VI
De las posibles instalaciones que les fueron ofrecidas, John y Doris escogieron las que quedaban más cerca del apartamiento de Papá Sosnic. A Doris le agradó inmediatamente el anciano músico, y John se alegró muchísimo. Le parecía muy importante que Doris simpatizara con Papá Sosnic.
El apartamiento de John estaba decorado lujosamente en tonos verde y oro, y era servido en él con precisión robótica. Una profusión de aparatos que nunca había imaginado atendían a todas sus necesidades. Nunca vio a un solo criado humano.
Al principio, la situación tenía el atractivo de la novedad, pero al cabo de unos días John se sintió atormentado por la idea de que aquello iba a durar el resto de su vida. Era como ir a un carnaval diariamente.
Trató de trabajar; trató de pensar; trató de dominar sus propias emociones y encontrar una solución. Y trató de no tomar en cuenta la terrible solución que Papá Sosnic le había propuesto.
Aceptar aquello significaría abandonar la esperanza para siempre. Las colonias existían para el elevado propósito de desarrollar un Hombre que pudiera sobrevivir a su propia ingenuidad. A John le agradaba pensar que estaba empezando a sentir aquel propósito. Pero los Controles eran simples pautas animales, cuya única finalidad era medir el progreso del Hombre.
Eran necesarios para el experimento, quizá, pero no tenía vuelta de hoja el hecho de que ningún Control individual podía pensar en sí mismo como en algo más que un ciego y obediente elemento sacrificado para el mejor éxito del experimento.
John pensó que se reprocharía a sí mismo el resto de su vida si decidiera irse a vivir con Lora en la selva, sólo para verla marchitarse, para ver cómo se apagaba aquella luz que brillaba en sus ojos.
A través de los años de incesante lucha contra la humedad, y el barro y los terrores nocturnos, su amor iría disminuyendo, para convertirse en indiferencia, primero, y finalmente en odio. Prefería no volver a verla a pasar por aquella experiencia.
Ahora disponía de tiempo para componer, cosa que en la Tierra le había sido negada casi por completo debido al riguroso programa de conciertos. Pero, inclinado sobre el teclado o sobre el pupitre, su mente no olvidaba nunca el problema de huir. Estudiaba la colonia, su administración, el horario de entradas y salidas. Y finalmente supo lo que podía hacer.
Su primera composición le dejó emotiva y físicamente agotado. En ella decía algunas de las cosas que toda su vida había anhelado decir, y ahora no sabía si las había dicho o se había limitado a engañarse a sí mismo.
Cuando la obra quedó terminada, invitó a Papá Sosnic a escucharla. El anciano se mostró entusiasmado.
—No le suponía capaz de terminar nada tan rápidamente —dijo—. Quizá pueda ser interpretada en el concierto de otoño. Vamos a oírla, Johnny.
Había oscurecido, pero John apenas necesitaba ver el teclado. Sus manos se movían como si con ellas expresara lo que toda su vida había deseado decir.
La pieza empezaba con unos compases sombríos de aturdimiento y desolación. Luego, la música adquirió una vibración de terror. Repentinamente, John se sintió invadido por una oleada de pánico. Se interrumpió, y apartó las manos del teclado.
En la semioscuridad resonó suavemente la voz de Papá Sosnic:
—Siga, Johnny...
Al cabo de unos instantes, John levantó cansadamente las manos y reanudó la pieza por donde la había interrumpido. Continuó narrando la historia. Habló de estar vivo y de tener conciencia del espacio, del tiempo, de los planetas, de los soles, del frío y de la oscuridad. Habló de lo que era estar solo y de lo que era estar contento.
Cuando terminó, no oyó ningún sonido procedente del otro lado de la habitación: Papá Sosnic estaba a su lado, inclinado sobre él.
—Lo haré, Johnny —susurró—. Creo que encajará muy bien en nuestro concierto. La incluiré en el programa, si puedo.
John sacudió la cabeza. —Es muy mala, ¿verdad?
—Es lo que hay en su corazón, Johnny; el corazón de un hombre nunca es malo.
John se puso súbitamente en pie y se acercó a la ventana, contemplando el crepúsculo de espaldas a Papá Sosnic. —Buena o mala, es lo único que puedo hacer. Ha evitado que enloqueciera durante el último mes, pero cuando se celebre el concierto de otoño ya no estaré aquí.
—¿Dónde estará usted? ¿Va a marcharse con Lora?
—¿Puedo confiar en usted? ¿Me ayudará?
—Desde luego. Si es para ver a Lora, pida lo que sea. La música es una bagatela; el Proyecto de Desarrollos Humanos es una fruslería comparado con los asuntos de un hombre enamorado. ¿Cuál es su plan, Johnny?
—Voy a regresar a la Tierra. He ideado el modo de introducirme en la nave en el próximo viaje. La conozco lo suficiente como para que no me descubran durante el vuelo. No me encontrarán hasta que sea demasiado tarde para volver atrás, de todos modos.
»He controlado el horario de los autobuses de la estación de término. Puedo llegar al espaciopuerto en un día. Pero necesito una coartada para los días siguientes, aquí, hasta que la nave esté lo suficientemente lejos. ¿Querrá ayudarme? Papá Sosnic asintió.
—Desde luego. Puedo decir que se ha marchado a vivir unos días al bosque, a una de las cabañas, para trabajar. Es bastante frecuente y dará resultado..., si puedo evitar que Doris entre en sospecha. ¿No se lo dirá a ella?
—No. Cuento con usted para evitar que ella lo sepa. De todos modos, parece tan ocupada que no creo que se dé cuenta.
—¿Y qué piensa hacer cuando esté en la Tierra? —preguntó Papá Sosnic—. ¿Cómo le acercará más a Lora su plan?
—Contaré a todo el mundo lo que es el Proyecto de Desarrollos Humanos. Hablaré del encarcelamiento y de la esclavitud de aquellos que no se pliegan a los deseos de los jefes del Proyecto. Contaré al mundo entero una historia que no puede ignorar.
—¿Esclavitud? —Papá Sosnic volvió sus manos hacia arriba en un gesto de interrogación—. Yo no he visto ninguna esclavitud aquí. La Tierra no fue nunca tan buena como esto.
—Hay esclavitud cuando uno no puede hacer lo que desea..., pero sería inútil discutir eso. ¡Les diré lo que sé!
—Sí —suspiró Papá Sosnic—. Se lo dirá usted; se pasará meses y años llamando a puertas oficiales con descabelladas acusaciones que nadie querrá escuchar. Su vida y su energía se irán consumiendo. Usted estará en la Tierra, y Lora continuará aquí. Quizá cuando los dos sean viejos, cuando hayan perdido la juventud y la belleza, les permitirán que vuelvan a verse. Quizá.
John se sublevó ante la aplastante lógica del anciano.
—De modo que usted quiere que me convierta también en un salvaje, y que Lora y yo nos miremos cada día con creciente amargura, mientras luchamos contra la selva simplemente para mantenernos vivos... ¿Es eso lo que quiere?
—Hay otra respuesta —dijo Papá Sosnic lentamente—. No la he expuesto antes porque se trata de una posibilidad muy remota. Pero me gustaría que lo intentara antes de embarcar como polizón hacia la Tierra.
—¿De qué se trata? —preguntó John.
—¿Examinaron a Lora para las distintas calificaciones de las Colonias?
—No lo sé. Ella dijo que se había alistado voluntaria como Control.
—Entonces, es posible que pueda superar las pruebas para su ingreso en la Colonia Alpha. Si las supera, puede solicitar dicho ingreso...
—No lo hará —le interrumpió John—. Por algún extraño motivo, odia a las Colonias experimentales. La única respuesta está en la Tierra.
—Lora lleva un mes en la selva. Quizás ha cambiado de idea; quizá se ha dado cuenta de que no es tan romántica como pensaba.
John se volvió bruscamente, con aspecto decidido.
—¿Qué puedo hacer? —inquirió.
—Lora puede venir aquí provisionalmente, y sufrir el examen. Vale la pena intentarlo.
—Sí..., vale la pena intentarlo.
A la mañana siguiente, John se entrevistó con el doctor Warnock. Le contó toda la historia..., guardándose en la manga, como último recurso, su desesperado plan para regresar a la Tierra.
Cuando hubo terminado de hablar, Warnock alzó la mirada y sonrió astutamente.
—De modo que Papá Sosnic le ha dicho que sería posible traer a Lora aquí provisionalmente, para ver si le gusta la colonia Alpha lo suficiente como para quedarse...
—Suponiendo que pueda superar las pruebas. ¡Y estoy convencido de que puede hacerlo!
—A veces me pregunto quién dirige esta colonia: si Papá Sosnic o yo —dijo Warnock.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de John. Acababa de darse cuenta de que lo que Papá Sosnic había sugerido sólo era cierto en opinión del propio anciano.
—Es algo que no se ha hecho nunca —continuó Warnock, confirmando los temores de John—. Hacerlo ahora sería tanto como desarticular todo el plan de la Colonia. Ni usted ni Papá Sosnic comprenden la necesidad de aislamiento que nos viene impuesta.
—Creo que encajaría mejor la palabra encarcelamiento —murmuró John.
Warnock sonrió con cierta tristeza.
—Resulta bastante difícil de explicar a un recién llegado aquí los motivos básicos de nuestros experimentos. En el momento en que un hombre se convierte en miembro de nuestras colonias, se desarrolla en él una especie de complejo de persecución; adquiere la psicología de un preso.
—Tal vez eso sea algo más que un vulgar comentario acerca de los métodos de sus experimentos.
—Tenemos normas, sí..., pero también nos damos cuenta de que tratamos con seres humanos. Supongo que usted cree que voy a rechazar su petición. Se equivoca. Voy a traer a Lora aquí... si ella quiere venir, desde luego; la decisión final le corresponde a ella.
»Estoy enterado de sus potencialidades como miembro productivo de la Colonia. Tenemos ya un expediente suyo de una pulgada de espesor. Queremos saber lo que un hombre como usted puede hacer por el futuro del género humano cuando goza de libertad para desarrollar todo lo que hay en su interior.
—¡Libertad!
Warnock asintió lentamente.
—No ha comprendido usted, John. En el Planeta 7 hay libertad; lo único que tiene usted que hacer es alcanzarla y cogerla.
—Pero usted ha dicho que lo que yo le he pedido no se había hecho nunca.
—Nunca fue solicitado.
John se relajó repentinamente y se echó a reír sin poder contenerse, a pesar de que lo que en realidad sentía eran unas intensas ganas de llorar.
—¿Qué sucede? —preguntó Warnock, intrigado.
John le contó entonces su descabellado plan de embarcar como polizón en la nave espacial y regresar a la Tierra para llevar a cabo una campaña contra el Proyecto.
—No hubiera podido usted marcharse sin que lo supiéramos —dijo Warnock—, pero no se lo hubiéramos impedido. No hubiera vuelto usted a ver a Lora nunca más.
—¿Sabía eso Papá Sosnic?
—Papá sabe muchas cosas que nosotros ignoramos. Sí, creo que lo más probable es que lo comprendiera perfectamente; Papá Sosnic le ha prestado a usted un gran servicio.