales que agrupa a cincuenta de ellos, Yo mismo soy miembro de esa organización. Nos reunimos dos veces al mes, nos transformamos juntos... —Empezó a colgar el teléfono. Se había gastado el dinero para que le informaran de algo que había olvidado de puro viejo—. Buenas noches, doctor —murmuró.

—¡Mr. Munster! —El doctor Jones parecía estar algo excitado—. No me refiero a otros terrestres. He estado investigando en beneficio suyo, y he descubierto que, de acuerdo con unos informes que fueron capturados al enemigo y que ahora se encuentran en la Biblioteca del Congreso, quince Blobels fueron transformados en seudoterrestres para que actuaran como espías en la Tierra. ¿Comprende usted?

Al cabo de unos instantes, Munster dijo:

—No del todo.

—Tiene usted una reserva mental contra la posibilidad de ser ayudado —dijo el doctor Jones—. Lo único que quiero es que venga a mi oficina mañana por la mañana, a las once. Nos ocuparemos de la solución a su problema, Buenas noches.

—Buenas noches —dijo Munster.

Colgó el receptor, intrigado. De modo que había quince Blobels paseando por Titán en aquel momento, condenados a asumir formas humanas... Bueno, ¿cómo podía ayudarle esto a él?

Tal vez lo descubriera a la mañana siguiente, a las once.

Cuando entró en la sala de espera del doctor Jones vio, sentada en una butaca y leyendo un ejemplar de Forinne, a una joven sumamente atractiva.

Maquinalmente, Munster se sentó en un lugar desde el cual podía observarla a placer, mientras fingía leer su propio ejemplar de Orine. Piernas esbeltas, codos pequeños y delicados, ojos inteligentes, nariz ligeramente respingona... Una muchacha realmente encantadora, pensó. La contempló fijamente... hasta que la joven levantó la cabeza y le dirigió una fría mirada.

—Es aburrido tener que esperar —murmuró Munster.

La muchacha dijo:

—¿Viene usted a menudo a ver al doctor Jones?

—No —admitió Munster—. Esta es la segunda vez.

—Yo no había estado nunca aquí dijo la muchacha—. Iba a otro psicoanalista electrónico de Los Ángeles, el doctor Bing. Anoche me llamó por teléfono y me dijo que tomara un avión y me presentara esta mañana en el consultorio del doctor Jones. ¿Es bueno?

—Supongo que sí —dijo Munster.

En aquel momento se abrió la puerta del despacho y apareció el doctor Jones.

—Miss Arrasmith —dijo, inclinando la cabeza hacia la muchacha—. Mr. Munster. —Saludó a George—. ¿Quieren ustedes pasar?

Poniéndose en pie, miss Arrasmith dijo:

—¿Quién paga los veinte dólares?

Pero el analista quedó silencioso. Se había apagado.

—Pagaré yo —dijo Miss Arrasmith, echando mano a su bolso.

—No, no —se apresuró a decir Munster—. Permítame.

Sacó una moneda de veinte dólares y la depositó en la ranura del analista.

Inmediatamente, el doctor Jones dijo:

—Es usted un caballero, Mr. Munster. —Sonriendo, les invitó a entrar en su despacho—. Siéntense, por favor. Miss Arrasmith, permítame que sin ningún preámbulo le explique a Mr. Munster sus... circunstancias. —se volvió hacia George—. Miss Arrasmith es una Blobel.

Munster miró a la muchacha, asombrado.

—Evidentemente —continuó el doctor Jones—, ahora se encuentra bajo la forma humana. Durante la guerra, actuó detrás de las líneas terrestres como espía del ejército Blobel. Fue capturada, pero su captura coincidió con el final de la guerra y no fue juzgada.

—Me dejaron en libertad —dijo Miss Arrasmith—. Y me quedé aquí por vergüenza. No podía regresar a Titán, y...

Hizo un vago ademán.

—Para un Blobel —explicó el doctor Jones—, la forma humana resulta vergonzosa.

Asintiendo, Miss Arrasmith se llevó un fino pañuelo a los ojos.

—Efectivamente, doctor. Fui a Titán para consultar a las autoridades médicas acerca de mi estado. Después de un complicado y largo tratamiento, consiguieron que recobrara mi forma natural durante unas seis horas diarias. Pero, las otras dieciocho horas...

Volvió a llevarse el pañuelo a los ojos.

—¡Es usted muy afortunada! —protestó Munster—. Una forma humana es infinitamente superior a una forma Blobel. Lo sé por experiencia. Un Blobel tiene que arrastrarse por el suelo. Es como un calamar; sin un esqueleto para mantenerse erguido. Realmente...

El doctor Jones le interrumpió.

—Durante un período de seis horas, sus formas humanas coinciden. Y luego, durante una hora, coinciden sus formas Blobel. De modo que de las veinticuatro horas del día, hay siete en las que sus formas son idénticas. En mi opinión, siete horas son un plazo que no está mal. ¿Comprenden adónde quiero ir a parar?

Al cabo de unos instantes, Miss Arrasmith dijo:

—Pero, Mr, Munster y yo somos enemigos naturales.

—Eso fue hace muchos años —dijo Munster.

—Exacto —asintió el doctor Jones—. En realidad, Miss Arrasmith es básicamente una Blobel, y usted, Munster, es un terrestre. Pero los dos están desplazados en sus respectivas civilizaciones, y ello produce en ustedes una pérdida gradual de ego— identidad. Se exponen a contraer una grave enfermedad mental..., a menos que lleguen a un acuerdo entre ustedes.

El analista se calló.

Miss Arrasmith dijo, en voz baja:

—Creo que hemos estado de suerte, Mr. Munster. Tal como dice el doctor Jones, nuestras formas coinciden durante siete horas al día. Podemos disfrutar de ese tiempo juntos, sin sentirnos ya aislados.

Munster pareció vacilar.

—Dele tiempo para pensarlo —le dijo el doctor Jones a Miss Arrasmith—. Verá cómo acaba aceptando.