I

Se supone que toda historia debe tener un principio, un centro y un final. Es difícil decir dónde empieza ésta en Mahlia XII, cuando el navío fue lanzado a la noche del espacio con su único tripulante robot —en algún tiempo antiguo que nadie puede saber— o quizás si comenzó aquella noche del baile juvenil en el Western Technical and Engineering College, allá en 1936. O quizás si no tuvo principio en absoluto. Como no tiene final.

Pero si pierde algo de valor literario por no quedar circunscrita en estas divisiones artificiales, quizás también gane por acercarse a los asuntos ordinarios de todos nosotros, que de igual manera no tienen principio ni final, excepto el nacimiento y la muerte. En cualquier caso, donde se coloque la historia, comenzó hace mucho, y esto es su centro.

El navío cayó en el mar, lejos de la costa de Nueva Jersey. Llameó como una escoria al rojo al acercarse a la Tierra y se calculó que al menos lo habían visto diez millones de personas. Los periódicos utilizaron todo cuanto pudieron la noticia, insertando con titulares gigantescos: "Platillo volante se estrella en el océano".

Como casi todos recuerdan, se encontró el navío flotando en la superficie al día siguiente; inmediatamente fue rodeado por los navíos guardacostas y abordado con toda facilidad. Y luego el Gobierno de los Estados Unidos, hizo uno de esos movimientos absolutamente increíbles, por el que se ha hecho tan famoso y que deja al europeo medio jadeando de incredulidad. Aunque el navío estaba claramente en aguas territoriales de los Estados Unidos, lo entregó al poco a las Naciones Unidas para que fuese inspeccionado por todo el mundo, incluyendo las naciones de nuestro bando y las de su bando.

Actualmente, sin embargo, "esto no constituye el conflicto básico que creció con la presencia del navío. Los hechos pudieron haber ocurrido lo mismo, tanto si los rusos estaban presentes como si no. El conflicto fue básicamente una diferencia entre dos hombres que estaban en el mismo bando, pero cuyas jadeas no eran parecidas...